PERFIL DE MADRE ESPERANZA – 2

Domenico Mondrone S.J.

Apóstol del Amor Misericordioso

Edizioni Amore Misericordioso

Deseosos de recordar - y no habríamos podido dejar de hacerlo - la figura de la Madre Esperanza un año después de su muerte, nos encontramos frente a una personalidad riquísima. Pero, debiendo componer de ella no más de un rápido perfil, no disponemos del espacio de quien será llamado a escribir su vida con todos sus detalles y con los muchos dones que la caracterizaron.

También es verdad que no es posible presentar, aunque sea brevemente, a esta sierva de Dios prescindiendo de las cosas extraordinarias que ella vivió: sería reducir su figura de modo algo semejante al famoso desollado que Miguel Angel nos ha dejado en el Juicio Universal. Pero puesto que el espacio no nos permite ser completos, nos reduciremos a trazar a la Madre Esperanza mirándola sobre todo a través del carisma que marcó su vida: el Amor Misericordioso.

En esto - se puede decir - está toda la Madre Esperanza: su pensamiento, su ansia, su actividad apostólica. El Amor Misericordioso es el vértice de referencia de su existencia terrena más alto y significativo. Es el que puntualiza mejor su figura de mujer, de religiosa, de fundadora.

 

Tres apóstoles del Amor Misericordioso

El tema del Amor Misericordioso, que impregna la espiritualidad de la Madre Esperanza, no ostenta el mérito de la originalidad. Toda la literatura cristiana está llena de él. Es incalculable el número de los autores de ascética y de mística que se han ocupado de él, dejándonos páginas de conmovedora profundidad y de una fascinante belleza. Una antología de estas páginas ofrecería la más válida presentación de la misericordiosa bondad divina y un pasto de extraordinario alimento para las almas, especialmente para las más deseosas de entregarse a una vida de amor, pero que se ven retenidas por las rémoras de una confianza no plena en Dios.

Durante nuestra no breve experiencia de escritor nos hemos encontrado con tres siervos de Dios que han llamado particularmente nuestra atención por lo que han vivido y escrito acerca del Amor Misericordioso: el beato Claudio La Colombière, Santa Teresa del Niño Jesús y el padre jesuita Daniel Considine, que no se cansaba de repetir a todos: "Dios es bueno, tened un buen concepto de Dios, no tengáis miedo de El".

El beato Claudio fue director espiritual de Santa Margarita M. Alacoque e insigne apóstol de la devoción al divino Corazón y de la confianza que hay que tener en El. Llegaba a decir: "Cuán cierto es que la confianza que más honra al Señor es la de un gran pecador, que está tan seguro de la misericordia infinita de Dios, que todos sus pecados no le parecen otra cosa que un átomo comparados con esta misericordia".

Santa Teresa de Lisieux, como maestra auténtica que era, supo decir una palabra nueva en le campo de la santidad: la pequeñez, la fragilidad, la nulidad no son obstáculo a la acción divina. Ella ha fundado el secreto de su santidad, de su ir hacia Dios, sobre Dios mismo. El Amor misericordioso envuelve toda su figura y su espiritualidad. famoso su acto de ofrecimiento - 11 de junio de 1985 – como víctima de holocausto al Amor Misericordioso para recibir en su corazón todo el amor rechazado por las criaturas a las que el Señor quisiera darlo.

Menos conocido, pero no menos lleno de celo, el padre Considine a la hora de hacer conocer a las almas las ternuras de la bondad divina: "No lo creáis quisquilloso, fácilmente disgustado y ofendido el buen Dios (...). Es absolutamente falso que El guarde rencor por el pasado (...). Cada uno podría llegar a ser santo si quisiera solamente creer que Dios quiere hacer de él un santo (...). La mejor señal para comprender cuantas grandes cosas uno podría hacer por el Señor es ver hasta qué punto posee la virtud de la esperanza y ver qué sabe esperar".Volviendo a nuestra Religiosa española, su anhelo por el Amor misericordioso asume un calor y una dimensión de excepcional envergadura. La preparación a este apostolado no tuvo nada de libresco; casi nunca se le vio leer un libro. Sin embargo, tuvo mucho contacto con el dominico padre Arintero, que al cabo de pocos años difundió el conocimiento del Amor Misericordioso en España, en Francia y en América. Una de sus más importantes colaboradoras fue también Madre Esperanza, la cual dio un carácter personal a aquella devoción. Todo lo que dirá y escribirá sobre este tema lo buscará en su alma, bajo la inspiración de Dios. Desde jovencita sintió que el Señor la llevaba de la mano.

