2. “Quiero vivir para Ti y solamente para Ti”

En los éxtasis de la Madre esta unión con Dios mediante el cumplimiento de la Voluntad Divina consiste en una amorosa, entera, filial, entrañable sumisión y concordia de la voluntad con la de Dios en todo cuanto desee, disponga o permita sobre la Madre[444]. La santidad es el resultado conjunto de la acción de Dios y de la libre cooperación del hombre. Ahora bien, si Dios trabaja con nosotros en nuestra santificación, justo es que Él lleve la dirección de la obra; nada se deberá hacer que no sea conforme a sus planes, bajo sus órdenes y a impulsos de su gracia. Es el primer principio y último fin y nosotros hemos nacido para obedecer a sus determinaciones”[445]

En espiritualidad, cuando es perfecta, se la conoce con el nombre de santo abandono en la voluntad de Dios. En las actuaciones imperfectas de quien no ha llegado a la perfecta y total unión con la voluntad de Dios se le suele dar el nombre de simple resignación cristiana.

Este abandono en manos de la VD abarca todos los campos de la vida espiritual: concordia de la voluntad, sumisión a todo lo que Dios desee, disponga o permita y abandono en las manos de Dios

“Tú ya sabes que yo no quiero nada; quiero lo que Tú quieras: si quieres que muera, morir quiero; si quieres que sufra, sufrir quiero, pero no quiero verte sufrir a Ti, que ya sufres bastante, ¡Jesús mío!”[446]. El abandono es radical y enteramente despoja al alma de toda “afición” personal. Así la Madre decía a Dios su experiencia íntima y su totalidad de entrega en el amor. “No quiero nada, quiero sólo lo que tú quieras, no busco nada, sólo amarte y hacerte feliz”.

“No quiero querer nada que a Ti no te agrade, no quiero querer nada que Tú no seas contento de ello y así te digo, - te lo he dicho ayer, te lo digo hoy - ¡Señor, ven Tú a mi corazón, mira en mis ojos y ve aquello que te molesta ... pues entonces, Jesús mío, si Tú ves algo que te hiere, que te molesta y te hace sufrir, ¡corta por lo sano, Jesús mío!”[447]. La Madre no habla de “faltas”, cosa que muy pronto en su vida consiguió eliminar. Aquí habla de “contentos”, de “hacer feliz”, esto es, pide a Dios que si hay algo hecho sin amor suficiente, que no llegue a hacer gozar a Dios, que lo “corte por lo sano”. Es realización de la voluntad divina total y absoluta en el abandono en el amor de Dios. ¡Qué atrevimiento demuestra la Madre ante Dios en el amor: “mírame en los ojos”! Es como si dijera: yo no veo nada que te molesta, pero si tú lo ves... “corta por lo sano”.

Cumplir la voluntad de Dios no consiste sólo en ejecutar deseos de Dios o mandatos explícitos de Dios. Fundamentalmente es vida de abandono filial. Antes de que el mandato se manifieste, el alma ya está preparada para dar todo. El cumplimiento de la voluntad divina va siempre unido al amor a Dios y precedido por él. “Yo me abandono en Ti, soy toda tuya como si fueses Tú el que hablas dentro de mí. No quiero nada más que darte gloria a Ti y a la Madre (la Virgen) ¡a Ti y a la Madre![448]

La Madre desea cumplir la voluntad de Dios porque “desea saciar los deseos” de Dios, porque desea y busca ser uno con Dios, estar totalmente en él, identificarse y perderse en él. “Yo no quiero más que darte gloria, poder decir que te poseo y que te amo solamente a Ti; quiero saciar todos tus deseos, no quiero otra cosa, Jesús, quiero sufrir para que Tú no sufras y que me des, eso sí, muchos sufrimientos. ... Bien, Jesús mío, pero ¡muchos! que sí lo puedo soportar, cuerpo ya tengo para ello y salud también; dame, Jesús, todo lo que Tú quieras pero sobre todo tus sufrimientos y que no se den cuenta ninguno en casa[449]. En el quinto grado de santidad según la Madre, la identificación con Jesús llega a desear, a identificarse y a querer sufrir los mismos sufrimientos de él.

