Hijas mías, la virtud sobrenatural de la caridad tiene por principio a Dios. El y sólo El, la puede producir. Y sabemos que cualquier servicio que hacemos a nuestro prójimo lo hacemos a Jesús en persona el cual ha tomado como hecho a Sí, todo bien y todo daño que hagamos a nuestro prójimo, y según esto seremos juzgadas.
Hijas mías, me decía una de VV.CC. que ella no sabe cómo hacer para amar al prójimo como a si misma; que ella lo ve difícil.
Yo, hijas mías, no lo veo tanto, pues creo que para ello sólo hace falta amar a Jesús, pues sabido es que el que ama a otro sin esfuerzo, ama a la vez a los que ama su Amado; y como Jesús ama entrañablemente a los hombres, lógico es, hijas mías, que el amador de Jesús ame también al prójimo, tan amado de El.
Pidamos a Jesús, hijas mías, que en nuestros corazones arda el fuego divino de la mutua caridad, que no repara en sacrificios, aun a costa de su propia vida y lo que desea es aliviar a sus hermanos.
Acostumbrémonos a hacer con nuestros prójimos lo que quisiéramos nos hiciesen a nosotros.
Ya sabemos, hijas mías, que prójimo nuestro es todo aquel que goza o puede gozar de la eterna bienaventuranza, y en ellos entran las pobres almas del Purgatorio, los justos, es decir, todos aquellos que pueden salvarse, y a todos hemos de amar con caridad haciendo con ellos lo que desearíamos hiciesen los demás con nosotras.
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ultimo aggionamento 05 maggio, 2005