4. QUÉ VEN LOS MÍSTICOS EN LOS ÉXTASIS

Abordamos un tema tan transcendente a la mente humana en el que la inteligencia del hombre queda muda y a oscuras. Son realidades espirituales imposibles de descifrar al saber humano. El alma, como he dicho anteriormente, en el éxtasis puede “ver” a Dios, a los santos, a la Virgen María, a las almas del purgatorio, ... , pero la pregunta que ahora nos ponemos es la siguiente: ¿cómo esos seres espirituales se muestran al vidente extasiado? ¿Cómo los ve el místico es su éxtasis? ¿Los ve como si fuesen espirituales pero de carne y hueso? ¿El ser espiritual que se deja “ver” toma facciones humanas visibles al ojo humano?

La Madre, según los documentos que manejo, nunca dijo el cómo los veía. Por eso no existe otra alternativa que leer lo que otros místicos, sobre todo san Juan de la Cruz y santa Teresa, nos han dejado. También ellos disfrutaron de estas gracias místicas, pero “vieron a Dios transcendiendo toda ciencia”. Vieron sin saber cómo vieron y “grandes cosas entendí; no diré lo que sentí que me quede no sabiendo”.

Considero importante detenerme en la descripción que de un éxtasis hace san Juan de la Cruz, aunque sólo sea por curiosidad intelectual. Si la Madre no nos dice nada sobre este fenómeno, escuchar a los místicos que expresaron su experiencia nos pude iluminar para entender lo vivido por la Madre.

 

Entréme donde no supe,
y quédeme no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.

1

Yo no supe donde entraba,
pero, cuando allí me vi,
sin saber donde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí
que me quede no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.

2
De paz y de piedad
era la sciencia perfecta,
en profunda soledad,
entendida vía recta;
era cosa tan secreta,
que me quedé balbuciendo,
toda sciencia trascendiendo

3
Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado;
y el espíritu dotado
de un entender no entendiendo.
todas ciencia trascendieno.

4

Cuanto más alto se sube,
tanto menos entendía
que es la tenebrosa nube
que a la noche esclarecía;
por eso quien la sabía
queda siempre no sabiendo
toda sciencia trascendiendo.

5

El que allí llega de vero,
de sí mismo desfallesce;
cuanto sabía primero
mucho bajo le paresce;
y su sciencia tanto cresce,
que se quede no sabiendo,
y toda sciencia trascendiendo.

6

Este no saber sabiendo
es de tal alto poder,
que los sabios arguyendo
jamás le pueden vencer;
que no llega su saber
a no entender entendiendo
toda sciencia trascendiendo

7

Y es de tan alta excelencia
aqueste sumo saber,
que no hay facultad ni ciencia
que le puedan comprender;
quien se supiere vencer
con un no saber sabiendo,
irá siempre trascendiendo.

8

Y si lo queréis oír,
consiste esta suma ciencia
en un subido sentir
de la divinal Esencia.
Es obra de su clemencia
hacer quedar no entendiendo,
toda sciencia trascendiendo.

 

 

Entréme donde no supe. S. Juna de la Cruz no dice el lugar donde entró cuando fue en éxtasis y no lo puede saber porque es un lugar fuera del tiempo y del espacio. Pertenece a una categoría completamente desconocida al alma. No existen conceptos humanos para describirlo y, por eso, no sabe ni dónde estuvo y a dónde fue. “y quédeme no sabiendo”. Lo que el místico siente es un "desfallescimiento"(estrofa 5), que es algo así como una salida o una separación el alma del cuerpo, el cual no deja de estar en el mundo. Y es muy significativa la descripción de este “desfallecimiento”. El alma está talmente purificada del gusto por las cosas terrenales y se ha desasido talmente de ellas,, que queda despojada de todo, en soledad ante Dios. El alma, en esa condición, “abandona” el mundo y todo lo que éste implica y, sin morir, se separa del cuerpo, pero no sin objetivo, sino para ir a Dios. Preciosa descripción del éxtasis.