Sus notas íntimas nos ofrecen testimonios abun-dantes e inmediatos de estos contactos - entre maestro y discípula - que durarán por toda la vida.

Anticipamos en seguida un pequeño ensayo del Diario:

El 2 de enero de 1928 escribía: "Esta noche la he pasado distraída (en su lenguaje quería decir en éxtasis), el buen Jesús me ha dicho que quiere servirse de mí para cosas grandes; yo le contesté que estoy dispuesta a todo, pero me siento inútil e incapaz de hacer nada de bueno. Me respondió que quiere servirse de mi nulidad, para que se vea que es El quien hace grandes y de tanto bien para la Iglesia y las almas".

Son palabras programáticas y que nos dan la clave para comprender en el sentido justo lo que esta criatura insignificante obrará.

Su camino por las sendas de Dios

La Madre Esperanza nació, primogénita de nueve hijos, el 30 de septiembre de 1893 de José Antonio Alhama y de María del Carmen Valera Buitrago; su patria fue Santomera, provincia de Murcia, en el Sur de España. Su nombre de pila fue María Josefa. Su padre no tenía un trabajo fijo y acudía a jornada a los campos cuando se le llamaba. De un tal Antón El Morga había obtenido un poco de trabajo y una sencilla barraca de la huerta murciana, donde nació nuestra Madre Esperanza. La barraca se la llevó después un aluvión, que en esas tierras era cosa frecuente, y la familia Alhama pudo refugiarse en una casita que les ofreciera otro bienhechor, un señor de Santomera; allí, en 1929, murió José Antonio.

La Madre, mujer fuerte fe y de gran valor, cuando su hija María Josefa cumplió los siete años la encomendó, poniéndola a servicio, al párroco del lugar. Tenía éste dos hermanas, que fueron las primeras y únicas maestras de la muchacha, que nunca asistió a la escuela. Allí permaneció hasta los veintidós años, cuando el 15 de octubre de 1915 entró come religiosa en Villena, entre las Hijas del Calvario, una comunidad de apenas siete hermanas entre los sesenta y los noventa años. Desde entonces se llamó Esperanza.

Hacia 1921, cuando se realizó la fusión de las Hijas del Calvario, en vías de extinción, con las R.R. de Ense-ñanza de María Inmaculada, nuestra religiosa fue ocupada en la enseñanza de las niñas internas, pero per-maneció allí solo un año y fue trasladada a Madrid. Puesto que comenzaban a manifestarse en ella fenómenos místicos extraordinarios, se pensó confiarla a la guía de expertos padres claretianos. A sus muchos atractivos humanos y al encanto de su espiritualidad, profunda y sencilla, el Señor comenzó a añadir esos dones extraordinarios que suele hacer de llamada de atención en torno a algunas almas elegidas. La autori-dad eclesiástica española para verificar mejor la autenticidad de aquellos fenómenos no tardaría en enviar a Madre Esperanza ante el Santo Oficio; pero no se trató de un emplazamiento punitivo.

Mientras tanto, la Madre Esperanza, siguiendo la inspiración del Señor, había salido de la congregación de las R.R. de María Inmaculada llevándose consigo a otras cinco o seis hermanas y, la Nochebuena de 1930, dio inicio a la Congregación de las Esclavas del Amor Misericordioso. Se apresuró a salir al encuentro de las situaciones humanas más necesitadas; fundando cole-gios para niños pobres y minusválidos, casas de acogida para enfermos, asilos para ancianos.

