Conclusión

Es un comentario muy escueto de este tema tan importante y extraordinario que vive la Madre. Comentarlo en detalle exigiría un tratado  a parte, extenso y largo, cosa que excede lo que me he propuesto. Al ser somero y reducido, muchas cosas se han quedado en el tintero. Quien lea estas páginas lo entenderá  y disculpará.

Deseo concluir con cuatro anotaciones descontadas. La primera: normalmente pensamos que los místicos viven en el cielo, en contemplación constante y arrobamientos extraordinarios, sin luchas y sin problemas. La vida mística de la Madre nos revela que también ellos, los místicos, tienen que subir cada día a la cumbre del amor a Dios y a los hermanos, no han llegado a la meta y no llegarán nunca a la cumbre, no hay descanso tampoco para ellos. Hay que subir todos los días y hay tarea para toda la vida. Además, también ellos son humanos, viven en este mundo y también “algunas veces los deja nuestro Señor en su natural” y pueden sentir el ataque de todo lo peor[82]. En este sentido Teresa hace una observación muy precisa y verdadera: si tienen alguna mínima imperfección, se arrepienten amargamente e inmediatamente vuelven al camino del amor total. Teresa lo explica: “pues se ve lo que gana el alma en buena compañía que está, porque le da el Señor una gran entereza para no torcer nada de su servicio y buenas determinaciones, sino que parece le crecen[83].

Segunda. ¿Por qué y para qué el Señor les concede tales dones sublimes y celestiales? Nosotros, al hablar de dones o regalos, inmediatamente pensamos en “una recompensa” de Dios por haber llegado donde han llegado, por ser lo que son. Ciertamente son regalos también en este sentido, pero, según los designios de Dios, no son dones para disfrutarlos en la paz de todo el ser del místico, sino gracia grande que consiste en ser llamados a imitar a Jesucristo, viviendo como vivió Jesús. Dios, con todos los dones, busca fortalecer al místico más de lo que ya lo es, de modo que pueda imitar a Cristo “en el mucho padecer[84]. Ese es el don verdadero. La Madre nos recuerda que Dios pone al místico mirando  al Crucificado y toda pena, privación, trabajo y misión le parecerá poco teniendo a Cristo delante,

La tercera observación. Si observamos bien los diez “efectos” que esta vida mística produce en el alma, nos damos cuenta que prácticamente son los mismos con los que la Madre inculcó en todos sus escritos a la hora de presentar el espíritu de la vida consagrada en el A. M.: caridad, humildad, abnegación, oración, sacrifico, unión con Dios, olvido de sí mismos y lucha por vencer el pecado y la imperfección. En los escritos los presenta como deseo, meta y ascesis para lograrlos. En su experiencia mística los presenta como dones llegados a su plenitud. Así será quien cumpla y viva ese espíritu congregacional

Cuarta. Es hombre espiritual y de Dios sólo quien ama, quien imita a Jesús, quien vive con Jesús y sólo para Jesús. Las prácticas y todo lo que rodea el mundo del espíritu son sólo medios y no santifican de por sí. Sólo Dios santifica y hace santos sólo en la unión con él. La santidad como amor e imitación a Dios es lo más moderno y al mismo tiempo lo más tradicional. En espiritualidad no existen mentalidades tradicionales ni progresistas, cosas anticuadas y formas modernas de ser santo. Existe sólo amor a Dios y al prójimo. Lo más moderno y anticuado coinciden, pues es moderno en la medida en que nos lleva más fácilmente a Dio, de lo contrario es mal y oscuridad y es tradicional en la medida en que nos cambia haciéndonos uno con Dios. Todo lo demás son medios, formas y modos que ayudan a ir hacia Dios si se viven como entrega y donación de sí mismos.  El seguimiento de Jesús consiste en ser como él.


[82] Teresa, VII M, 4, 1

[83] Ibid, VII M, 4, 2

[84] Ibid, VII M, 4, 4