PERFIL DE MADRE ESPERANZA – 4

P. Gino Capponi fam

Convencida y coherente

Edizioni Amore Misericordioso

En Octubre de 1983, escribí en Scauri unos sencillos apuntes sobre mi experiencia personal vivida junto a la Madre, refiriéndome al tiempo comprendido entre el 18 de agosto 1951 y el 8 de febrero de 1983.

En aquellos días de soledad, vividos en la casa religiosa de las Hermanas Polacas, con la ventana sobre el mar me venció la emotividad. Escribía, ¿por qué? Sobre todo porque en la Congregación habíamos acordado escribir todo lo vivido y hablado con la Madre.

No estaba convencido de que pudieran servir porque me daba cuenta que estaban desordenados; no había ni siquiera un hilo conductor; ni un nexo cronológico, ni un tema.

A primeros de diciembre, fui a visitar el Noviciado en Matrice, (Campobasso), e hice leer todo, por separado a dos novicios de diferente edad; el juicio fue bueno, sobre todo, porque eran personas que habían conocido poco a la Madre; eran los últimos que habían llegado. Habiendo regresado a Collevalenza, pasé los apuntes a un Padre, y me sentí consolado, porque el juicio fue negativo: correspondía a mi parecer. Estaba decidido a romper todo, pero la víspera de Navidad por la mañana, entregué los folios escritos a máquina, al Secretario General para que guardase todo aquello en archivo: quien sabe si alguno hubiera encontrado después, alguna cosa útil en aquel paquete de folios escritos.

El 27 de diciembre, mientras estaba partiendo para Brasil, en visita a nuestros padres y hermanos, el Padre Secretario me dijo que habría publicado todo, de modo que pudiera estar terminado para febrero, para el 1° aniversario de la ausencia de la Madre. En parte estos apuntes están incluidos en el volumen "sumida en la fe". El resto está aquí en mi mesa como borrador de tipografía, para corregirlo y devolverlo a la imprenta.

Si me decido a entregarlo es porque me confié con el valiente escritor del folleto "apóstol del amor misericordioso". Os transcribo cuanto me ha dicho en su tarjeta Padre Mondrone: "He leído su librito todo de una vez. Como estilo, se ve que lo ha escrito velozmente, pero como contenido especialmente si lo une al otro anterior, sobran los demás opúsculos que están dedicando a Madre Esperanza, porque es muy rico de aquellos elementos extraordinarios que atraen la curiosidad del público, comenzando por mí; dan a conocer mejor la familiaridad que la Madre tenía con el Señor y la generosidad divina hacia Ella. No le aconsejo de modificarlo, lo deje así como lo ha escrito".

Si se hubiera tratado de favorecer la "curiosidad" no hubiera entregado este borrador, pero si lo escrito hiciese "conocer mejor la familiaridad que la Madre tenía con el Señor y la generosidad divina hacia Ella" ¿por qué negarlo a quien podría sacar provecho?

Espero de dar a la Madre (sí, a la Madre) más tiempo de cuanto le he dado y así poder transmitir todo lo que he acogido, durante la vida cotidiana no breve, vivida junto a un alma sencilla, pero al mismo tiempo incandescente. No es solo cuestión de "sangre caliente", porque ésta es propia de los españoles como ella; en Ella el calor natural resultaba ardiente y vibrante porque procedía del Señor, de su Amor Misericordioso, en una palabra, de la Gracia. Además una fe tan tenaz como aquella de la Madre, no ha sido solamente teórica: sino que ha fructificado. La contemplación, hecha realidad a través de las veinticuatro horas, ha dado resultados concretos de la mañana a la tarde, mejor dicho, desde las primeras horas de la mañana, hasta las últimas de la noche.

Llamada por el Señor, no de iniciativa propia, ha respondido con humilde entusiasmo y ha pedido oraciones tantas y tantas veces "para poder hacer aquello que el Buen Jesús esperaba de Ella". Su decisión de dar gusto al Señor siempre, ha sido a toda prueba, hasta el punto de repetir con frecuencia: "cueste lo que me costare". Cuando se ama, el sacrificio es gozo.