Su vida se movía ya bajo el signo de la Divina Providencia. Incluso su comparencencia ante el santo Oficio se reveló como una amorosa disposición del cielo. Una noche de agosto, transcurriendo unos momentos de conversación con ella, nos confió en vena casi divertida: "Me encontré en Italia, por haberme citado el Santo Oficio. Mis tribulaciones duraron tres años. Cuando todo terminó y pensaba volver a España, he ahí que fui invitada a permanecer en Roma. Y heme aquí". Fue una aventura terminada con felicidad. Mons. Luigi Traglia dijo un día: "De todos los que me han hablado del Santo Oficio, ninguno lo ha hecho tan bien como la Madre Esperanza". La Madre hablaba con reconocimiento porque el Señor, a través del veredicto de la Iglesia, le había dado a ella y a sus hijos una tranquila seguridad sobre el genuino de sus dones extraordinarios y de carisma que habría puesto al servicio de la Iglesia. Lo describía así en el diario:

"Debo llegar a hacer que los hombres conozcan al buen Jesús no como Padre ofendido por las ingratitudes de sus hijos, sino como un bondadoso Padre que busca por todos los medios la manera de confortar, ayudar, hacer felices a sus hijos; que los sigue y busca con amor incansable como si El no pudiese ser feliz sin ellos".

Llegada a Roma hacia 1936, trayendo consigo a un grupo de sus hijas, se puso a hacer prodigios de bien, y su fama llegó a oídos de Pio XII. Había tomado alojamiento en la Villa Certosa, propiedad de las Hermanas de N.S. de Namur, en Via Casilina. Vivió allí los años de la guerra y el famoso período de "Roma ciudad abierta". El 1 de noviembre de 1944 fue la primera vez que la Madre Esperanza y sus hijas se pusieron a servir a los pobres, a los que habían perdido su casa, a los damnificados. Las hermanas recuerdan todavía aquel almuerzo, hecho de fideos, un panecillo con bistec, una naranja y un pedazo de turrón preparado por la Madre Esperanza con sus manos. Se inauguraba así el servicio de las comidas económicas para las familias pobres, para nada menos que quinientas personas, que contribuían al gasto presentando el simple talón de la cartilla de racionamiento.

El nombre de la religiosa española se difundió muy pronto por toda Roma y más allá; cada día crecía el número de los que iban a visitarla, aunque solo fuera para conocer a aquella generosa bienhechora. Iban a ella eclesiásticos y laicos. Entre las personas que la conocieron estuvo también Mons. Alfonso Maria De Sanctis, entonces obispo de Todi, quien la invitó a establecerse en su diócesis. Mientras tanto, permaneció en la Villa Certosa hasta 1949; en la misma zona construyó ex novo un edificio destinado a ser casa general de la Congregación y donde todavía hoy vive y trabaja una comunidad de sus Esclavas.

Totalmente dada a la iniciativa de Dio

Con fecha 5 de enero de 1929, leemos en su diario:

"El Señor casi me ha obligado a aspirar a una mayor perfección, para poder El pedirme lo que tanto desea. Para llegar a esto, dice debo emplear todos los medios, y que el primero debe ser animarme y hacer cosas grandes por El, cueste lo que costare".

Siguiendo a este ritmo con las solicitaciones de la gracia y la visión cada vez más clara de lo que el Señor quería de ella, la Madre Esperanza marchó a Roma y en 1944 fue a Todi. En un momento para ella inolvidable, el Señor le había hecho comprender que la quería al servicio de su Amor misericordioso tal como lo había comprendido la jovencita Teresa de Lisieux, pero desarrollando su mensaje en un plano de apostolado más amplio y multiforme. Mucho le ayudaron en esto también las luces recibidas durante la oración en comunión con la santa Carmelitana, que siempre tuvo como asidua y fidelísima amiga.

Se trataba no tanto de difundir una nueva devoción, cuanto de dar vida a un movimiento espiritual capaz de involucrar a todo el pueblo de Dios, ayudándole a tener una visión más consciente y concreta de las relaciones entre Dios y el hombre; de ofrecer a los hombres de hoy un medio eficaz de elevación y de salvación.

La Madre Esperanza estaba lejos de las grandes asambleas del Concilio Vaticano II y no conocía todavía las solemnes e inspiradas orientaciones de la Gaudium et spes. Pero en la clara luz de la oración y de sus contactos interiores con Dios pudo intuir bien las pruebas hacia las que se encaminaba en mundo contemporáneo y lo que la misericordia divina se preparaba a cumplir para salvarlo. Con perfecta claridad ella intuía lo que, años después, había dicho Juan Pablo II en la encíclica Dives in misericordia:

"La mentalidad contemporánea en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de "misericordia" parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado. Tal dominio sobre la tierra, extendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia".

