3. DIOS, PORQUE ES PADRE Y AMA MISERICORDIOSAMENTE, PADECE LOS SUFRIMIENTOS DEL AMOR

Este Padre misericordioso, porque ama, “sufre” también hoy ante el pecado del hombre. Sufre porque el hombre reniega de su amor y sufre, también, ante las miserias y cruces de la vida que afligen a sus hijos. Esta experiencia extática de la Madre, en la que “ve” a Dios sufriendo por sus hijos pródigos y por sus hijos que padecen estrecheces y necesidades, puede sonar a cursilería, causando un poco de extrañeza. ¿Puede Dios, que es espíritu puro, sufrir como sufre un padre que ama verdaderamente a sus hijos? ¿Puede el dolor atacar al mismo Dios? La teología nos dice que un espíritu no puede sufrir porque es espíritu. La Madre se alinea con esa corriente de espiritualidad que afirma que Dios sufre los padecimientos típicos del amor. Quien ama verdaderamente, sufre ante el dolor de la persona amada.

Los Padres de la Iglesia, en general, y la teología clásica consideraron incompatible el dolor en Dios, pues sería una imperfección que atentaria contra su absoluta impasibilidad. Así, en teología, los estudios sobre el Misterio de Dios iniciaban con la reflexión obligada sobre la esencial impasibilidad de Dios. Si a esto añadimos el justo rechazo por parte de la Iglesia del patripasianismo y el teopasquismo, (error del sig. IV que sostenía que el Padre habría padecido y muerto en Jesús de Nazaret), tenemos el cuadro completo del aparcamiento de un tema que hoy surge con fuerza, no sólo a nivel teológico sino también a nivel del Magisterio de la Iglesia

La Comisión Teológica Internacional se expresa en estos términos: “La economía de la salvación manifiesta que el Hijo eterno, en su misma vida asume el acontecimiento “kenótico” del nacimiento, de la vida humana y de la muerte de cruz. Este acontecimiento, en el que Dios se revela y comunica absoluta y definitivamente, afecta, de algún modo, al ser propio de Dios Padre, en cuanto que él es el Dios que realiza estos misterios y los vive como propios y suyos con el Hijo y el Espíritu Santo”[234]. La CTI reconoce que el dolor de Cristo afecta de algún modo al ser propio del Padre, en cuanto que él es quien realiza esos misterios como origen Fontal de la salvación.

Los teólogos actuales reinterpretan este tema reconociendo que Dios Padre, en Cristo, sin perder nada de su absoluta transcendencia sobre todo lo creatural, “deviene, sufre, muere y resucita realmente como Dios[235]. Es la segunda Persona de la Trinidad, el Hijo encarnado, el que muere y sufre la vida y pasión. Si bien este sufrimiento de Cristo, siempre real y no utópico, tiene su raíz última en el misterio de Dios, en el que las tres divinas Personas viven su entrega respectiva de donación plena y total. Esto, pues, es el dolor del Padre por amor en Cristo: “es la libre prolongación “ad extra” del amor oblativo del Padre en la eternidad, que la teología kenótica rusa y anglicana llamaamor sacrificial” o “kénosis eterna[236]

El ser eterno del Padre, como plenitud, se revela en la entrega de su Hijo en la cruz como AMOR. Allí donde hay un amor verdadero, se da indefectiblemente un tipo de dolor por amor. Es dolor en cuanto se da una autodonación o autoinmolación para que sea y viva el otro. Un salir de uno mismo en favor de la realización y felicidad del otro.

