6. Pedagogía formativa en la santidad

La primera norma que la Madre vive en los éxtasis (y por ende pasa a ser norma en la espiritualidad de A. M) y lo primero que debe animar a superiores y a súbditos en el A. M., lo primero que todos han de buscar y la primera tarea que han de ejercer, es que el hermano en comunidad, cualquiera que sea, avance en el cumplimiento de la voluntad divina. Lo que se debe intentar lograr es que el hermano, todo hermano, sea “tratado” y “conducido” hacia Dios. Ésta es la primera meta para todos en el A. M. “Que pueda tratar a las hijas como Tú dices; que las sepa conducir a Ti, Jesús mío, y que todos unidos te demos grande gloria no dolor; dolor no, gloria sí; ¡gloria sí que quisiera, Jesús mío! que te den mucha gloria tanto los hijos como las hijas[674]. De ahí llegará la unión de la comunidad y de la Familia de A. M.

De la experiencia extática de la Madre se desprende otra norma de vida en el camino hacia la santidad en el A. M. En el A. M. todos y cada uno viven para amar al hermano y por lo tanto deben intentar crear con todas sus fuerzasun clima de familiaen la comunidad y en la unión de Familia. La vida de comunidad es vida de “Familia” que, después trasvasa hacia la otra Congregación. Antes que preguntarnos por la acción, por lo que se debe hacer, está “la Familia” de A. M. en la comunidad y en la sintonía entre las dos Congregaciones. “Quiero vivir para Ti, para los hijos y las hijas, así que unámonos en familia. Tú me dices a mí todo lo que ves que hacen que no es de tu agrado y yo te digo a Ti aquello que veo que les impide adelantar[675]

Para santificarse hay que adquirir una sana y profunda formación. Para vivir las exigencias de la fe en el A. M. es necesario poseer una refinada formación espiritual. Esta formación no está principalmente en la mente, en el conocimiento de muchas cosas. Está bien formado para vivir el A. M. quien “conoce claramente y firmemente cómo santificarse” y quien está “lleno del amor de Jesús”. “Que sepan amarte, que sepan santificarse ... ¡Qué dolor me causa, qué pena! oír que van adelante pero de la manera que no quisiera, que quedásemos así ... que no estén más formadas, más llenas de tu amor, Jesús[676]. La formación consiste en encontrar el camino verdadero, sin trampas y sin falsos descansos, del amor de Dios.

De las oraciones extáticas de la Madre se desprende que hay que dejarse ayudar por el A. M. Debemos adquirir la persuasión de que no somos nosotros quienes nos santificamos. Nosotros colaboramos y disfrutamos del amor de Dios. Hay que adquirir el hábito de descubrir certeramente en todo la voluntad divina y abandonarse en su cumplimiento en los brazos de Dios, A. M., “Yo no te digo, Jesús mío, nada más que una cosa: que seas Tú su guía, que los ames mucho y que yo también pueda ayudar a estas criaturas; son hombres, no han tenido quien les ayude. Ayúdame Tú a mí, Jesús, e ilumíname en todo aquello que Tú quieres que yo haga y que les diga”[677]. Todo gobierno y vida fraternal en la comunidad de el A. M. es escuela de “ayuda a Dios”, de “iluminación” de los hermanos a la luz del A. M

Para quien quiere santificarse en el A. M. es necesario que adquiera la necesidad interior de dar y pedir perdón, de acercarse a recibir el perdón de Dios. Si debemos hacer experiencia del amor del Padre misericordioso debemos ser especialistas en pedir perdón y saber recibir el perdón de Dios. “Yo no sé qué decirte que yo pueda hacer para que Tú les perdones de una vez y te den gloria, Jesús mío. [...]Tú sabes hacer, estas hijas verás cómo cambian, porque no es malicia, no es falta de entusiasmo, no, es que no están bien penetradas de aquello que Tú quieres de ellas, no están bien penetradas de cuánto has sufrido por todos nosotros y también por ellas”[678]

Es curiosa la estrategia de la Madre en la formación. La Madre sabe perfectamente que formar religiosos santos es una tarea que muchas veces sobrepasa las fuerzas y conocimientos humanos. Además, reconoce la Madre que debe ser “exigente” la educación a ser santos, de lo contrario nunca se llegará a la decisión que exige esa meta. Encuentra un camino: Dios es Padre y educar a los hijos es competencia del Padre. La Madre sólo colabora y aporta lo que puede. Pide al Señor que sea él el formador de sus hijos. “Jesús, te los dejo a Ti; Tú dirás que lo haga yo, pero Tú piensa que en todas las familias son los padres los que enderezan a los hijos y Tú aquí tienes que hacerlo así; como Padre que eres, pondrás todo a punto y darás las órdenes que se deben dar”[679]. Pide que Dios lo haga porque “tú puedes hacerlo”