Ese total abandono de las cosas terrenas que se realiza en el éxtasis san Juan lo expresa con el término "entréme". Curiosamente san Juan nos dice que el alma “entra”, pero no en un lugar extraño, sino es una entrada “en sí misma”. El alma, adentrándose en sí, va saliendo de sí y saliendo de sí misma entra dentro de ella..

“Y quedéme no sabiendo”. Pero nótese que no dice "no sabiéndolo", refiriéndose al "dónde". En la unión con Dios el entendimiento no se anula. No se abandona la "sciencia", el saber, sino que se trasciende. Es "un nuevo entender de Dios” en Dios, dejando el viejo entender de hombre.

“Yo no supe dónde entraba, porque, cuando allí me vi, sin saber dónde me estaba, grandes cosas entendí, no diré lo que sentí, que me quedé no sabiendo, toda ciencia trascendiendo. “Grandes cosas entendí”. El éxtasis tiene un carácter muy activo: se “ve” y “se entiende”.

Este nuevo estado de conciencia lo describe Juan de la Cruz en su comentario a la segunda estrofa del poema de Noche, hablando de la salida del alma «por la secreta escala» de la sabiduría mística, que «de tal manera absorbe al alma y sume en su abismo secreto, que el alma echa de ver claro que está puesta alejadísima y remotísima de toda criatura, de suerte que le parece que la colocan en una profundísima y anchísima soledad donde no puede llegar alguna humana criatura, como un inmenso desierto que por ninguna parte tiene fin, tanto más deleitoso, sabroso y amoroso, cuanto más profundo, ancho y solo, donde el alma se ve tan secreta cuando se ve sobre toda temporal criatura levantada» (Noche 11, 17,6)[150].

“De paz y de piedad era la ciencia perfecta, en profunda soledad entendida, vía recta; era cosa tan secreta, que me quedé balbuciendo, toda ciencia trascendiendo”. Las «grandes cosas» percibidas en la estrofa anterior se condensan ahora en una realidad única, profunda y secreta, «era cosa tan secreta», algo para lo cual no hay nombre apropiado.

Esa «cosa tan secreta», tal y como san Juan de Dios dice en la Noche oscura, es la contemplación misma, «la cual es oculta y secreta para el mismo que la tiene»[151], esto es, la experiencia suprema del espíritu como amor insondable, algo que excede todo conocimiento y lenguaje.

Comprender eso que está más allá de la razón es tan imposible como hacer que un ciego de nacimiento distinga los colores explicándoselos, se quedaría solamente con el «nombre de ellos»[152]. Por eso, él no le pone nombre a esa «cosa tan secreta» que es «la ciencia perfecta», la «mística teología, que quiere decir sabiduría de Dios secreta o escondida», «porque es secreta al mismo entendimiento que la recibe»[153]. «La contemplación es hallar la cosa -escribiría más tarde un discípulo suyo,

Más ampliamente san Juan de la Cruz explica el por qué esta ciencia es “secreta”. «Primeramente llama secreta a esta contemplación tenebrosa por cuanto ésta es la teología mística, que llaman los teólogos sabiduría secreta que se comunica e infunde en el alma por amor, lo cual acaece secretamente a oscuras de la obra del entendimiento y de las demás potencias... y no sólo por esto se puede llamar secreta, sino también por los efectos que hace en el alma ... para no saber decir de ella el alma nada; mas también después en la iluminación, cuando más a las claras se le comunica esta sabiduría, le es al alma tan secreta para decir y ponerle nombre para decirlo, que, además de que ninguna gana le dé al alma de decirla, no halla modo ni manera ni símil que le cuadre para poder significar inteligencia tan subida y sentimiento espiritual tan delicado. Y así, aunque más ganas tuviese de decirlo, y más significaciones trajese, siempre se quedaría secreto y por decir»[154].

