1. Introducción

Antes de fijarnos en lo que vive la Madre en sus éxtasis creo conveniente fijarnos brevemente en lo que enseñó en este punto, pues, a la luz de su enseñanza, fruto de su experiencia, será más fácil interpretar certeramente lo que la Madre vivía y sentía en los éxtasis..

La perfecta conformidad con la voluntad divina es para la Madre uno de los principales medios de santificación. La Madre, en su magisterio, así presentaba la necesidad del cumplimiento de la voluntad divina para santificarse en el A. M. “Aquí es, hijas mías, donde se realiza la indiferencia a que todas debemos aspirar y que es propiedad de las almas que caminan por la senda de la santidad, las cuales están dispuestas al dolor como al gozo, al desprecio como al honor, a la privación como a la abundancia, a la salud como a la enfermedad, y a la muerte como a la vida; todas estas cosas le son iguales, una sola cosa le interesa, la gloria de su Dios. Al alma que camina por la santidad, sólo una cosa le preocupa: la gloria de su Dios. Que esta gloria se encuentre aquí o allí, poco le interesa; donde quiera que la ve, allí se precipita, sin cuidarse del goce o del dolor. Veamos, hijas mías, cómo el alma santa va todos los días desmoronando el hombre viejo y se va vistiendo con los vestidos del hombre nuevo[438]

Como tendremos ocasión de reseñar en este capítulo, esta es una página (Pan 8, 246-47) autobiográfica, en la que describe su experiencia espiritual. Para llegar a que Dios sea el todo del alma hay que llegar a la santa indiferencia, en la que todo, vida y muerte, cruz o gozo, desprecio u honor, privación y abundancia, salud o enfermedad, “le son iguales” al alma, porque sólo le interesa la gloria de Dios y el cumplimiento fiel de su voluntad. “Donde quiera que la ve, allí se precipita, sin cuidarse del goce o del dolor”

Dicho de otra forma, quizás más adecuada, la meta a la que llega la verdadera unión con Dios toma el rostro de la santa indiferencia. El alma pierde todas sus preferencias, gustos y deseos por dar a Dios “gusto” y “contento” cumpliendo su voluntad “abandonada” totalmente en las manos de Dios.

Esta ansia del cumplimiento de la voluntad divina, en los éxtasis, la Madre la hace oración, petición, manifestación directa de este único deseo en ella. Ya no es doctrina y enseñanza, es su vida traducida en oración y súplica. Y bajo esta óptica debemos ver su cumplimiento de la voluntad divina.

“He oído varias veces a religiosas y hasta a religiosos congratularse del gran beneficio que el Buen Jesús les ha otorgado llamándolos a la vida religiosa para consagrarse totalmente a su divino servicio, pero con pena me he dado cuenta de que muchas de estas almas no saben ni quieren entenderlo que el servicio a nuestro Dios consiste ante todo en cumplir su Voluntad, no con espíritu servil, sino con espíritu filial de hijas, amando lo que se nos manda. El Buen Jesús que es el Amor Eterno y es el que desea darnos nuestra perfección quiere que nuestro aprovechamiento y adelantamiento espiritual dependa de nuestra fiel obediencia y de la continuidad de nuestra abnegación, la intensidad de nuestros deseos y la seriedad de nuestros esfuerzos y trabajos[439]

Es otra página más autobiográfica, aquí expresada en forma de exhortación y de enseñanza. “No saben (ella bien lo sabía porque era su respiro espiritual) ni quieren entenderlo (ella no podía entender otra forma de acercarse a Dios) que el servicio a nuestro Dios consiste ante todo en cumplir su Voluntad”.

Nos encontramos, entonces, ante uno de los temas más decisivos y concluyentes de la espiritualidad de A. M. Quien busca con todas sus fuerzas cumplir siempre y en todo la VD, al entrar la voluntad del alma en la VD, une su voluntad con la del mismo Dios y así resulta una sola voluntad. Es la forma unitiva por excelencia en el A. M. que realiza la Madre.