¡El hombre que se cierra al ofrecimiento de la misericordia! La Madre Esperanza temblaba y sufría por ello dolores de muerte. Pero, convencida que la revancha habría sido de Dios, bondad incansable, se ofreció a colaborar con El con un magnífico espíritu de holocausto. Sometió su vida a las asperezas de un ascetismo tanto más heroico cuanto más escondido, a fin de arrancar para Dios las almas más reacias a las llamadas del amor. Cristo, para salvar a las almas, pagó el precio con los padecimientos de la pasión y con la muerte de cruz. Su discípula no escogió una vía diferente.

Aceptó de buen grado su participación, incluso cruenta, en la pasión con los místicos sufrimientos de los estigmas; pero pronto obtuvo que el Señor le dejase los sufrimientos pero no las señales visibles.

Con la misma celosa discreción cubría las prácticas de penitencia y de privaciones heroicas. pero, con frecuencia, algo se vislumbraba. Entre otras cosas, sólo Dios ha contado las noches enteras substraídas al sueño para preparar en la cocina los trabajos más duros que quería evitarles a sus hijas para el día siguiente, cuando en la casa crecía el número de huéspedes, en su mayoría sacerdotes, venidos para reuniones de estudio o ejercicios espirituales.

La Madre Esperanza vivió su vida en una competición de generosidad con Dios. ¡Y de El obtenía todo!

Ella misma, por otra parte, con admirable sencillez les contaba a los suyos algunas "ocurrencias" de la Divina Providencia, no excluidas algunas sorprendentes multiplicaciones de víveres o de otros medios, que necesitaba para las obras de beneficencia. Pero los suyos sabían que su Madre pagaba todo de persona.

Es significativo lo que encontramos escrito en el diario: "Quisiera poder decir, cuando dejraé este mundo: Te agradezco, Jesús mío, porque este mi cuerpo martirizado, nunca ha tenido un momento de alivio, sino sólo la suerte de padecer toda clase de tribulaciones".

Su culto por el Crucifijo es singular. Testigo de ello es la imagen que hizo esculpir en madera policroma por el artista Cullot Valera estando todavía en España, donde lo colocó en la capilla del noviciado. Construida en Collevalenza la capilla del Amor Misericordioso, el Crucifijo fue colocado después en la pared del ábside, donde domina con su semblante rebosante de amor y en el fondo una gran Hostia blanca, que recuerda el renovarse cotidiano del sacrificio de la cruz.

 

"Castígame, Jesús mío, y sálvame"

La Madre Esperanza anhelaba - como ya hemos visto - hacer conocer a los hombres que Jesús "no es un Padre ofendido por sus pecados, sino bondadoso". Admirable es la insistencia con la que hace hincapié, a costa de repetirse o con otras palabras, sobre el mismo concepto; ansiaba tanto que todos compartieran su convencimiento acerca de las disposiciones del Amor Misericordioso hacia todas las almas, Ella deseaba, además, vaciarse totalmente de sí misma, saturarse a tal punto de la divina presencia, para hacerla sentir a cualquiera que se le acercara.

Anhelaba hacer que los demás sintieran a Dios como ella lo sentía: un Dios que ama a todos con la misma magnanimidad.

"Debo llegar a hacer que todos los que tratan conmigo sepan que el buen Jesús ama a todas las almas lo mismo; que si hay alguna diferencia es precisamente ésta: ama más a aquellas almas que, aunque llenas de defectos, se esfuerzan y luchan por ser como El las quiere; que hasta el hombre más perverso, más abandonado y más miserable es amado por El con inmensa ternura".

¡Qué entrañable fue para la Madre este sentimiento! Una de las características de su personalidad era precisamente la asimilación, que llegó a realizar en si de la ternura divina. Estaba tan llena de ella que se notaba enseguida, en el primer encuentro. Todos pueden dar testimonio del calor maternal con que acogía a las almas, comenzando por las más sufridas y las más devastadas por el pecado. Difundía esta ternura con aquellos brazos que se abrían inmediatamente, con esas palabras tan sencillas pero tan conmovedoras, con aquella mirada fija y penetrante. A menudo bastaba el encuentro de pocos minutos para abrir brecha en un corazón endurecido y lejano, o cambiar completamente situaciones dolorosas.