Suscita asombro la enorme seguridad y confianza en la acción de Dios en medio de los miembros de las Congregaciones. El principal y verdadero formador es Dios, que con su Providencia y caminos lleva a las almas a reflexionar, a decidirse a ser santas, a entrar por la puerta estrecha de la santidad. El A. M. no es Dios que sólo espera. Está actuando y formando. Por eso la Madre pide, suplica y “obliga” a Dios a ser Padre formador de sus hijos en el A. M. “Bien, Jesús, yo quiero que Tú me ayudes; quiero que me ilumines, quiero que Tú ... y que yo sea, ¿sabes qué? tu "papagayo"; y todo aquello que vea que no está bien te lo vendré a decir, te lo diré y si no puedo por la mañana, al mediodía y sino a la noche, pero te lo diré con el fin de que seas Tú el verdadero Padre de los Hijos del Amor Misericordioso[680]. “Yo las quisiera tener a todas a mi alrededor para ayudarlas a santificarse, pero como esto no me es posible, tenlas cerca de Ti; yo te lo pido, tenlas muy cerca de Ti. Son almas que verás cuánto consuelo te dan; lo verás, Jesús mío, cómo te consuelan”[681].

El refrán castellano dice que se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre. En la formación espiritual hay que animar reconociendo y manifestando el bien logrado y el camino correcto que las almas están siguiendo. “Así es que, si puedo, mañana trataré de estar con los hijos todo el tiempo que pueda - mejor si puedo estar con todos -, para darles la alegría de que se están portando bien, sin decirles lo otro de que estás contento, solamente: "habéis hecho bien, hijos míos; habéis hecho bien, hijas mías, dándoos como os habéis dado completamente al Señor y de hacer las cosas como Él las quiere"[682].

Hay que entrar en la radicalidad de la experiencia de A. M.. No es suficiente “saber” que debemos ser radicales. Hay que reforzar la voluntad. No es fácil perseverar en el cumplimiento de la voluntad divina en todo con radicalidad. “Me encuentro un poco desanimada porque no veo las cosas que esperaba, ¡Jesús mío! Ayúdame para que yo haga tu divina voluntad y haga que la hagan también todos los que conmigo tratan. Que nuestra voluntad sea la vuestra, Señor! que nuestros deseos sean los vuestros, ¡Señor! que ni yo ni nadie tengamos deseos diversos de los vuestros; no, Padre, no, deseos diferentes, ¡no!”[683]

Dame fuerte para que así aprenda, pero también ayúdame para que yo pueda amarte mucho, muchísimo[684] El cambio de nosotros mismos exige una medicina muy amarga: la muerte de nosotros mismos. No es gozo y suspiros gratos. La Madre lo sabe bien, pero ve que si no se prueba esa medicina no se llega a ningún lado. “No es que yo no quiero que sufran; lo que no quiero es que sufran esa frialdad en que ellas se encuentran o por lo menos es lo que yo he notado; no encuentran ese amor, ese calor ahí dentro; hazlo, Jesús mío, hazlo!”[685]. “Y haz, que los hijos e hijas, unidos a Ti, se santifiquen; pero que se santifiquen fuertemente, no una cosina así... no, fuertemente; ¡hacedlo, Madre mía!”[686]. “Sé Tú fuerte, Jesús mío, que yo también lo quiero ser; pero Tú puedes, Jesús; fuerte: que cada uno esté en su puesto y que hagan lo que deben de hacer, con la serenidad que hasta ahora están todavía haciéndolo; pero yo temo que vayan a hacerlo sin darme yo cuenta ... si Tú dices que sí, que me daré “[687]. "Hazlo, Jesús mío; ya te darán algún día disgustos, pero, Jesús mío, Tú que eres tan Padre, dales la reprensión o el castigo que Tú quieras pero tenlos Contigo, ¡Jesús mío! ¡tenlos a tu lado, Jesús mío! ¡no, no te canses, Jesús mío! que verás que luego serás contento de haber tenido estas criaturas a tu lado cuidándoles hasta la edad madura para no ... ¡hazlo, Jesús mío!”[688]