 

Como Fundadora de las Esclavas y de los Hijos del Amor Misericordioso

"El Señor me ha dicho..." Lo que ella ha ido realizando como Fundadora lo hace brotar, no de su propia invectiva o de su capacidad organizativa. Si el Señor no la hubiese puesto en la cátedra, ella habría permanecido en el banco como alumna; la Madre debía ser maestra de espiritualidad y de vida vivida: hela ahí Fundadora según los designios divinos.

Fue laborioso fundar una nueva Congregación sobre todo en medio de las contrariedades que le causaron eminentes personalidades eclesiásticas, quienes le habrían autorizado a reformar una Congregación existente, con tal de que abandonara el propósito de salirse de las RR. de María Inmaculada para fundar una nueva Congregación.

El fundar una Congregación masculina para ella, mujer y Religiosa por añadidura, tenía el sentido de la extravagancia y de lo absurdo. Cuando, en los primeros tiempos, fui con los Padres Di Penta y Barbagli, junto con la Madre, a la Sagrada Congregación de Religiosos al despacho del queridísimo Mons. Sposetti, oímos decir que era inconcebible para una Religiosa, para una mujer, fundar una Congregación masculina, y se añadió: "Si viniera Santa Teresa de Avila con toda su canonización y pretendiese organizar una Congregación de sacerdotes, de hombres, no le sería posible". ¿Es que le estaba reservado a ella lo más difícil? Creo que sí, precisamente porque era una alma obediente y tenaz, volitiva y sacrificada. Ante la clara voluntad de Dios, se lanzó siempre. Pienso no tanto en las luchas externas a la Congregación de las Esclavas, sino especialmente en los contrastes internos. Calumniada, acusada ante la Iglesia hasta los niveles más altos, con objeto de obtener la disolución de la Congregación. Pero, por mucho que haya sufrido por esto, no fue nada en comparación con lo que sufrió cuando, en 1964, se vio abandonada. La causa del escándalo, la manzana de la discordia fue nada menos que el Santuario, el que es hoy Basílica.

"Madre, sea buena como siempre. Tenga ánimo de mujer fuerte". "Hijo mío, sufro por la salida de éstas de la Congregación, como si hubieras salido tú" y aludía a quien encabezaba ese abandono.

Madre no comprendida, Madre sufrida, Madre obediente...

¡Era cuestión de la gloria de Dios y del bien de muchas almas, adelante! Cueste lo que cueste.

¿Qué decir de las resistencias y de las demoras que le hemos causado también nosotros los Hijos del Amor Misericordioso, desde los primeros pasos? Un alma tan generosa se esperaba gente más decidida y sin medias tintas. Tanto ayer, como hoy. Soñó y quiso a sus hijos come hace una madre ambiciosa, santamente ambiciosa. Verdaderos hermanos de las Esclavas, respetuosos y en plena colaboraión con ellas; dedicados a edificarlas con la palabra y con el ejemplo. Quería que no fumaran nunca, que no se entretuvieran demasiado en la televisión, que vistieran con propiedad el hábito religioso, que resplandeciese en ellos la virtud de la castidad en el corazón y en el cuerpo, que fuesen pobres, aunque exigía para ellos lo necesario, no lo superfluo; que vivieran unidos al Papa, a su Magisterio y a los Obispos, siempre apasionados por la edificación de la Iglesia; que destacasen en el servicio humilde y activo por los sacerdotes para que, unidos a ellos, trabajaran con pasión para dar un alma a los creyentes a través de la evangelización del Amor, hasta provocar la conversión incluso en los no creyentes.

Quiso, dijo y escribió que sus hijos deben formar una familia "distinguida", con clara referencia a una dignidad de comportamiento, que no crea distancias, sino estima y ejemplaridad.

No he tomado a mi cargo escribir la historia de la Madre Esperanza. Los míos son apuntes de un hijo afortunado por una parte y testarudo por otra.

Me conmueve todavía el recuerdo de cuando, incluso en los últimos tiempos me acercaba a la Madre, a veces, cansada: siempre tenía para mí una sonrisa y un gesto amable.