Alma de grandes deseos - había sido llamada a hacer cosas grandes - miraba no sólo a hacer sentir en su persona la divina presencia, sino a comunicar a los demás una voluntad sincera de ser mejores; y más todavía: "Tengo que hacer de manera que todos los que tratan conmigo sientan ellos también el deseo de ofrecerse como víctimas de expiación por los pecados de los sacerdotes del mundo entero". ¡Los sacerdotes! ¡Cuánto amor, cuánta solicitud maternal ha experimentado y sufrido por ellos la Madre Esperanza! Pronto veremos las iniciativas que sabrá emprender para salirles al encuentro en su trabajo y ayudarles a hacerse santos; es el colmo de su ideal apostólico.

La Madre Esperanza pasará a la historia de la hagiografía católica como una mística de alto nivel. El Señor fue muy generoso con su sierva, porque encontró en ella una correspondencia que nunca tuvo vacilaciones. Pero, escuchemos con cuanto discernimiento plantea ella su camino hacia Dios:

"Debo redoblar los esfuerzos para avanzar en el camino de la santidad, pero evitando siempre que este deseo sea algo precipitado y febril, y tanto menos presuntuoso, porque los esfuerzos violentos duran muy poco y los que son presuntuosos se desaniman siempre en los primeros fracasos (...). Jesús mío, dale a mi voluntad la fuerza y la constancia que continuamente necesita para no querer ni desear cosa alguna fuera de Ti, y jamás yo desee otra cosa que hacer tu divina voluntad por mucho que me duela, por más que yo no lo entienda y aunque yo no la vea".

La lucha por mantenerse en este camino, sin desviarse jamás, será persistente, pero nada de desconcertante o de impresionante dejará manifestar al exterior, tan inalterable y tranquila en su serenidad, estupenda la dulzura de todo su comportamiento. Siempre así, incluso durante los largos períodos de aridez, de desolación, de angustiosas pruebas espirituales. La Madre Esperanza pasó a través de las agonías de la noche obscura. Conmovedor el grito que sale entonces de su alma:

"Te ruego, Jesús mío, ten piedad de mí y no me dejes sola en esta aridez y obscuridad. Te busco, Jesús, no te encuentro; te llamo y no te oigo. ¡Qué tormento, Jesús mío! ¡Qué martirio! Sólo Tú lo puedes apreciar, y a Ti te lo ofrezco en reparación de mis ingratitudes y de las ofensas que recibes de los sacerdotes del mudo entero (...).

Castígame con toda clase de sufrimientos pero no con esta sequedad y frialdad hacia Ti".

Pero apenas se vislumbra un claro, el tono es diferente:

"Yo, Jesús mío, desde que Tú escogiste mi corazón para morada tuya, no he deseado más que pensar en Tí, tener mi corazón y mi mente fijos en Ti. Si sufro, sufro contigo y si gozo lo hago junto a Ti; te he dado para siempre todos mis afectos, mis deseos, y lo que constituye mi ser y mi persona, todo te lo he dado para siempre y fuera de Ti nada es grande ni atractivo para mí".

Voluntad forjada como el acero, la Madre Esperanza cultiva también el sentimiento, expresión de su feminidad genuinamente humana y pura; ama a Dios con todo su ser.

 

En Collevalenza, centro de su actividad

Esta es la monja que en 1951 llega a un rincón apartado de tierra de Umbría, donde la sola construcción que salta a la vista continúa siendo la casa de Jacopone del siglo XIII. Se puede decir que era el marco idóneo para aquella pobre religiosa, llegada de lejos. Humilde, modesta, con una apariencia insignificante, la Madre Esperanza no dejaba transparentar que tenía en sí una alma gigantesca y, si no exageramos, el genio de los realizadores. En Collevalenza encontró alojamiento, para sus Hijos en la casa parroquial y para las religiosas en la casa Valentini; pero pronto puso mano a las construcciones.

Llevaba consigo un proyecto ya preparado por el Señor. El 15 de agosto de 1951 había fundado en Roma a los Hijos del Amor Misericordioso; el 18 del mismo mes ponía pie en Collevalenza. Aquí cuando llegó la Madre Esperanza, en el terreno que iba a ser propiedad de su Congregación encontró un bosquecillo llamado "il roccolo" lugar dispuesto para cazar pájaros: servía a los cazadores para tender las redes y capturar las alondras. !Aquí - dijo la Madre - de ahora en adelante el Señor capturará las almas".

En 1953, se construyó la casa de los padres. En 1954 se empezó el seminario. En 1955, la capilla del Amor Misericordioso, erigida santuario el 30 septiembre de 1959 por el Obispo de Todi Mons. De Sanctis.

