Roma, Lunes Santo, 19 de abril de 1943
Queridas hijas en estos días vamos a considerar la Pasión de Jesús y así hoy veremos a Jesús en el Huerto de Getsemaní y después en el prendimiento.
Jesús fue al Huerto para recogerse a la oración en lugar solitario, y para que allí lo hallase más fácilmente Judas, que conocía su costumbre de retirarse a aquel lugar para hacer su oración y para que en un huerto comenzase la Redención, ya que en el huerto del paraíso, comenzó la perdición del género humano.
Jesús en el tormento de su aflicción y tristeza, comenzó por privarse voluntariamente de toda alegría sensible y dio licencia a sus apetitos, para que brotasen con vehemencia sus penas.
Las aflicciones de Jesús tuvieron por causa: la representación de la muchedumbre casi infinita de los pecados de todo el mundo, como injuria infinita, hecha a Dios; los tormentos eternos que por ellos habían de padecer sus hijos; la ingratitud y perdición de tantos hombres que habían de desaprovechar: la Encarnación, la Redención y Sacramentos; la ingratitud y perdición del pueblo escogido, empeñado en desconocer el día de su visitación; la perdición de Judas, después de haber sido uno de los de su Escuela; el pecado de S. Pedro, el escándalo de sus discípulos y la aflicción de su Santísima Madre.
En las palabras que Jesús dirigió a sus discípulos, diciéndoles: «Triste está mi alma hasta la muerte, esperad aquí y velad conmigo», nos declaran hijas mías, la grandeza de su dolor sufrido por la grandeza de su amor, capaz de producirle la muerte como hombre si no se reservara para prolongar su tormento, para que después el hombre en vez de agradecérselo le ofenda, se burle de su Pasión y desperdicie las gracias de la Redención.
Jesús da a sus tres discípulos más queridos, parte de su aflicción, como les había dado también, parte de su gloria en el Tabor y los previene de que el medio de no entrar en la tentación es velar y orar.
Jesús se retiró a orar, para enseñarnos que el remedio de nuestras tristezas, no está en hablar con los hombres, sino con Dios que es Padre de consolación; se aparta de sus discípulos para privarse del consuelo de esta compañía.
Jesús hijas mías busca el consuelo en el retiro y soledad, para evitar la distracción; ejercita profundísima humildad, dando con su Divino Rostro en tierra por largo rato, muestra gran confianza y amor diciendo: «Padre mío», nos enseña singular abnegación de la propia voluntad, no queriendo que se haga su voluntad sino la del Padre.
Jesús reprende amorosamente a sus discípulos por haberse dormido y nos enseña, que cuando los hombres nos dormimos, El tiene cuidado de nuestra salvación, velando por ella y se compadece de esta falta, por ser fragilidad. Esto se entiende hijas mías, en cuanto a las faltas cometidas por fragilidad y cuando nos dormimos en la oración a pesar de luchar y haber puesto los medios para no dormirnos.
Jesús volvió segunda vez a la oración, para enseñarnos la perseverancia en ella y lo hace en las mismas condiciones de antes, diciendo: «Si no puede pasar este cáliz sin que Yo lo beba, hágase tu Voluntad».
Jesús se levantó y fue de nuevo a donde estaban sus discípulos y los dejó dormir compadecido de la flaqueza de ellos, pero esto aumentó su aflicción, pues no había quien le consolase ni en el cielo ni en la tierra; y entonces volvió tercera vez a la oración, perseverando en ella; y el Padre le envía un ángel para honrar a su Hijo y para confortarle, haciéndole presente las razones de la Redención, que El oyó con gran humildad.
Jesús sudó sangre en gran abundancia, por la terrible violencia con que le acometía el tormento y la tristeza y por la gran fuerza con que salía al encuentro de estas pasiones, resistiendo por el amor inmenso en el querer derramar su Sangre voluntariamente aún antes de perderla en los futuros tormentos y por el dolor que le causaban las aflicciones del cuerpo místico de sus escogidos.
Debilitado Jesús por el derramamiento de la Sangre, no había quien le enjugase el Rostro. Jesús sale confortado de la oración desechando el temor, para enseñarnos la eficacia de la oración.
Jesús va de nuevo a sus discípulos y les dice: que ya se acerca el que le ha de entregar y les muestra su amoroso Corazón, porque no sólo no les reprende por su sueño, sino que ni siquiera les dice nada.
Jesús es preso por los soldados, con un beso de Judas y conducido a casa de Anás: en el beso de Judas está la perfidia del traidor, porque la conspiración es tramada de noche, con los rabiosos enemigos de Jesús, por dinero y hablando mal de su Maestro. También fue perfidia en la acción, porque va a prenderlo aprovechándose del conocimiento que tiene de Jesús y del lugar sabido, acompañándose de muchos soldados, como si fuese un malhechor al que iba a prender y con un beso hipócrita y desvergonzado de paz. También hay perfidia en las palabras, llamándole Maestro y saludándole.
Jesús hijas mías, recibió a Judas con profundo dolor y tristeza y con amorosa reconvención le dice: «¿Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre?». Jesús se adelantó a recibir a los soldados, con lo cual manifiesta su poder, porque contiene a la turba, impidiendo que se acerquen a El, no obstante haber dado ya la señal el traidor.
Jesús aterró a sus enemigos con sólo decirles: «Yo soy», como aterró a Saulo para salvarle y así mismo espantará con su palabra a los réprobos el día del juicio. Jesús pone límite a las turbas, o sea, al furor de ellas, para que no toquen a sus Apóstoles y a la turbación de las mismas para que vuelvan en sí, pero no a la ceguedad voluntaria de ellos, porque El quería morir. Jesús hizo el milagro de tirarlos a todos de espaldas para que conociesen que era Dios y que por lo tanto iba a la muerte, por cumplir la voluntad de su Padre y no la de ellos, Jesús dice: «¿El cáliz que me dio mi Padre no queréis que lo beba?».
Veamos hijas mías, en el prendimiento de Jesús, los afectos de las personas que son opuestos: Judas enemigo de dentro de casa a pesar de pertenecer a la escuela de Jesús: los sayones enemigos de fuera de casa pero que odian a Jesús y los Apóstoles que aman a Jesús pero que le abandonan. Pedro llevado de su fervor hiere a Malco y Jesús calma los ánimos y cura a Malco, haciendo un bien a su enemigo y bien a Pedro para que no le persiguiesen, por resistir a la autoridad.
Jesús dice: «Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas», con lo cual les da licencia para que maltraten su divino cuerpo cuanto quieran. Inmediatamente comienzan a injuriar a Jesús, le atan las manos obradoras de tantas maravillas y repartidoras de tantos bienes, le dan de puntapiés y cubren su Divino Cuerpo de golpes, y los Apóstoles le afligen el Corazón dejándole solo, huyendo de allí por miedo. Con qué dolor contemplan los ojos de Jesús la huida de sus Apóstoles tan amados por El.
¿Y nosotras Esclavas de su Amor Misericordioso, tendremos valor de dejar solo a Jesús en el dolor, por miedo al sufrimiento le abandonaremos en vez de defenderle en este siglo en que tanto se le persigue?
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ultimo aggionamento 05 maggio, 2005