Quiero decir lo que dije en otra ocasión. Yo no he visto tanto el Amor Misericordioso de Jesús en el rostro de aquel maravilloso Crucifijo obra del escultor Cullot Valera y que se venera en el santuario, como lo he visto y lo he palpado en la Madre. ¡Cuánto amor! ¡Cuánta esperanza en su misericordia!

El primer día de mi llegada a la Congregación me mandó a Todi con el P. Alfredo, a saludar al Vicario General que aún no había visto. Después me dijo tantas cosas y comenzó a hacerme de maestra de noviciado (y qué maestra). Cuando, en el 65, nos permitieron emitir los S. Votos como Congregación de Derecho Diocesano, nos dispensaron del noviciado, jurídicamente, a todos los primeros, pero nosotros el noviciado lo habíamos hecho; el mío duró hasta el 8 de febrero de 1983.

Insistí para que residiese los primeros tiempos con nosotros en Collevalenza y ella condescendió, haciéndolo compatible con su cargo de Fundadora y Madre General de las Hermanas: ¿qué formación podíamos tener sin ella? Quiso que por algunos años yo volviera al seminario de Todi (de donde provenía) porque el Obispo me designó como director espiritual. Para los apostolinos puso a disposición Hermanas que les cuidasen y enseñaran, una ayuda para nosotros, y pagó profesores externos. Pero quiso decididamente que de su formación espiritual nos encargáramos sólo nosotros.

Proveyó a la formación filosófica y teológica del primer Hijo del Amor Misericordioso, Padre Alfredo Di Penta, con óptimos maestros como Mons. Enrico Vezulli y don Lucio Grandoni. Cuando apareció quien lo obligó a entrar en el seminario en la Quercia di Viterbo la Madre se rindió. En ese período me quedé solo e hize también de párroco en Collevalenza. Las Hermanas abrieron el jardín de infancia, enseñaban el catecismo a los niños y ella organizaba todo con amor, para que aquel inconveniente no pesase demasiado.

 

La realización del Santuario

Fue bastante trabajoso el estudio de dónde se debía hacer la casa y anexos para nosotros. La casa parroquial era seguramente provisional. Se hicieron muchas hipótesis, hasta se pensó en gestionar con las monjas de La Rocca (la Fortezza) en Todi para conseguir parte de su jardín para construir. Se discutió si abandonar la zona. Fuimos incluso una vez a Matrice para orar y decidir con la ayuda del Señor. Vino también el Obispo Mons. De Sanctis. La Madre conversó con él animadamente. Terminamos de resolver el asunto después de haber regresado a Collevalenza, cuando la Madre, guiada y sostenida por el Señor, decidió permanecer en la zona. Hubo un gran movimiento en la familia Bianchini; las Señoras Sofía, María, Margarita y Ana hablaron de donar un terreno, el "roccolo" (es decir, lugar apropiado para cazar pájaros); pagó personalmente la Srta. Germana Bianchini.

Después de negociaciones a veces un poco tesas, se encomendó la ejecución de la casa para sus hijos e hijas a la Empresa Gili Amilcare de Massa Martana, según el proyecto del Ing. Ceribelli de Roma presentado por los hermanos Di Penta.

El 4 de marzo de 1953 se dio el primer azadonazo para construir la caseta para la Empresa y el 18 de di-ciembre del mismo año se inauguró la casa. Obras en un tiempo récord.

Decía el Dr. Paolo Orsini, primer médico de la Madre en Collevalenza: "me impresiona, no tanto que la casa esté hecha, sino que continúe adelante y esté llena de religiosas, religiosos y muchachos".

En un pueblecito minúscolo como Collevalenza, la realidad de aquella gran casa y de la actividad religiosa y educativa que se desarrollaba era motivo de esperanza, aun cuando nadie, excepto la Madre, preveía un ulterior desarrollo. He nombrado la esperanza: sí, el mismo nombre de la Madre era todo un programa.