Es el caso de Dios Padre. Por eso, con razón se ha dicho, que “el dolor de Dios es su amor[237]. Esto es el Padre en la eternidad y en la historia de la salvación. “En el fondo está siempre la cruz. Es Dios, sí, pero no el Todopoderoso, sino el Dios Padre, con la congoja de un Padre y la impotencia de un Padre, en los que late la fuerza del amor: un Dios admirable, doliente, crucificado[238]

Por lo que concierne al Magisterio, son dignas de mención las palabras de Juan Pablo II, donde resalta un cambio notable en la comprensión del dolor de Dios, en relación con el patripasianismo y con el teopaquismo: “La concepción de Dios como ser necesariamente perfectísimo excluye ciertamente de Dios todo dolor derivado de limitaciones o heridas; pero en las profundidades de Dios se da un amor de Padre que, ante el pecado del hombre, según el lenguaje bíblico, reacciona hasta el punto de exclamar: “Estoy arrepentido de haber hecho al hombre” (Gen 6, 7)… Pero a menudo el Libro Sagrado nos habla de un Padre que siente compasión por el hombre como compartiendo su dolor. En definitiva, este inescrutable e indecible “dolor” de Padre engendrará sobre todo, la admirable economía del amor redentor de Jesucristo[239].

Juan Pablo II amplía esta visión de la CTI sobre el dolor del Padre con los hombres que sufren en cuanto “siente compasión por el hombre, como compartiendo su dolor”. Ya no sufre sólo por el dolor de Cristo, sino también por los sufrimientos del hombre. Dios sufre con el hombre sintiendo compasión por él. Es el sufrimiento de la compasión misericordiosa. Aquí hay un cambio cualitativo en la forma de entender la impasibilidad de Dios.

He creído conveniente incluir esta introducción porque estamos en un terreno difícil de comprender a la mente humana y porque es fácil dar opiniones en contra con mucha facilonería.

Es sabido que los místicos, que hablan por experiencia, difieren mucho en ciertos puntos del sentir corriente de la teología. Y este es uno de ellos. Es sorprendente leer con qué fuerza, convicción, ternura y generosidad la Madre “ve” estos sufrimientos de Jesús, le suplica que se los dé a ella y que deje él de sufrir, que no sufra porque ella está haciendo todo lo que puede para ayudar a que los miembros de la Congregación vuelvan a ser fervorosos. No soporta “contemplar” los sufrimientos de Jesús: son demasiado grandes.

Ve y revive los sufrimientos de la Pasión de Jesús y le pide de sufrirlos ella misma. Pero ve la cara de pena y de dolor de Jesús por las negaciones de los hombres y eso la estimula a pedir con ahínco que descargue el Señor esos sufrimientos sobre ella.

Es una experiencia demasiado alta y fuerte para comentarla. Por eso pondré algunos textos de seguido y que quien lea esas páginas se contagie con estos sufrimientos del A. M.

“Te das cuenta, Jesús mío, ¡cuánto sufrí viéndote a Ti con ese sufrimiento! Yo, Jesús mío, tengo grande pena; quisiera morir yo, quisiera sufrirlo yo todo, pero Tú no, ¡Jesús mío! Tú ya sufres bastante, ¡ya has sufrido muchísimo por nosotros!”[240]

“Tú ya sabes que yo no quiero nada; quiero lo que Tú quieras: si quieres que muera, morir quiero; si quieres que sufra, sufrir quiero, pero no quiero verte sufrir a Ti, que ya sufres bastante, ¡Jesús mío!. ... un poco más tranquilo, Jesús mío, No, nadie sufrirá lo que Tú has sufrido; así es que piensa el modo de arreglar esto para que puedas estar más tranquilo”[241]

“Yo quiero ir Contigo, quiero estar allí, quiero hacer tu voluntad; quiero sufrir amándote y vivir sufriendo. Todo aquello que Tú debas sufrir quiero sufrirlo yo por Ti, y Tú, si alguna cosa tienen, atribúyemela a mí, porque he perdido mucho, muchísimo tiempo ... podía también yo haberlo arreglado un poco”[242]

“Y quiero sí, Jesús mío, quiero sufrir; porque que Tú sufras y yo esté así ... no, es demasiado blando, demasiado sufrir Tú y velar yo”[243]

“Tendrás que sufrir como estás sufriendo, pero si todavía hay alguno que te hace sufrir, yo estoy tranquila porque Tú tienes paciencia, tienes amor”[244]