Da miedo la seriedad con la que la Madre ve su responsabilidad como formadora de sus hijos e hijas. Después de lo dicho anteriormente, lo lógico es pensar en una manera conciliadora y permisiva de actuar en la formación. Siente que es responsable de todo lo que sus hijos harán si no ha puesto en acto todo lo que estaba en sus manos. Pide hasta la muerte antes que consentir una ofensa a Dios en sus hijos. “Con más, qué te diré, Jesús mío, con más miedo, con menos alegría porque no sé qué harán estas hijas, ¡qué harán estos hijos! No quisiera que, por tenerlos un poco descuidados, vayan a hacer lo que a Ti te desagrada. Primero llévame a mí antes que yo permita que hagan los hijos lo que Tú no quieres y deseas. Yo no quiero nada para mí, quiero que les des todo a ellos para que puedan hacer tu divina voluntad, ¡hazlo, Jesús mío, hazlo! porque no creo que tienen malicia, pero sí un desasosiego... malicia no creo que es, pero están así[689]. Esto le acarreó críticas de ser dictadora, inflexible y tozuda. “Ayúdame, Jesús a mí, para que yo sea más enérgica sin ser dura; estar más tranquila, más unida a los hijos y a las hijas, ¡ayúdame, Jesús mío! ¡Ayúdales! ¡Ayúdanos a todos!”[690]

Responsables de formar y de mantener el buen espíritu en la Congregación son todos, no sólo los superiores o lo nombrados como formadores. Desaparecen las categorías de quienes mandan y de quienes obedecen. Todos mandan y son responsables y todos obedecen. Quien más padre se sienta, sea más padre y más forme a sus hermanos. “Y estos, que ya son mayores, no tienen que estar contemplando a estos jóvenes que llegan, no; tienen que enseñarles pero como haría un Padre generoso, que en vez de castigarlos les enseña con paciencia, les habla con amabilidad; eso sí, pero lo demás me parece alborotar demasiado. Yo se lo he dicho ayer al Padre que me parecía mejor que no fueran, ¿que por qué iban a ir? A ver cómo hacían esto ... no sé si he hecho mal diciéndole esto, Jesús mío; Tú lo arreglarás como Padre que eres; Tú lo remediarás; pero me parece que la cosa es que el que se tiene por más padre, se tenga por padre de verdad, sin ser más o menos, pero padre que ame a los hijos, les enseñe a amar a nuestro Padre, pero ¡qué Padre! ¿Por qué, Jesús?![691].

Si la Madre volviera hoy, ¿qué nos diría? La verdadera sabiduría y la auténtica verdad ante los problemas congregacionales y comunitarios y ante la presentación de soluciones están en la unión. Todo lo que une está en el camino de la verdad y de la sabiduría que no se equivoca. Que se habitúen a vivir unidos a Ti y unidos a todos; ahí todos unidos a Ti, Jesús y al Superior y al Director que les han puesto; pero que, Jesús mío, ninguno de ellos se plante como una persona que ... de tanta historia, de tanta sabiduría y no sabe nada; no sabe nada, quien comienza así ¡no sabe nada de nada! nada más que quiere ser algo y no llega[692]. Fenomenal consejo formativo.

Hay que armarse de paciencia. “Yo no lo sé, Jesús mío, Tú tienes tanta paciencia y yo no sé lo que puedo hacer; ... yo se lo he dicho el otro día: van como cabras de acá para allá corriendo; no es esa la cuestión; no hemos venido a eso: hemos venido para acompañar a Jesús, para estar con Jesús, a que Jesús tenga consigo a las hijas y a los hijos, que los tenga, que los dé su gloria, que los bendiga, que les dé tanta salud y paz[693].


[674] Pan 22, 541

[675] Pan 22, 548

[676] Pan 22, 551

[677] Pan 22, 558

[678] Pan 22, 560-61

[679] Pan 22, 567

[680] Pan 22, 608

[681] Pan 22, 636

[682] Pan 22, 782

[683] Pan 22, 819

[684] Pan 22, 644

[685] Pan 22, 961

[686] Pan 22, 1009

[687] Pan 22, 1254

[688] Pan 22, 1301

[689] Pan 22, 987

[690] Pan 22, 1164

[691] Pan 22, 993

[692] Pan 22, 1087

[693] Pan 22, 1257