La Madre en este texto afirma ante la presencia de Dios mismo algo ya consolidado en ella, lo que vive y el por qué vive:

- Yo no quiero más que darte gloria. Se dice pronto, pero en ella era verdad. Hay sólo un deseo en ella

- Poder decir que te poseo y que te amo solamente a Ti. Ante el mismo Dios puede decir que le posee y puede afirmar altamente que posee a Dios porque no hay en ella ningún otro amor (apego), ni a ella misma, ni a las cosas, ni a los trabajos.

La Madre manifiesta a Dios los deseos que la asilan y que llenan su corazón:

- quiero saciar todos tus deseos, no quiero otra cosa. Es el único deseo que le queda. Y lo dice a Dios ante Dios mismo.

- quiero sufrir para que Tú no sufras y que me des, eso sí, muchos sufrimientos. “Tus sufrimientos”. Los sufrimientos que le vienen de la vida no le bastan, no son suficientes y no llenan su amor. “Los tuyos”.

La Madre en los éxtasis, aunque está en el sumo grado de amor a Dios posible a la criatura, reconoce que para llegar a identificarse en todo con Dios (cumplir su voluntad) necesita la ayuda de Dios. Pero es curiosa y atrevida la motivación que expone a Dios nuestro Señor para que le ayude en su respuesta: “que yo también estoy dispuesta a ayudarte a Ti”. “Yo vengo a que Tú me ayudes y Tú ayúdame, Jesús mío, que yo también estoy dispuesta a ayudarte a Ti, Jesús. Di lo que quieres de mí (dime lo que deseas de mí) y aquello que Tú quieras; con tu ayuda estoy pronta, Jesús mío, estoy dispuesta[450]

Este abandono de la Madre en Dios que la lleva a obedecer ciegamente a Dios en todo, conlleva la exigencia máxima de docilidad. No debe tener nada que “moleste” al amor de Dios. Antes morir que dar a Dios el mínimo “desprecio”. Es “desprecio” todo aquello que no se hace con sumo amor. “Lejos de mí el poder hacer lo que no se debe hacer (la Madre no hace referencia a ofensa a Dios, sino a “disgustos involuntarios”), no lo permitas, Jesús, no lo permitas! Primero quítame la vida, que en tus manos está; la vida y la muerte, todo, está en tus manos. Si Tú ves que yo voy a caminar mal, no me dejes ni menos esta noche vivir, quítame, Jesús mío, la vida y mándame donde Tú quieras, si es que yo puedo darte un disgusto a Ti, ¡Jesús mío![451]. Prefiere la muerte e ir al Purgatorio antes que no contentarle en alguna cosa. ¡Como para presentar esta exigencia así en la mentalidad hodierna! Son cosas de “otros tiempos”, de gente que no ha evolucionado con los tiempos. Volveremos adelante sobre el tema. Es para arrodillarse y bajar la cabeza. Ella lo dice a Dios que bien conoce el corazón del hombre y que puede tacharla de mentirosa. En ella hay un solo amor.

La lentitud en la ejecución del deseo de Dios por los motivos que sea es “disgustar” a Jesús y no amarle a imitación de su amor. La exigencia es máxima. “A mí alguna vez, y Tú lo has visto, cuánto me ha costado y cuántas lágrimas el no haber hecho al momento las cosas como se deben hacer! viene después esa, que Tú lo permites, esa amargura, ese dolor por haberte ofendido ... porque tratarte así con indiferencia, alguna vez lo hemos hecho, Jesús[452]. La finura del amor en este punto es insuperable. “El no haber hecho al momento las cosas como se deben hacer, el haberte tratado así con indiferencia” produce en la Madre, cuando se da cuenta, un arrepentimiento que nosotros juzgaríamos exagerado, casi enfermizo, pero la Madre habla de “muchas lágrimas”, “amargura persistente” “dolor hondo” y de “arrepentimiento”

El unirse a Dios y el abandonarse en sus manos haciendo su voluntad lleva, en el quinto grado del camino hacia la santidad, la marca de la totalidad de Dios. Dios se da enteramente y exige el todo del alma. El alma no debe tener deseos personales para sí. Toda ella debe convertirse en obediencia filial y en gloria de Dios. “No, para mí no quiero nada, nada absolutamente, Jesús mío, no; quiero lo que Tú quieras, quiero, esto sí, darte mucha gloria a Ti, muchísima gloria, de la manera que Tú quieras y como Tú quieras[453]

