Roma, Domingo de Ramos, 18 abril 1943
Consideremos hijas mías, la entrada de Jesús en Jerusalén, y preparémonos para meditar la Pasión de nuestro Bondadoso Padre.
Jesús bebió el cáliz de la Pasión, corporalmente por medio de los Ministros y sayones, y espiritualmente, teniéndola siempre en la memoria. Nosotras Esclavas de su Amor Misericordioso debemos imitarle espiritualmente con afectos de dolor, compasión y tristeza, y corporalmente tomando voluntariamente algunas aflicciones: como ayunos, disciplinas etc. y en virtudes heroicas como obediencia, humildad, amor de Dios y del prójimo.
Las disposiciones para entrar en la Pasión de Jesús, son hijas mías: humildad de corazón confesando nuestras culpas, como causa de aquellos tormentos; confianza en la Misericordia de Dios y fervor en la oración atenta y devota y con limpieza de toda culpa. Los medios para meditar en la oración son varios, pero el más eficaz, creo es: considerar las personas que intervienen, las palabras, las obras y aprender de Jesús sus ansias de padecer y el modo de sufrir.
Los afectos que debemos sacar de la Pasión son: confusión por nuestros pecados; considerar a Quién hemos ofendido, qué nos ha hecho Jesús para que le tratemos con tan poco cariño y le ofendamos atreviéndonos a disgustarle; la Bondad de Dios y Sabiduría en hallar el medio de satisfacer nuestras deudas.
Creo hijas mías, que también es medio para meditar en la Pasión de Jesús y sacar fruto: considerar en cada misterio la persona que padece, su poder, caridad, inocencia y amor; a quién ama y por quién padece; la muchedumbre y gravedad de los tormentos; quiénes son los perseguidores: judíos, gentiles, nobles, plebeyos y potestades infernales; las personas por quienes padece son: amigos y enemigos; pasados, presentes y futuros; tiernos afectos con que padece: virtudes heroicas con las cuales padeció, para dejárnoslas como testamento: humildad, obediencia, caridad, amor, mansedumbre, fortaleza y paz.
Veamos también las siete estaciones que anduvo Jesús y la compañía que llevaba: sayones y verdugos como leones hambrientos, que deseaban beberle la Sangre. Consideremos también su dolor al ver sufrir a su Stma. Madre y los dolores de esta amantísima Madre que amaba a su Hijo Unigénito más que a si misma.
Veamos las cuatro principales virtudes que ejercita la Stma. Virgen: resignación, humildad, fortaleza y caridad hasta con los enemigos rogando por ellos.
Jesús subió acompañado de sus discípulos, desde Efrén a Jerusalén, con paso tan presuroso, que casi no podían seguirle sus Discípulos, porque sabía que ya iba a morir, pues los judíos ya habían celebrado un Concilio, en el que le habían condenado a muerte.
Jesús hijas mías, con esto quiso enseñarnos: que en los trabajos El va delante de nosotras, y que iba con gusto por obedecer al Padre, que ansiaba el dolor, y para quitar con su fervor el miedo que tenían sus discípulos por las cosas que El les había dicho iban a suceder.
Jesús declara a sus discípulos lo que había de padecer, para demostrarles que le era muy agradable el recuerdo y la conversación de sus tormentos y para prevenirlos con la fortaleza a resistir pero sus discípulos no entendieron el alcance de sus palabras, la magnitud de la Pasión y el mérito de ella. Como nos pasa a nosotras por no meditarla detenidamente.
Jesús entra en Jerusalén con ramos, es decir hijas mías, con honra y ramos de fiesta, para que después fuese mayor la ignominia con la deshonra y afrenta de la Pasión, a fin de mostrarnos su alegría en las muchas aflicciones experimentadas en Jerusalén y las que en la Pasión había de sufrir, y para enseñarnos que la pobreza, mansedumbre y humildad, son las notas que distinguen al Rey Celestial.
Jesús fue aclamado por el pueblo, que movido por la inspiración del cielo a gran entusiasmo y devoción, recibió al Señor con palmas y con ramos de olivo, símbolo de la victoria y de paz, tendiendo devotamente sus capas en el suelo y cantaban: «Gloria al Hijo de David. Bendito el que viene en el nombre del Señor». Los fariseos ciegos de envidia y de soberbia, piden a Jesús mande callar a las gentes, y El contestó, que si aquellos callaran, hablarían las piedras.
Jesús estando en el Monte de las Olivas, lloró sobre Jerusalén, de la cual profetiza que no quedará piedra sobre piedra, siendo destruida a causa del Deicidio que iba a cometer y más por el castigo eterno que le esperaba en la otra vida por no haberse aprovechado del día de su visitación sobre Jerusalén; por tantas almas perdidas y que habían de perderse desde el principio del mundo por el pecado.
Los fariseos murmuran de Jesús, quieren hacer callar a los niños y después de estar todo el día Jesús entre ellos, repartiendo bienes, no hay en todo Jerusalén quien le ofrezca un vaso de agua por miedo a los judíos y así tuvo que irse a Betania a dos mil pasos, a casa de Lázaro, con lo cual se muestra: Quién es Dios para con los hombres y quiénes son los hombres para con Dios.
Cuántas veces Jesús, después de estar todo el día entre nosotras, ayudándonos y repartiéndonos sus gracias, tiene que marcharse a otro sitio buscando amor, caridad y sacrificio, es decir hijas mías, buscando lo que nosotras le hemos negado, que es apagar la sed que El sufre de amor y el poder reinar en nuestros corazones.
Lloremos hijas mías, nuestras ingratitudes, pidamos con humildad y confianza perdón a nuestro Padre y supliquémosle no se vaya de nuestro lado, que descanse en nuestros corazones y apaguemos su sed, dándonos de lleno a su amor. Aprendamos, hijas mías, a no envanecernos de los honores, ni abatirnos en el infortunio, sino a buscar nuestra esperanza y contento en Jesús y en la oración.
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ultimo aggionamento 05 maggio, 2005