En su Diario, el 23 de marzo 1952, narraba un éxtasis de esta manera: “Esta noche la he pasado distraída, pero sin acostarme, pues no me ha dado tiempo. El Buen Jesús me decía que la conformidad más real, íntima y honda es la que hay entre dos voluntades y que por medio de la conformidad con la voluntad de mi Dios someteré la mía y la uniré con la suya, cuyo manjar ha sido siempre hacer la Voluntad de su Padre, es decir, Padre mío, que su Voluntad ha sido la fusión de dos voluntades en una sola y que esto es lo que Él desea de mí.... Yo, Padre, debo decirle con pena que, a pesar de mi deseo de dar gusto al Buen Jesús, en el momento de la prueba me olvido de que, en el dolor debo unirme más y más a mi Dios y reforzar mi amor hacia Él y también me olvido de que conformar mi voluntad con la suya es, según Él, cambiar de corazones, aceptar sus juicios como norma de los míos, y sus pruebas como regla de mi voluntad[440] .

Cumplir la voluntad de Dios, según la narración de ese éxtasis, implica tres cosas:

- Cambio de corazones

- Aceptar sus juicios como norma de los míos

- Aceptar sus pruebas como regla de mi voluntad

Conformar la voluntad con la voluntad de Dios es “un cambio de corazones” continuo. El “cambio de corazones” era una de las prácticas de oración afectiva que la Madre realizaba muy a menudo. Consistía en ir a las tareas con el corazón de Jesús y darle a Jesús el suyo para que se moldease según su amor. Cumplir la voluntad de Dios en todo momento es recibir como regalo el corazón de Jesús a la hora de actuar para actuar como él lo haría y darle su corazón a Jesús para que se transforme en divino.

Este texto autobiográfico, síntesis de un éxtasis narrado por ella misma horas después y reflejando lo que el Señor le había hecho “ver”, es especialmente explicito en este contenido que me apresto a acercarme a él:

- “la conformidad más real, íntima y honda es la que hay entre dos voluntades”. Quien quiera unirse a Dios cumpla su voluntad. No hay mejor forma de unión que ésta.

- “someteré la mía y la uniré con la suya, cuyo manjar ha sido siempre hacer la Voluntad de su Padre”. Lo afirma de sí misma: cumplir la voluntad de Dios “ha sido siempre su manjar”

“Haz, Jesús mío, que los hijos e hijas, tengan siempre muy presente que para que nuestras obras sean en todo momento buenas es necesario que no haya en ellas cosa alguna contraria a la voluntad de nuestro Dios[441]

En la Novena ya había escrito: “Meditación sobre las palabras del Padre nuestro: "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo". Aquí pedimos que la voluntad de Dios se haga en todas las criaturas, con perseverancia y fortaleza, con pureza y perfección y cumplirla por cualquier modo y vía que se conozca. [...] Dame, Jesús mío, una fe viva y haz que cumpla fielmente tus divinos mandamientos y que lleno mi corazón de tu amor y caridad, corra por el camino de tus preceptos. Hazme gustar la suavidad de tu espíritu y tener hambre de cumplir tu divina voluntad, para que siempre te sea acepto y agradable mi pobre servicio[442].

San Cipriano dice: “La voluntad de Dios es la que Cristo cumplió y enseñó. La humildad en la conducta, la firmeza en la fe, el respeto en las palabras, la rectitud en las acciones, la misericordia en las obras, la moderación en las costumbres; el no hacer agravio a los demás y tolerar los que nos hacen a nosotros el conservar la paz con nuestros hermanos; el amar al Señor de todo corazón, amarlo en cuanto Padre, temerlo en cuanto Dios; el no anteponer nada a Cristo, ya que él nada antepuso a nosotros; el mantenernos inseparablemente unidos a su amor, el estar junto a su cruz con fortaleza y confianza; y, cuando está en juego su nombre y su honor, el mostrará en nuestras palabras la constancia de la fe que profesamos, en los tormentos, la confianza con que luchamos y, en la muerte, la paciencia que nos obtiene la corona. Esto es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios y la voluntad del Padre”[443]


[438] Pan 8, 246-47

[439] Pan 17, 12-13

[440] Pan 18, 1243-45

[441] Pan 20, 504

[442] Novena, día 4º

[443] San Cipriano, Tratado sobre el Padre nuestro, Caps. 13-15: CSEL 3, 275-278