Consecuentemente, de esta «ciencia perfecta» pero «tan secreta» que es la contemplación mística, lo más que pueden decirse son algunas de sus características esenciales -que es «de paz y de piedad», sus circunstancias -«en profunda soledad», en secreta intimidad, y que es percibida de manera inmediata -«entendida vía recta»-, sin medios, sin imágenes, sin representaciones, sin conceptos, es decir, en desnudez de espíritu. Pero la realidad misma de la contemplación, existencialmente vivida y padecida, no se puede decir, permanece en su misterioso secreto, «era cosa tan secreta que me quedé balbuciendo». Sólo puede ser sugerida, insinuada, de manera balbuciente, como recordará después en uno de sus Avisos: «Mire aquel infinito saber y aquel secreto escondido, ¡qué paz, qué amor, qué silencio en aquel pecho divino, qué ciencia tan levantada es la que Dios allí enseña, que es lo que llamamos actos anagógicos, que tanto encienden el corazón»[155]

“Estaba tan embebido, tan absorto y ajenado, que se quedó mi sentido de todo sentir privado, y el espíritu dotado de un entender no entendiendo, toda ciencia trascendiendo”. Sobreviene una nueva etapa en el proceso de la contemplación mística: la negación del entendimiento que lleva, paradójicamente, a un entendimiento mayor, a «un entender no entendiendo», a un estado de conciencia donde la realidad es percibida de manera inmediata, intuitiva, puesto que los sentidos (la razón, la mente, la conciencia empírica ordinaria) han delegado sus funciones anteriores en beneficio del espíritu, dotado ahora de una agudeza inaudita y por la cual el sujeto percibe de manera directa esa realidad en la que se halla inmerso: «tan embebido, / tan absorto y ajenado». Esto es, que habla sin palabras a su íntima esencia, de sustancia a sustancia, y que le «toca» profundamente, «porque esto tiene el lenguaje de Dios, que por ser muy íntimo al alma y espiritual, en que excede todo sentido, luego hace cesar y enmudecer toda la armonía y habilidad de los sentidos exteriores e interiores ... De donde, por cuanto la sabiduría de esta contemplación es lenguaje de Dios al alma de puro espíritu a espíritu puro, todo lo que es menos que espíritu, como son los sentidos, no lo reciben, y así le es secreto y no lo saben ni pueden decir, ni tienen gana porque no ven cómo»[156]. Es el lenguaje sabroso del «callado amor», «todo envuelto en silencio»[157].

En este traspaso o encantamiento que experimenta el místico en la salida de sus propios límites, el sujeto se manifiesta como un ser «alienado», con una conciencia «alterada». Esta es, sin duda, la característica más peculiar y manifiesta del sujeto místico, desposeído de sí mismo -«de sí mismo desfallece»-, y por eso también «embebido, absorto y ajenado» en una realidad más plena, la vida misma del Espíritu,

“El que allí llega de vero, de sí mismo desfallece; cuanto sabía primero mucho bajo le parece; y su ciencia tanto crece, que se queda no sabiendo, toda ciencia trascendiendo”. La estrofa indica claramente dos cosas.

- En primer lugar, que en ese nuevo estado de conciencia el sujeto místico se ve despojado de su condición anterior egocéntrica, de la falsa identidad del sí mismo como realidad individual separada -«de sí mismo desfallece»-, sintiéndose ahora invadido por Otro (que no es otro respecto de nadie, sino el Todo) y que se le revela como poder iluminado, como realidad numinosa, amorosa y santa, y cuya «ciencia tanto crece» que le hace quedar «no sabiendo», en actitud puramente contemplativa.

- En segundo lugar, que la nueva ciencia mística y el antiguo saber no se parecen en nada -«cuanto sabía primero mucho bajo le parece»-, hasta el punto de que esa nueva ciencia crece en un sentido inverso al del antiguo saber, no ya por la afirmación del entendimiento, ni por el deseo de posesión de las cosas, sino por su negación, «no sabiendo», esto es, en actitud totalmente gratuita y de pura receptividad: «Si purificares tu alma de extrañas posesiones y apetitos, entenderás en espíritu las cosas, y si negares el apetito en ellas, gozarás de la verdad de ellas, entendiendo en ellas lo cierto»[158].