“No sufras, Jesús mío, que verás que todo se arregla. Aquellos que tanto te han hecho sufrir y Tú les has perdonado mucho más; aquellos que verdaderamente no han querido nada Contigo, hoy lo quieren; verás, poco a poco ...No son todos, es solamente un grupo de "locos"; no es otra cosa, Jesús. ¡Ten paciencia, Jesús mío! que tu amor sea siempre superior al dolor, Jesús; yo te lo suplico, que sea siempre más grande el amor que el dolor. Si el dolor lo tienes, Jesús, "Ecce Ancilla Domini" yo no digo nada, pero que sea siempre más grande el amor[245]

“No me canso, me maravillo, me destroza el corazón verte a Ti tan destrozado, ¡Jesús mío! me destroza el corazón verte a ti tan destrozado, tan abatido, ¡tan dolorido! ¡Jesús basta! menos, ¡un poco menos! lo mismo los hijos que las hijas estarán contentos, ¡un poco menos, Jesús! ¡un poco menos! Que no se penetren solamente de dolor por verte a Ti de esta manera, Jesús mío, sino del amor; y que por amor no dejen de hacer nada que no sea por Ti y para Ti, para que todo se arregle como Tú quieras, para que las almas vengan a Ti sin hacerte sufrir tanto. Para nosotros, ¡qué te digo, Jesús mío! es dolorosísimo el no poder meter las manos y limpiarte esa sangre que te agota, que te quita las fuerzas, ¡ayúdanos, Jesús mío! Ayúdanos a darte mucha, mucha gloria, ¡muchísima, Jesús! que Tú puedas estar sin tanto dolor, sin tantos sufrimientos, sin tanta angustia que ya no puedes más. Dame a mí una parte de lo que Tú tienes y digo una parte, pero si me lo quieres dar todo ... yo, Jesús mío, creo que lo quiero todo Tú lo sabes porque conoces mi intención, conoces mi manera de pensar, conoces que yo lo quiero todo para ayudarte a Ti y que no te vea yo sufrir de esta manera; es demasiado, Jesús mío, ¡es demasiado sufrimiento!! Eso no es el hombre, no es el hombre es la estatua; no es el hombre Jesús, ahí no puedes reposar. Hazlo, que no se puede más, yo creo que tu corazón tampoco lo resistirá. Es demasiado fuerte tu dolor, es demasiado fuerte para que las almas puedan verte en esas condiciones. Basta ya de sufrir, Jesús mío! Basta ya de sufrir, no tienen ningún motivo para darte este sufrimiento, basta ya! Tú puedes hacerlo; que te vean tranquilo, sin este dolor[246]

“Jesús, coge a tus criaturas y que ninguna - como buen Padre - que ninguna sufra viendo a su Padre así, ¡hazlo, Jesús! ¡Hazlo, Jesús de mi vida!! Aleja de Ti, Jesús mío, este grande sufrimiento que tienes, este dolor que sientes por tus hijos e hijas; el dolor mándalo lejos, puedes hacerlo. Que los hijos y las hijas yo creo, que con sólo verte se han arrepentido, porque se han asustado del modo como te han visto; el dolor para ellos también ha sido grande y lo es mientras te vean así”[247].

“¡Cómo resistes una cosa tan fuerte, Jesús mío!! no, no sufras más por nosotros, ¡no sufras, Jesús!!! No sabremos darte otra cosa y quizá te hemos disgustado, pero ten compasión de todos nosotros y ayúdanos, Señor, a amarte fuertemente y a sufrir lo que Tú quieras que suframos. ¡No sufras más, Jesús mío! es mucho el tiempo que estoy Contigo y veo lo muchísimo que sufres. Yo estaré siempre Contigo, pudiendo impedir que las Hermanas tengan celos o cualquier cosa, procuraré hacer de manera que pueda estar Contigo sin que ellas se den cuenta y así desaparezcan los celos[248]

“Que ni los hijos ni las hijas vayan girando de acá para allá sino que aquí mismo, como Tú estás sufriendo ... que también los hijos y las hijas tengan ese deseo, esa necesidad de vivir contigo; ayúdales, Jesús mío y dales salud y mucha paz en el alma, ¡hazlo, Jesús!!”[249]