Mientras las construcciones iban aumentando, había todavía un gran problema que resolver. Collevalenza geológicamente situada en la ladera de una colina, nunca había tenido agua.

"Hacia 1960 la Madre para la comunidad religiosa allí establecida y para las piscinas que tenía intención de construir para el baño de los enfermos, encargó a la Empresa De Togni de Verona que perforara los pozos. Después de repetidas e inútiles tentativas, el señor De Togni decidió desistir y acudió a la Madre para informarle de su decisión. La Madre Esperanza no estuvo de acuerdo; dijo que había agua e indicó el punto exacto. Después de 91 metros afloró el primer manantial, a 116 el segundo, a 121 la tercera capa acuífera. Desde aquel día el agua brota limpidísima para las construcciones en torno al Santuario y las piscinas".

En 1962, se construyó la Casa de la Joven. En 1965, estuvo listo el gran santuario consagrado por el obispo de Todi, Mons. Fustella, e inaugurado solemnemente por el Card. Alfredo Ottaviani. Este se hizo necesario por el continuo y creciente afluyo de peregrinos, que la capilla anterior ya no lograba contener. El plano fue encomendado al arquitecto Julio Lafuente, quien lo concibió como una construcción grandiosa, rica en originales y simbólicos detalles. Armoniosa y luminosa la parte superior, muy recogida la cripta. En poco tiempo ese templo se ha convertido en centro de espiritualidad con irradiación mundial para la difusión del conocimiento del Amor Misericordioso.

Como señal de especial benevolencia hacia la Madre Esperanza, y hacia sus Hijos y Hijas, Juan Pablo II condecoró el santuario con el título de Basílica Menor y benignamente aceptó constituir el Instituto fundado por la misma Madre en Congregación de derecho pontificio.

Seguidamente se construyó la gran Casa del Peregrino, con salas de reunión para conferencias y con es-paciosos comedores; se eleva junto al santuario el alto y elegante campanario; fue abierta la gran plaza capaz de contener 20.000 personas; fue erigido en la valle situado en la parte posterior un gran via crucis; fue inaugurado un amplio taller de géneros de punto, donde centenares de jovencitas son preparadas y formadas y aprenden un oficio para el porvenir; se prepararon junto a la estatua de María Medianera, en el costado izquierdo de la basílica, las piscinas para los enfermos. Por lo menos dos veces la Madre Esperanza nos dijo: "Con esta agua el Señor quiere curar los males más graves, el cáncer y la parálisis; dadla a los enfermos y hacedlos orar al santo Crucifijo". No se grita al milagro con bombos y platillos, pero la documentación de un millar de personas ya está en el archivo.

La Madre Esperanza había rogado: "Haz, Jesús mío, que la Congregación crezca en profundidad, en las raíces de las virtudes, más que en la ramificación de las fundaciones". Sin embargo, mientras en Colleva-lenza se desarrollaba un dinámico fervor de obras, los Hijos y las Esclavas del Amor Misericordioso, además que en la originaria España, se difundían en Italia y en otros Países. Hoy son 19 comunidades en Italia, 15 en España, 3 en Alemania, 2 en el Brasil.

 

Un motor apartado y silencioso

¡Pensar que todo este fervor de obras giraba alrededor de la persona más escondida y silenciosa de Collevalenza, de la Madre Esperanza! Ella era quien oraba y obraba más que todos. La mayor parte de su tiempo la pasaba a la escucha de Aquel que la dirigía. De El recibía inspiración. Más que directora era la medianera de una dirección superior. Es el único modo de explicar el "milagro" de Collevalenza y las "cosas grandes" que el Señor ha realizado sirviéndose de ella. En el recogimiento y en el silencio ella se realizó en la totalidad de su vida. Se ha dicho que nosotros nos realizamos sobre todo amando y sirviendo a los demás. Y por eso nos hacemos más auténticos, más ricos, más felices. Así se ha realizado la Madre Esperanza. No hay migaja de su vida que haya caído al suelo y se haya perdido. Todo en ella y de ella se ha vivido y ofrecido en holocausto por el mundo, por la Iglesia especialmente por los sacerdotes. Todo ha sido ofrecido y como absorbido por el Amor Misericordioso.

