Roma, Sábado Santo, 24 Abril 1943
Queridas hijas: consideremos hoy, la triunfante Resurrección de nuestro Divino Jesús y el descendimiento al Limbo. El alma racional de Jesús unida a la Divinidad bajó al Limbo, donde estaban esperándole los santos sin gozar de la bienaventuranza y esperando su libertad o la hora de la Redención.
Descendió allí el alma de Jesús, para mostrarnos su Caridad en ir personalmente a librarlos, en vez de sacarlos por un solo acto de su Voluntad o por ministerio de los ángeles y su humildad bajando a aquella cárcel.
La entrada en el Limbo fue victoriosa acompañado de ángeles y quebrantando con la virtud de su sangre las cerraduras de aquel calabozo; con su presencia alumbró a todas las almas que allí había encontrándose en la luz de la gloria, el gozo de Jesús fue inmenso al rescatar aquellas almas y cumplir la promesa hecha al buen ladrón.
Jesús aceleró la hora de la Resurrección cumpliéndose la Escritura, para consolar a su afligida Madre y a sus amigos, para socorrer a sus discípulos que estaban en infidelidad y para alegrar al mundo con su luz.
Jesús comunicó su gloria a muchos de sus amigos resucitándoles con sus almas y cuerpos gloriosos, para muestra de su Omnipotencia y para darnos esperanzas de que resucitaremos en el espíritu a vida nueva si somos amigos de El.
En la Resurrección el Eterno Padre recompensa a su Hijo su humillación con una gloria inmensa, sus dolores con goces inefables, su pobreza con un Imperio absoluto y Jesús recompensa a sus fieles a medida de lo que por El han hecho: A la Stma. Virgen con un Océano de gozo, a Magdalena consuela en su dolor, a Pedro le alegra en su contrición y a sus fieles que le creían perdido les convierte en júbilo el pesar, como tierno amigo.
Jesús se apareció a su Stma. Madre y los ángeles a las santas mujeres. Jesús por su infinita Caridad, estuvo después de su Resurrección, cuarenta días haciendo las veces de Consolador: se apareció a los suyos varias veces para recoger a sus ovejas dispersas y para consolar a los afligidos, según sus oficios de Buen Pastor y Padre de infinita Caridad.
Jesús se apareció a la Stma. Virgen cuando afligidísima por los tormentos de su Divino Hijo, llevaba tres días en altísima contemplación, diciéndole con dulces lágrimas y afectuosos gemidos: «Levántate gloria mía y despierta ya del sueño de la muerte».
Se le apareció resplandeciente y hermoso y acompañado de innumerables ángeles y de las almas sacadas del Limbo, que darían gracias a la Stma. Virgen por haber cooperado a la gracia de la Redención, tuvieron tiernos coloquios y se darían los más tiernos abrazos, con gozo de Dios y alegría de la Stma. Virgen, revelando Jesús a su amantísima Madre, grandes secretos del cielo y prometiéndole visitarla muchas veces.
El domingo por la mañana, dando ejemplo de diligencia y sin temor a los guardias ni a la pesada piedra, fueron al Sepulcro la Magdalena y las piadosas mujeres para ungir el Cuerpo del Señor; llegaron al sepulcro y vieron quitada la piedra y un hermoso ángel que les notificó la Resurrección, mandándoles que llevasen la nueva a los Apóstoles, en particular a Pedro, para que no se tuviesen por desamparados y entrando ellas dentro del Sepulcro vieron dos ángeles que les certificaron lo mismo, porque la perseverancia merece mayores consolaciones.
La Magdalena, hijas mías, se distingue por su fervor, lágrimas y ansias de buscar a Jesús y así aunque las otras santas mujeres y Pedro y Juan que habían venido al sepulcro informados por ellas se retiraron, ella permaneció al lado del Sepulcro, siempre buscando el Cuerpo de su Dios, asomándose varias veces, sin enjugar sus lágrimas a la vista de los ángeles, puesto que no le satisfacían las criaturas.
Jesús le premia este amor y para excitarla más a él, se le apareció pero por la espalda, de modo que se tuviese que volver para mirarlo, en traje de hortelano, de suerte que no le conoció y le preguntó por qué llora, para demostrarle su poca fe en llorar por muerto al que estaba glorioso y vivo.
La Magdalena no habiéndole conocido le dice: «Señor, si tú le llevaste, dime dónde le pusiste, que yo le traeré» el amor y el dolor la hacen hablar enagenada, con el corazón y lengua fuera de sí, sin pensar más que en su Amado y prometiendo mucho más de lo que podía, todo lo cual es, hijas mías, prueba de amor.
Jesús se le descubre para premiar su ferviente amor diciéndole: «María» y en seguida ella mudando el corazón de la tristeza a la alegría e iluminado el entendimiento, le llama con nombre de reverencia y amor: «Maestro mío», ella se echa a los pies de Jesús para besárselos, pero Jesús no se lo permitió, para mostrarle la poca fe que había tenido y el mayor respeto con que en adelante le había de tratar, juntando reverencia y amor.
Jesús le dice: «Ve y diles a mis hermanos, que subo a mi Dios y vuestro, a mi Padre y vuestro Padre» para que entendiesen que la gloria de la Resurrección, no le había mudado la condición y así seguía dándoles el nombre de hermanos.
La Magdalena alcanzó a las mujeres, (pues el amor hace volar) les contó lo que había visto, aumentando en ellas el deseo de ver a Jesús y el Señor en premio de esto y de los trabajos de la noche, se les apareció diciéndoles: «Dios os salve», ellas inundadas en gozo se llegaron a Jesús, le adoraron y besaron los pies, consiguiendo ahora la Magdalena, lo que antes le negó el Señor.
Jesús dio a estas mujeres el encargo: «Decid a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán» para mostrarles su ternura en llamarles hermanos, para que gozasen de su presencia con más reposo, sin el miedo que tenían a los judíos, en los términos de Jerusalén, como a nosotras nos ha sacado del bullicio del mundo para que gocemos de El. Aprendamos hijas mías, de la Magdalena y de las piadosas mujeres: el amor a Dios, la diligencia y la humildad.
Los Apóstoles no creyeron a las mujeres, mostrando con ello dureza de juicio, lo cual prueba lo heroico que es creer lo que no se ve, aunque no se ha de creer siempre todo lo que se dice.
Pedro y Juan imágenes de la vida activa y contemplativa, fueron al Sepulcro para ver por si mismos lo que se les decía. Pedro retirándose a solas, tuvo la aparición del Maestro, a cuyos pies se echó llorando su pecado con gran vergüenza y obteniendo la seguridad del perdón y saludables consejos, él refirió a los demás Apóstoles la aparición, todos le creyeron dando crédito a la autorizada palabra y exclamaron: «El Señor ha resucitado verdaderamente y se ha aparecido a Simón».
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ultimo aggionamento 05 maggio, 2005