“No sufras más, Jesús mío; no sufras Tú más, que verás que todo te viene bien; no sufras; Tú Jesús, no tienes por qué sufrir. Te atrae el amor a las criaturas, pero qué amor tan triste, ¡qué amor más duro! ¡qué dolor para Ti!! Hazlo, Jesús mío, cálmate un poco. Que vivan junto a Ti, que estén Contigo, cálmate un poco! Que puedan ganar estos hijos, para un mañana, una grande gloria; pero tienes Tú que hacerlo, sino las fuerzas no lo sé, ... sí, pero esas se terminan”[250]

“Quisiera decirte muchas cosas, muchísimas, pero te veo angustiado, un poco agobiado ... Yo no quiero nada más que esto: que seas mi Dios, mi Señor y mi todo; esto sí, que yo sea toda para Ti, pero Tú dame aquello que creas conveniente y ayuda a las hijas y a los hijos; ayúdales, que buenos son y ellas también, pero ayúdales”[251].

“Sin ti no hacer nada; ayúdame Tú siempre, Jesús, ayúdame y dame sufrimientos. Basta que vengan de Ti para que yo lo pueda hacer. Si te pudiera quitar todos los sufrimientos que Tú tienes! si yo pudiera, te los quitaría, que es mucho lo que has sufrido ya, ¡es muchísimo! Y yo quiero vivir para amarte y amarte sufriendo; pero que Tú no sufras, Jesús, que Tú no sufras que a mí me da mucha pena verte sufrir de esta manera, ¡de verte así dolorido, Jesús!”[252]

“No me digas que te queda todavía tanto que sufrir, ¡Jesús mío! ¿¡cómo puedes querer sufrir más de lo que estás sufriendo?! ¡no, Jesús!! Estáte con nosotras y verás que estás contento; las hijas son buenas, los hijos también; estarás contento de encontrarte en medio de los hijos y las hijas; ¡hazlo, Jesús mío! ¡hazlo!”[253]

“Y a mí ayúdame para que pueda, por lo menos, por lo menos quitarte a Ti todas las penas que tengas, estar Contigo para ayudarte en todo aquello que Tú quieras y también todo aquello que yo pueda y que así seamos una familia; una familia que vienen ellos por una parte, ellas por la otra y yo por la otra y estamos todos ... ¿que te daremos guerra? no, no te haremos sufrir, no, no Jesús mío, no, verás que no te damos ningún disgusto; queremos estar unidas a Ti y vivir Contigo; no tenemos ganas de morir, no, sino de estar Contigo, ¡de vivir!”[254]

“Pero que no se acostumbren a estar siempre: "hazme esto, yo quiero..." que no se acostumbren a hacer ... no quiero hacerlas sufrir, pero tampoco que ellas ... Así es que, Jesús mío, yo te pido la gracia de que los hijos y las hijas no hagan nada que a Ti te desagrade, Jesús mío; que estos hijos que tienen más libertad que los otros porque están aquí, no tengan la desgracia de ir adelante así, con tanto alboroto, ¡ayúdales, Jesús mío!”[255]


[234] Comisión Teológica Internacional, citado en N. Silanes, o. c., pag 78

[235] C. Nigro, citado en Silanes, pag. 79

[236] Ibid

[237] K. Kitamori, Teología del dolor de Dios, Salamanca 1975, 32 en Silanes, pag 79

[238] Citado en Silanes, pag 79

[239] Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, n 39, citado en N. Silanes, o c., pag 78

[240] Pan 22, 44

[241] Pan 22, 449-50

[242] Pan 22, 455

[243] Pan 22, 468

[244] Pan 22, 586

[245] Pan 22, 621-22

[246] Pan 22, 665-70

[247] Pan 22, 672

[248] Pan 22, 683-87

[249] Pan 22, 925

[250] Pan 22, 928

[251] Pan 22, 934

[252] Pan 22, 1011-12

[253] Pan 22, 1014

[254] Pan 22, 1044

[255] Pan 22, 1065