Pensemos en las largas horas pasadas día tras día en aquella salita de la planta baja, dispuesta a recibir a todos, para escuchar y decir a cada uno una palabra de fe, de confianza, de caridad maternal.

Llamaremos a aquel cuartito una verdadera clínica de las almas, porque allí nadie salía como había entrado, todos se iban con algo de aquella ternura maternal, de aquella comprensión abierta a toda situación, pródiga en remedios, como solamente la sapientia cordis sabe dar y dispensar con provecho. Cuántas horas, cuántos días, cuántos año pasados en aquel cuartito que era, diríamos, su púlpito, su aula escolar, donde iban a aprender doctos e ignorantes, hombres de la alta jerarquía y humildes párrocos, hombres de buena posición y gente pobre. Siempre así, mientras a su alrededor había tanto que hacer.

Y cuando dejaba aquel dispensario de amor, cansada y como devorada por sus visitantes, llevaba siempre consigo la sonrisa inalterable, fresca de haber rendido un servicio al Amor Misericordioso. También cuando, el los últimos años, los achaques y sufrimientos que le aquejaban no le permitieron estar ya a la escucha de cuantos, de cerca y de lejos, iban a ella, y se redujo, a menudo con fiebre, a permanecer arriba, en el octavo piso de la Casa del Peregrino, sentada en un modesto sillón, se la veía todavía gozosa y feliz, porque sabía que el Amor misericordioso habría continuado acogiendo a las almas que llegasen a Collevalenza no para una excursión turística, sino por la necesidad de dejar a los pies del gran Crucifijo un peso insoportable.

La Madre Esperanza, no vista, veía y seguía a estos peregrinos y tenía para todos una parte de sus oraciones. El acuerdo establecido entre ella y el Crucifijo, ante el cual tantos iban a postrarse, era sin solución de continuidad. Pasando por el cuartito de sus audiencias al octavo piso, no había interrumpido su ministerio de gracia.

No todo acaba de aquellos encuentros personales. A Ellos hay que añadir una nutrida correspondencia con la cual se pedía esclarecer una cuestión, se hacían preguntas, se pedían respuestas. Durante veinticinco años la Madre Esperanza recibió y siguió más de treinta cartas al día. Tenía la costumbre, casi escrupulosa, de no dejar jamás a nadie sin respuesta. Se calculan en miles las cartas recibidas y enviadas. Asimismo para pedir oraciones. A estas peticiones respondía siempre: Rezaré, rezaré. Y no eran vanas promesas. Cuando la Madre Esperanza prometía rezar se comprometía a hacerlo en serio, persona por persona.

No siéndole suficientes, para esto, las horas del día, recurría a las de la noche. Para los casos más lamentables y más graves acudía a los pies de su Crucifijo y allí tenía sus coloquios, trataba los asuntos, exponía sus peticiones, alzando a veces la voz en un "cara a cara" que ponía en aprietos el corazón de Dios y obtenía lo que pedía.

"Sólo un corazón virginal - leemos en un apunte familiar -, dilatado y similar al corazón de Dios, ha podido llegar a esto y ser un reflejo del corazón de Dios hacia cada uno de nosotros. Por eso en Collevalenza ha creado un centro de acogida con el santuario y la Casa del Peregrino. Por eso no ha querido en nuestras casas personal de servicio. El peregrino que viene a Collevalenza se debe sentir como en familia, acogido por los padres y las hermanas, para que los padres y las hermanas sean también ellos un reflejo y un signo de aquel Dios que aquí espera a los hombres como hijos que ama y que quiere hacer felices".

 

Su "pasión" por los sacerdotes

La Madre Esperanza tenía un concepto altísimo de los sacerdotes y nutría por ellos una solicitud casi maternal. Junto a la dignidad de su carácter sagrado, veía los peligros a los que continuamente está expuesta la fragilidad humana, las insidias del mundo y el odio del enemigo de los hombres. Ofrecida ella misma, desde 1927, como víctima de holocausto, apenas puede creerse lo que por los sacerdotes oró y sufrió noche y día, durante toda su vida. Su sueño más bello fue tener una familia propia de sacerdotes, para cuidarlos como a hijos, hacer de ellos un don al Amor Misericordioso, llenarlos de este misterio divino y hacer de ellos apóstoles apasionados y ardientes. Pero el objeto específico que les asigna a sus Hijos nos da la medida de su corazón maternal.