Yo quiero pasar la noche Contigo y no sólo la noche sino la vida, mientras viva Contigo, dándote gloria a Ti haciendo tu divina voluntad. Nada más; no la mía, porque no la quiero, no la quiero, Jesús mío; si Tú no me lo mandas yo no la quiero. Mi voluntad sea para hacer lo que Tú quieras y como Tú quieras ... ¿la vida si me la pidieras? bien, te la daría también. Quiero vivir Contigo, te tengo dentro el corazón: "Véante mis ojos y que yo me muera luego", basta que yo te vea, basta que yo vea que estás contento[454]. Nos llena de vergüenza. Incluso las gracias que le pide a Dios, desea que tengan la marca de la obediencia a su voluntad: si Tú no me lo mandas yo no la quiero

“No, Jesús mío; no, yo no quiero nada más que darte gloria y poder morir Contigo, junto a Ti. No tengo otro deseo que morir, vivir sí, sufriendo el tiempo que Tú quieras, pero morir, Jesús! y morir a la hora que Tú quieras, para darte gloria y estar allí sufriendo sin que ninguno lo sepa, que sino todo son cosas raras, ¡no, Jesús mío!”[455]

“Estáte conmigo y yo Contigo; que podamos decir que Tú estás en mí y yo en Ti, que estamos unidos. No nos desunamos nunca, unámonos y también a estas criaturas[456]

“Ayúdame, Jesús mío, a darte mucha gloria. Quiero vivir para amarte; quiero vivir para amarte y sufrir y darte mucha gloria. Esto sí, Jesús mío, quiero sufrir amándote, morir amándote y vivir amándote, Jesús mío. Quiero vivir para Ti y solamente para Ti y quiero vivir haciendo tu divina voluntad cueste lo que me costare, ¡Jesús mío! no quiero más. No mires si me cuesta o no me cuesta, quiero santificarme; quiero, Jesús mío, darte gloria a Ti. ¡No te vayas! Quiero vivir para amarte y nada más; quiero vivir para amarte y después ir Contigo por toda una eternidad, pero quiero vivir y morir amándote. Que pueda yo vivir y morir Contigo, Jesús mío, que sea toda tuya; ¡hazlo, Jesús mío! No, yo no quiero otra cosa que hacer tu divina voluntad cueste lo que me costare y después, Jesús mío, ¡lo que Tú digas, como Tú digas y como Tú quieras, Jesús mío!”[457]

La Madre tiene una concepción de la santidad y de la vida consagrada en el A. M. “radical”: sólo Dios, todo para Dios, nada sin Dios y nada de todo lo que pueda servir de distracción en este propósito de consagración a Dios. “Jesús mío, que sean fuertes pero que no se metan ni se apeguen al mundo ni a las cosas del mundo, sino a santificarse; que yo sufro si veo un hijo o una hija que, en vez de tratar de santificarse, están a ver aquello y lo otro y a saber ..., a indagar cosas que no ... ¡hazlo, Jesús mío!”[458]. Esto es lo que ella vivía, y este fue su proyecto de vida que defendió con “radicalidad” y este es el camino que presentó como “la senda más corta” para llegar a Dios. Hay que vivir sólo de Dios y para Dios. “Yo no pretendo nada, no quiero nada; no quiero vivir, ni quiero morir; no quiero nada más que aquello que Vos, Dios mío, queráis que pase por ello”[459].

Esa radicalidad, esa “orientación” y esa actitud interior las quería ver reflejada también en la vida de sus hijos e hijas. Ella que no quería “otra cosa sino eso” (vivir y morir por Dios y cumplir su voluntad) prefería vivir entregada a Dios en la cruz y en el cumplimiento de la voluntad “antes que estar entre tanta gente y pensar si yo voy a tener así a los hijos (despistados en lo espiritual, pero sin malicia)[460].

“Deseos de amarte; deseos de hacer tu divina voluntad; deseos de ayudarte; todo eso sí, ¡Jesús mío! Pero primero morir antes que hacer una cosa que a Ti te desagrade; no quiero hacerla ni que delante de mí se haga, Jesús mío, absolutamente[461].