“Cuanto más alto se sube, tanto menos se entendía, que es la tenebrosa nube que a la noche esclarecía; por eso quien la sabía queda siempre no sabiendo, toda ciencia trascendiendo.” Lo que quiere decir el místico es que ahora el entendimiento (toda la conciencia anterior) se oscurece totalmente en beneficio de una «tenebrosa nube / que a la noche esclarecía».

“Este saber no sabiendo es de tan alto poder, que los sabios, arguyendo, jamás le pueden vencer; que no llega su saber a no entender entendiendo, toda ciencia trascendiendo”. La sabiduría mística es la sencillez del amor, un conocimiento inocente, de no-ciencia, de «docta ignorancia», al que no se llega por la ciencia de los sabios y sus argumentaciones, y que, sin embargo, paradójicamente, es de más «alto poder», excede todo conocimiento, sobrepasa todo saber, porque capta el espíritu de toda las cosas en desnudez de sentido.

Y eso es precisamente lo que se percibe en estado de contemplación, de gratuita receptividad ante el misterio, «ya que en este estado de contemplación Dios es el agente y el alma es la paciente, porque ella sólo se ha como el que recibe y como en quien se hace, y Dios como el que da y como el que en ella hace, dándole los bienes espirituales en la contemplación, que es noticia y amor divino junto, esto es, noticia amorosa, sin que el alma use de sus actos y discursos naturales»[159]. Por lo cual «el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa a Dios, sin particular consideración, en paz interior y quietud y descanso y sin actos y ejercicios de las potencias ... , sino sólo con la atención y noticia general amorosa que decimos, sin particular inteligencia y sin tender sobre qué»[160].

Es, en definitiva, la sabiduría del «callado amor», «todo envuelto en silencio», el lenguaje «que Dios más oye»[161],

Y es de tan alta excelencia aqueste sumo saber, que no hay facultad ni ciencia que le puedan emprender; quien se supiere vencer con un no saber sabiendo, irá siempre trascendiendo”. San Juan exalta de nuevo la excelencia de este supremo saber, distinto de cualquier otro modo de conocimiento -«facultad ni ciencia»- y que se acrecienta de manera paradójica por su misma negación -«con un no saber sabiendo»-, mediante el proceso de absoluta desposesión de sí mismos. De manera que quien en este proceso «se supiere vencer», esto es, abrirse en absoluta receptividad, «irá siempre trascendiendo».

La contemplación es receptividad: «la contemplación pura consiste en recibir»[162]. Pero para recibir esos «bienes inmensos de Dios que no caben ni caen sino en un corazón vacío y solitario», se requiere el despojo total, disponer la conciencia en toda su capacidad, pues «estas cavernas que son las potencias del alma -memoria, entendimiento y voluntad-, las cuales son tan profundas cuanto de grandes bienes son capaces, pues no se llenan con menos que infinito, cuando no están vacías y purgadas y limpias de toda afección de criatura, no sienten el vacío grande de su profunda capacidad, y es cosa admirable que, con ser capaces de infinitos bienes, baste el menor de ellos a embarazarlas de manera que no los puedan recibir hasta de todo punto vaciarse»[163]. Y así, consecuentemente, «no es posible que esta altísima sabiduría y lenguaje de Dios, cual es esta contemplación, se pueda recibir menos que en espíritu callado y desarrimado de sabores y noticias discursivas»[164]

Y si lo queréis oír, consiste esta suma ciencia en un subido sentir de la divinal esencia; es obra de su clemencia hacer quedar no entendiendo, toda ciencia trascendiendo”. Se nos dice que la ciencia mística no es cosa del entendimiento, y por eso mismo tampoco puede reducirse a concepto. Es «suma ciencia», que consiste en un «subido sentir», «es obra de su clemencia»-, por modo misterioso, y es para el místico ese «subido sentir» la más completa forma de comprender, distinta de “todo aquel entender, gustar e imaginar” de la conciencia ordinaria[165]

 

Experiencia de Santa Teresa de Jesús

Lo primero que Teresa experimenta ante el éxtasis es precisamente la dificultad insuperable para superar la barrera de «inefabilidad» que entraña la singularísima experiencia extática. Igual que san Juan de la Cruz, como hemos visto. Teresa siente que es transportada más allá de las realidades intramundanas.

