a4. Experiencia mística de la Madre: experiencia de paz

Por fin hacía el día 24 de enero, “cuando vamos las Hermanas a las 6 y ½ a la Capilla a hacer el Vía Crucis, la encontramos extasiada delante de la última estación. Tocan a la Capilla a las 7 menos cuarto llegan los Apostolinos y los Padres y ella no se da cuenta de nada un momento antes de venir todos la M. Mª Esperanza se ha acercado a la Madre y la ha oído decir: "No te alontanes Jesús porque si Tú te alontanas que será de los dos barcas de las Congregación se hundirán"[41].

La Madre así narra sus sentimientos  y su alegría ante este éxtasis. “¡Qué alegría, padre mío, ha experimentado mi alma esta tarde! He ido a hacer el Vía Crucis, y al llegar a la última estación he tenido el gran consuelo de poder ver un momentino al Buen Jesús. ¡Qué bueno es, padre mío! El, olvidándose de cuanto le he hecho sufrir, ha descorrido un momento ese velo que estos días le cubría y se ha dejado ver. Me ha reprendido amorosamente del tiempo que he perdido en estos días, pensando tantas cosas extrañas, las cuales me han robado el tiempo de la meditación, me han turbado el espíritu y amargado el corazón. Con su visita mi alma se halla un poco más templada en el fuego del amor, quizá porque he experimentado de nuevo el suave contacto de su presencia, con esta hermosa visión, pareciéndome, padre mío, que se ha realizado entre el Buen Jesús y yo, como una fusión de las dos voluntades en una sola, tocándome a mí en suerte acomodar la mía a la suya y en consecuencia me ha dicho: que debo haber para con El una grande y afectuosa sumisión a todos los acontecimientos que El disponga, felices o dolorosos, y a las humillaciones y tribulaciones de toda clase; es decir, padre mío, que según el Buen Jesús, mi voluntad debe mantenerse indiferente a todo, menos a mi santificación que dice la debo desear y procurar ardientemente, pero siempre en conformidad con su Divina Voluntad y para gloria suya; que no debo ambicionar más el placer de verle y de escuchar su dulce voz sino lo que El crea y más le agrade. Pida Vd., padre mío, para que yo ayudada del Buen Jesús, pueda cumplir siempre su Divina Voluntad y para que pueda apartarme en todo momento de todo aquello que me sea obstáculo para la unión con Nuestro Dios; y esté seguro que esto mismo es lo que yo pido para Vd[42].

Los deseos ardientes de amar a Dios en medio de esos problemas producen en ella unos efectos que los percibe como alteración incluso física y psicológica y los dolores que está padeciendo por  no verle  pensando que le ha ofendido tienen en ella un impacto espiritual arrollador. Dejo que ella misma nos lo cuente: “Debo decirle, padre mío, que a pesar de la visita de ayer y del deseo de dar al Buen Jesús cuanto El me pida, cuésteme lo que me costare, no sé lo que me sucede; lo cierto es que la noche de ayer y el día de hoy, lo he pasado de una manera muy extraña: me parece estar como aletargada, y apenas me doy cuenta de lo que digo y hago, y esto a pesar de no estar distraída, ya que no veo al Buen Jesús. Yo, padre mío, me siento hoy como cautiva de un fuerte amor hacia nuestro Dios, que me deja sin fuerzas, pareciéndome que estoy en un fuerte fuego o embriaguez, que parece me consume y esto me sucede sin que yo haga esfuerzo alguno en la meditación; yo sólo deseo estar a solas con el Buen Jesús y que llegue la noche para estar junto a su Sagrario, sin sentir a nadie y allí, a solas con El, en una dulce quietud, pasar la noche, debiendo hacer un esfuerzo para retirarme; y si viera, padre mío, ¡cuánto sufro cuando oigo hablar o gritar en los recreos y la violencia que me he de hacer, incluso para estar con Vds., ya que en este estado no tengo más deseos que estar a solas en mi habitación y esta es la razón por la cual me voy en estos días dejándolos solos. ¿Qué será esto, padre mío? ¿Será una tentación del diablo para que yo deje de atender a mis hijos e hijas? Por caridad, padre mío, pida Vd. al Buen Jesús le dé a conocer, si esto que me sucede lo quiere El o no y en tal caso ayúdeme a salir de este letargo”[43]. “No sé qué decirle, padre mío, sólo le puedo decir que me parece me hallo cada día más embebida en esa especie de letargo y sin darme cuenta se me fija la mirada, mente y corazón en el Buen Jesús, quedando como embebida en El, sin curarme de cuanto sucede a mi alrededor, ni cumplir mis obligaciones, caminando por casa sin preocuparme - a mi juicio - como antes, de ver lo que hacen los hijos e hijas. Vivo, padre mío, como embebida en los goces que proporciona el amor, o en la trapola que el tiñoso me ha tendido, para que yo llegue a trascurarme de mis obligaciones y abandonando la vigilancia y cuidado de hijos e hijas, él pueda trabajar con ellos excitándolos a hacer lo que no deban. ¡Qué horror, padre mío, esto no! Pida Vd. al Buen Jesús le dé a conocer si esto que me sucede, sin esfuerzo alguno mío, y sin verle, es cosa de El o no; y, sea la que fuere la causa, tráteme Vd. según El le ilumine, haciendo que yo pueda volver a mi estado normal de oración, vigilancia y dolor; pero pídale Vd. también al Buen Jesús, me conceda la gracia de que mi corazón arda siempre en su amor y que su rostro esté siempre grabado en mi mente y todo mi ser, como quedó en el Lienzo de la Verónica sin jamás borrarse”[44]


[41] Esperanza P d M, Appunti, 24.1.54

[42] Madre, Diario 27.1.54

[43] Madre, Diario, 28.1.54

[44] Madre, Diario 30.1.54