“Pero este alboroto así... me cansa; dentro del corazón no sé lo que me pasa, Jesús. Este movimiento, este decir, este hacer, este probar, pero que el corazón no, no. Sí, se llena de cosas, pero no de ese amor silencioso, ese amor en silencio y dentro de cada criatura. Bien, Jesús mío, yo estoy dispuesta a lo que quieras ... no, a lo que quieras y como quieras, estoy dispuesta siempre con tu ayuda, ¡Jesús mío! Pero a lo que no estoy dispuesta es a esto, a estar esperando a unos y a otros ... no, no, no me parece serio, ¡no sé qué decirte, Jesús!”[462].

Eso sí, Jesús mío, que las hijas estén Contigo, que las hijas se unan a Ti y que estén preparadas para poderte ayudar en todo; eso es lo que yo quiero, Jesús, y Tú también lo quieres ... pero sin manifestarlo a nadie (amor silencioso)”[463]. Por esta radicalidad Dios la recompensó abundantemente con la gracia de la cruz en forma de acusaciones, incomprensiones y rechazos.

No es de extrañar que en esta radicalidad la Madre sueñe con “sufrir” y que pida a Dios con insistencia este manjar. “No bienestar, sino a sufrir todo aquello que Tú creas, ¡Jesús mío! Yo quiero vivir sufriendo y amarte, y amándote sufrir; así es que, Jesús mío, no quiero otra cosa[464]. “A mí lo mismo me da, Jesús mío, basta que seas Tú el que lo quieres y Tú quien deseas que se hagan las cosas”[465]

Es chocante la pedagogía que la Madre esgrime: para que los consagrados en el A. M. entren por la “senda más corta” hacia la santidad es preciso que reine entre ellos y en sus actividades un clima de exigencia. Para que los hijos sean fuertes es preciso que a todos “se les trate fuerte”. Esto se lo recordaba y se lo pedía nada menos que a Dios mismo: que tratase fuerte a los hijos para que pudiesen dar a Dios lo que él pidiese. “Es bien que el Padre (Dios Padre) trate fuerte para que los hijos vengan fuertes; si el padre es débil, los hijos también lo son, o son débiles o son caprichosos. Así es que, Jesús mío, ayúdanos, ayúdanos para que hijos e hijas, unidos siempre en tu amor y en tu caridad, podamos seguirte, podamos santificarnos y podamos seguir la doctrina de nuestro Padre; ¡hazlo, Jesús mío!”[466].

Interesante la lectura que hace de la vida religiosa: si los consagrados no son fuertes en el obrar o bien se hacen débiles y flojos o bien caprichosos. “Que pueda tratar a las hijas como Tú dices; que las sepa conducir a Ti, Jesús mío, y que todos unidos te demos grande gloria no dolor; dolor no, gloria sí; ¡gloria sí que quisiera, Jesús mío! que te den mucha gloria tanto los hijos como las hijas”[467]

En este terreno la Madre pasó por “problemas”, limitaciones y agobios. Su camino de fidelidad a Dios en el cumplimiento de su voluntad no fue un camino angelical, típico del cielo. “¡Señor, ayúdame! Este cuerpo no se tiene en pie y siento grande desaliento[468]. “Eres tan grande y yo tan pequeña, ¡que no soy capaz!! Mi voluntad es grande, pero no soy capaz ... por falta de humildad y nada más[469].

“Sí, sí, pero Jesús yo estoy más tranquila; sí, y creo que no te disgusto por esto. Pero tengo miedo de mí misma; miedo sí, mucho miedo de mí misma porque no sé sufrir, no sé resistir tantas cosas, o algunas, porque tampoco es tanto lo que sufro. Así es que, Jesús mío, me doy completamente a Ti; Tú, Jesús mío ... Pero yo, Jesús mío, no quiero más que una cosa: darte gloria y llegar a santificarme”[470].

Pero tienes que ayudarme, Jesús mío, tienes que ayudarme si no ... no sé por qué, pero a veces me descuido en algunas cosas que después me dan pena; pero mi naturaleza es díscola, Jesús, es díscola ... eh! no, aquello que no le va...! me cuesta trabajo meterla en regla para que vaya ... no, no es fácil, tengo que luchar conmigo misma para conseguir aquello que mi alma desea, para unirla a Ti, Jesús mío! Ayúdame, Jesús, ayúdame Tú para que jamás el amor propio me impida hacer lo que Tú me digas; que jamás el amor propio se meta en medio, ni tampoco el qué dirán; no quiero más que estén en medio, solamente Tú, Jesús, para ayudarme a caminar como Tú quieras, santificando mi alma y la de los que conmigo traten, de aquellos que habitan con nosotros, que ninguno te ofenda, Jesús mío; esto no lo quiero[471].