Teresa “balbucea” al escribir esa experiencia y lo repite varias veces: «No sé si acertaré a decir lo que he entendido…»[166]; «¿cómo se puede entender que entiende ese secreto? – Yo no lo sé, ni quizá ninguna criatura…»[167]; «no sé si atinaré en lo que digo…»[168]. Y terminará el capítulo confesando: «No sé si queda dado algo a entender de qué cosa es arrobamiento, que todo es imposible»[169]

En ese estado inefable de “arrobamiento”, donde los sentidos externos quedan “suspendidos”, el alma conoce, ama, goza y sufre. «Lo que yo entiendo en este caso es que el alma nunca estuvo tan despierta para las cosas de Dios, ni con tan gran luz y conocimiento de Su Majestad. Parecerá imposible, porque si las potencias están tan absortas, que podemos decir que están muertas, y los sentidos lo mismo, ¿cómo se puede entender que entiende ese secreto? Yo no lo sé, ni quizá ninguna criatura, sino el mismo Criador…»[170]. La luz, el entender verdades, y el iniciarse en lo secreto de Dios es el meollo del éxtasis.

«Quedan unas verdades en esta alma tan fijas de la grandeza de Dios, que cuando no tuviera fe que le dice quién es y que está obligada a creerle por Dios, le adorara desde aquel punto por tal»[171]. Es decir, no hay éxtasis sin experiencia del misterio de Dios. Ahí su núcleo religioso.

El éxtasis no es pasividad del alma. Es una interacción real entre Dios y el alma. Arrobamiento es «que roba Dios toda el alma para sí, y que como a cosa suya propia y ya esposa suya, la va mostrando alguna partecita del reino que ha ganado, por serlo; que, por poca que sea, es todo mucho lo que hay en este gran Dios, y no quiere estorbo de nadie, ni de potencias ni sentidos; sino de presto manda cerrar las puertas de estas moradas todas, y solo en la que él está queda abierta para entrambos»[172]

Esa especie de acercamiento al ámbito de Dios es, en el fondo, la última razón del éxtasis: «Parece que quiere nuestro Señor que todos entiendan que aquel alma es ya suya, que no ha de tocar nadie en ella; en el cuerpo, en la honra, en la hacienda, enhorabuena, que de todo sacará honra para Su Majestad; mas en el alma, eso no…!»[173]


[150] www.revistadeespiritualidad.com/upload/pdf/125articulo.pdf

[151] San Juan de Dios, Noche, 1, 9, 6

[152] San Juan de la Cruz, Subida 11, 3,2

[153] San Juan de la Cruz, Cántico B 27,5; 39,12; Subida 11, 8,6

[154] San Juan de la Cruz, Noche n, 17,2-3

[155] San Juan de la Cruz, Dichos, 138

[156] San Juan de la Cruz, Noche n, 17,3-4

[157] San Juan de la Cruz, Dichos 131; Carta 8, a las Carmelitas Descalzas de Beas, 22 noviembre 1578

[158] San Juan de la Cruz, Dichos 48

[159] San Juan de la Cruz, Llama B 3,32

[160] San Juan de la Cruz, Subida 11,13,4

[161] San Juan de la Cruz, Dichos 131; Carta 8, a las Carmelitas Descalzas de Beas, 22 noviembre 1578

[162] San Juan de la Cruz, Llama B 3,36

[163] San Juan de la Cruz, Llama B 3,18

[164] San Juan de la Cruz, ibid., 3,37; Carta 15, a la Madre Leonor de San Gabriel, 8 julio 1589

[165] San Juan de la Cruz, Subida, II, 4, 2

[166] Teresa VI M, 4, 2

[167] Ibid, VI M, 4, 4

[168] Ibid, VI M, 4, 7

[169] Ibid, VI M, 4, 17

[170] Ibid, VI M, 4, 4

[171] Teresa, VI M, 4, 6

[172] ibid, VI M 4, 9

[173] Ibid, VI M 4, 16