Y pensar que, cuando se lo impusieron sus superioras a ella no le gustó. ¿Sabéis que se llamaba Josefa? Cuando se hizo religiosa, con intuición profética sus Madres la llamaron Esperanza y a ella no le agradó porque - lo contaba después ella misma - le hizo pensar en una mujer de su pueblo que vendía dátiles y no era un ejemplo de limpieza, ya que no se limpiaba las manos de ninguna otra manera que restregándose aquella masa pegajosa en el pecho y en sus caderas. Por eso casi tuvo asco de oírse llamar Esperanza como aquella mujer. Pero la Madre se estaba cimentando con la mortificación y la obediencia y se adaptó a aquel nuevo nombre de religiosa: Esperanza. Suscitó esperanza donde quiera que pasó, sobre todo en Umbria en Collevalenza, diócesis de Todi, provincia de Perugia.

¿Cómo la acogieron los paisanos? Pregunta ingenua e inútil; todos tenemos dos pueblos, nada nuevo. Hubo quien la vio bien y quien la criticó. ¿Por qué fue criticada? Muchas veces por pequeñeces y superficialidad y a veces con malad y acritud, por prevención. Entre los chismes, alguno fue insinuación notable, como decir que la gente que iba a verla para pedir un consejo o una oración venía por otros motivos.

¿El clero de Todi? Perplejidad y aprecio, con algunos reparos.

¿Los Obispos? Mons. De Sanctis bien, aunque tuvo "miedo" (se lo dijo la misma Madre), miedo de exponerse en algún caso y, respecto a la presentación de nuestra nueva Congregación en la Curia Romana, bromeó tal vez demasiado sobre la hipótesis de presentarse como el eventual Fundador. Sin embargo es y permanecerá como el Obispo de la acogida y del apoyo.

Quiero relatar unos de los hechos conclusivos de su relación con nosotros. Eran los últimos días de septiembre de 1959. Una tarde la Madre me propuso ir a ver al Obispo para pedirle, en su nombre, si creía ya oportuno considerar Santuario a la Capilla de la Comunidad, esto es aquella pequeña iglesia, que había sido construida en 1955 y que en aquellos primeros cuatro años había llegado a ser para mucha gente, no sólo para nosotros, lugar privilegiado de evangelización y anhelada meta de oración.

Guiados por ella, no se iba adelante con ningún otro estilo de pensar que no fuera el de la bondad divina, presentando el Crucifijo e invitando a la confesión y a la Eucaristía.

Sanos y enfermos venían de buen gusto y se rezaba mucho y bien. ¡Sobre todo cuántas estupendas Misas y horas de adoración!

Pues bien, fui inmediatamente a ver a Mons. Alfonso Maria De Sanctis. Sin saber ni imaginar qué reacción habría encontrado, le expuse el deseo de la Madre. ¡Qué hermoso! "¡Pues claro! Evidente, sin dificultad. Dile a la Madre que me sentiré muy feliz de ir yo mismo y proclamar primer Santuario del Amor Misericordioso a esa vuestra capilla". Nos pusimos de acuerdo en que habría bendecido personalmente el Crucifijo y alentado a los fieles a abrirse al amor divino. La fecha quedó fijada para el próximo 30 de septiembre, cumpleaños de la Madre.

A mi regreso a casa la Madre se puso muy contenta y lo comunicó todo directamente a la comunidad. Preparativos, divulgación de la noticia, mucho entusiasmo. Destacó entre todos en propagar la noticia y el programa, la entonces secretaria de la Madre Sor Ana María Ranocchia.

Feliz la Madre, felices todos, feliz el Obispo que bendijo el Crucifijo y por tres veces volvió al altar para tomar la palabra. Habló, habló, habló. Era el Obispo que, el ocho de junio del 45, había aprobado la impresión de la novena del Amor Misericordioso: "Que toda alma que se beneficiará de esta piadosa práctica, pueda cantar eternamente las misericordias del Señor".

El 8 de noviembre del mismo 59, falleció en Roma Mons. De Sanctis. Yo lo había visitado y abrazado en nombre de todos nosotros, justo un minuto después de que hubiese estado junto a él llevándose amplia bendición, su compañero de seminario, Angelo Giuseppe Roncalli, ya entonces Juan XXIII.