La fidelidad y cumplimiento fiel de la voluntad divina o santo abandono, tiene por fundamento la Caridad. Como hemos visto, aquí no se trata de la conformidad con la voluntad divina, como lo es la simple resignación, sino de la entrega amorosa, confiada y filial, de la pérdida completa de nuestra voluntad en la de Dios, pues propio es del amor unir así estrechamente las voluntades. Este grado de conformidad es también un ejercicio muy elevado del puro amor, y no puede hallarse de ordinario y plenamente realizado si no en las almas avanzadas, que viven principalmente de ese puro amor. Lo que constituye la excelencia del santo abandono es la incomparable eficacia que posee para remover todos los obstáculos que impiden la acción de la gracia, para hacer practicar con perfección las más excelsas virtudes y para establecer el reinado absoluto de Dios sobre nuestra voluntad.

La Madre escribía: “Una sola cosa debemos desear incesantemente y es, hacer en todo momento la divina voluntad de Jesús, y no conocer otra ley que su beneplácito, ni otro móvil que el impulso de su providencia. Desear o buscar empleos que nos halaguen, es infidelidad a Jesús y al estado religioso y además, en las Comunidades, es una perturbación. Alerta pues, hijas mías, que el amor propio no duerme y está viendo a ver por dónde puede enredarnos. Cuando hicimos nuestros votos, prometimos a Jesús no tener voluntad propia y que a imitación suya, no vivamos de otra cosa que del beneplácito divino, y así, nos quedó prohibido para siempre toda falsa condescendencia con los caprichos de la naturaleza, y ahora, correspondiendo a los halagos del amor propio, deseamos que la autoridad nos guarde miramientos que no existen y nos coloquen, sabe Dios dónde, pues en este estado no existen ya en la Comunidad cargos suficientemente honoríficos para lo que merecemos y somos capaces de desempeñar. Estos son, hijas mías, los sentimientos de una religiosa infiel”[472]


[444] “Darse a Dios es hijas mías, dejarse en los brazos del Buen Jesús, dejándose llevar de Él, como un niño en los brazos de su madre, es encargar a El de proveernos en todas nuestras necesidades y nosotras contentarnos con amarle y servirle como verdaderas Esclavas de su Amor Misericordioso, suplicándole nos conceda la dicha de que todas nosotras lleguemos a salir felizmente de nosotras para entrar en El, y que colocadas ya en ese horno de su Amor, nuestras almas se limpien de toda escoria, se hagan brillantes, abrasadoras y blandas a sus divinas inspiraciones e iluminadas por Él brillen siempre con los vivos resplandores de su amor, su caridad y el sacrificio, iluminando con ello a todos cuantos nos rodean, procurando que sólo Él sea el que llene nuestros corazones y que El nos ayude a vaciarlos de todo lo que no sea Él y las cosas de Él, esforzándonos más y más en la santificación de las almas, no con elocuentes palabras, sino con el suave olor del sacrificio, de la caridad y de la abnegación de sí mismas.  (Pan 17, 31-32)

[445] Lehodey, El santo abandono, p. 1, c. 1

[446] Pan 22, 449

[447] Pan 22, 464

[448] Pan 22, 467

[449] Pan 22, 469

[450] Pan 22, 489

[451] Pan 22, 493

[452] Pan 22, 499

[453] Pan 22, 516

[454] Pan 520-22

[455] Pan 22, 545

[456] Pan 22, 546

[457] Pan 22, 676-81

[458] Pan 22, 705

[459] Pan, 22, 709

[460] Pan 22, 710

[461] Pan 22, 820

[462] Pan 22, 517-19

[463] Pan 22, 530

[464] Pan 22, 745

[465] Pan 22, 1033

[466] Pan 22, 1071

[467] Pan 22, 541

[468] Pan 22, 8

[469] Pan 22, 11

[470] Pan 22, 539-40

[471] Pan 22, 542-43

[472] Pan 5, 256.57