En el Libro de Costumbre, redacto para ellos, leemos:

"El fin principal de esta Congregación es la unión entre el clero secular y los religiosas Hijos del Amor Misericordioso: éstos pondrán todo su empeño en fomentar dicha unión, serán para ellos verdaderos hermanos, les ayudarán en todo, más con hechos que con palabras".

La Madre Esperanza fundó la familia de sus sacerdotes pensando en los sacerdotes diocesanos. Quiso que todas las casas de su Congregación fueran casas, adonde todo sacerdote pudiera ir con todo derecho siempre que quisiera, como a casa propia, "con el objeto de descansar y reanimar el espíritu en la paz de la casa religiosa". Todo esto con el beneplácito de sus obispos y con la ayuda, cuando es posible de sus curias.

Para los sacerdotes seculares la Madre Esperanza vinculó la misión de los Hijos del Amor Misericordioso; éstos podrán dedicarse a cualquier actividad, pero pasando por un camino prioritario obligado; primero ir a los sacerdotes y después unidos, ir a cualquier obra apostólica. Todo sacerdote diocesano puede, queriendo, permanecer a total servicio de su propia diócesis y encontrar entre los Hijos del Amor Misericordioso su propia familia, su propia casa y ser aceptado allí como miembro de la comunidad. Los Hijos del Amor Misericordioso trabajan continuamente para ellos: organizan ejercicios espirituales, semanas de estudio, cursos de actualización. Y ahora están pensando en el problema de los sacerdotes ancianos, con frecuencia los más solos y más abandonados, imposibilitados para el trabajo pastoral. Proveer por ellos - recomienda la Fundadora - "con corazón de madre", sin dar a entender que se les hace "caridad" especialmente si no pueden de alguna manera contribuir a su sostenimiento.

En el primer encuentro oficial con el actual Pontífice, les dijo: "¡Vuestra vocación es grande! No sé si sois una gran comunidad, muy numerosa, pero vuestra vocación es grande! Y con esta vocación vosotros lleváis la esperanza al mundo". "Animados por tanta ternura paternal – escribía el Padre Arsenio Ambrogi - lanzamos coralmente la invitación para una peregrinación del Papa a Collevalenza y Todi. Llegado a la gran plaza del santuario, tomó inspiración en la Dives in misericordia y continuó:

"Ahora quisiera decir que este itinerario espiritual del hombre a Dios, basado en la mediación de Cristo revelador, me ha sugerido el itinerario presente que es precisamente una peregrinación al Santuario del Amor Misericordioso (...), es centro escogido de espiritualidad y piedad. Con su nombre y su magnitud, y la actividad espiritual, pastoral y formadora que aquí se desarrolla, recuerda a todos y proclama la grande y consoladora verdad de la misericordia paterna del Se-ñor (...). A los interrogantes en los que quise interesar con mi Encíclica a todos los hijos de la Iglesia para que dieran una respuesta convencida de fe, nos atrae este insigne santuario que ha surgido entre vosotros tan oportunamente. Constituye un "siglo" y, por tanto, una invitación a meditar y acoger el mensaje eterno de la salvación cristiana tal como brota del designio misericordioso de Dios Padre".

Fue aquella vez cuando el papa se encontró con la Madre Esperanza; apenas terminado el discurso dirigido a la familia religiosa del Amor Misericordioso, bajó de la cátedra, salió a su encuentro, la abrazó y le besó en la frente. Dos insignes apóstoles del Amor misericordioso se habían encontrado. La Madre debió sentirse profundamente comprendida y emocionada de gra-titud y en su corazón debió repetir: Nunc dimittis Domine. Aquel abrazo fue el broche de oro para toda su vida y su obra. Y los Hijos recordarán siempre las palabras que el mismo Vicario de Cristo les había dicho el 2 de enero de 1981:

Animo, queridísimo hermanos y hermanas. El mundo tiene sed, aún sin saberlo, de la misericordia divina, y vosotros estáis llamados a llevar esta agua prodigiosa y curativa del alma y del cuerpo".

La Madre Esperanza, aún en el desfallecimiento de sus facultades físicas, debió acoger estas palabras como una consigna, y repetir lo que ya había dicho otra vez: "Todo comenzará cuando yo haya muerto".

Se durmió en el Señor la mañana del 8 de febrero de 1983 a 90 años de edad.