En nuestro mismo Santuario acogimos sus restos mortales provenientes de Roma, antes del funeral en Todi y de la sepultura en la Catedral.

Después de él encontramos en la Curia de Todi algo de perplejidad; lo demuestra los largos años de espera de un permiso de apertura de las "piscinas" y la aprobación no obtenida fácilmente para la construcción del gran templo. Era evidente que la Divina bondad quería que una cosa y otra madurasen en el sufrimiento y sobre todo en el sufrimiento de la Madre.

 

El pozo y el agua del Santuario

Aquí se abre el capítulo del pozo y el del gran Santuario. Para la Madre son dos capítulos gloriosos, de una gloria como la de Jesús en la cruz; supo aceptar el juego de la voluntad divina y el de la cruz.

Cuando la Madre nos dijo que, en un punto concreto del huerto, habría brotado un agua especial, nosotros nos alegramos, incluso porque había mucha escasez de agua en Collevalenza.

Creíamos que de no hallarse al alcance de la mano, tampoco la íbamos a encontrar a grandes profundidades. El hermano Giuseppe Tubiana, con gente que dio una mano, intentó sondar el terreno en el punto indicado por la Madre; se sirvieron para ello de un pequeño taladro que los agricultores utilizan para buscar agua para los campos. Pero lamentablemente no se obtuvo ningún resultado. De haber habido agua no habría estado tan a la superficie. De todas formas, la Madre, segura de lo que nos decía, quiso que se buscase otro sistema de mayor envergadura, aunque fuese más costoso.

Le encargamos al Sr. Giuseppe Salici, Empresa constructiva de Marsciano, que ya estaba realizando otros trabajos para nosotros, que hiciera un pozo romano, o sea, revestido de ladrillos superpuestos una fila debajo de otra. Llegamos a 24 metros y nada o casi nada.

Cabe notar que pertenece a ese período el experimento que quisimos llevara a cabo la sección hidráulica de la Universidad de Perugia. Vinieron con equipos electrónicos; pusieron varios puntales en distintas partes del terreno en cuestión y dijeron que, no sólo no encontraban agua, sino que ni siquiera había humedad. ¿Desilusión? Prueba del fuego.

La Madre quiso que prosiguiésemos y lo hicimos con los equipos y el personal de una Empresa que excavaba pozos mediante perforación con tubos-pozo enfundados en otro tubo más grande.

La Empresa era de Isola della Scala (Verona) del Señor Guido De Togni. Se alternaban la confianza y el desaliento. Empresario y obreros esperaron y se desesperaron. La Madre siempre con grande fe continuaba alentándonos. En un determinado momento, ella misma puso manos a la obra y con la ayuda de alguien, como Ferruccio Bordacchini, introdujo arena y movió tubos para que el pozo no se derrumbara, sobre todo en el período de paro de las obras.

Famosa la ocurrencia que ante ella tuve un día para confusión mía: "Madre, ha visto que estamos ya a noventa metros de profundidad no hemos encontrado nada. ¿Se da cuenta a qué gasto hemos llegado? ¿Qué buscamos? Palabras textuales las mías y las suyas. "Buscamos agua". Después apuntándome con el dedo prosiguió: ¿Tú? Después de otros dos metros de trabajo, esto es a 92 metros, se encontró agua y se dijo que al P. Gino le habían faltado dos metros de fe.

¡Qué hermosa tarde! ¡Qué tarde maravillosa! Viendo a Bruno Benfatti con aquel puñado de arena chorreando agua; la Madre y todos nosotros fuimos al pozo, pasando por el Santuario. Aquí la Madre, al pie de la escalerita que baja de la casa a la iglesia, detrás del último banco, cayó de rodillas "distraída". Se puso a hablar, a agradecer y a pedir: "Jesús mío... Jesús mío... Jesús mío". Agradeció abundantemente, después pidió que por medio de aquella agua se diese tanta gloria a su Amor Misericordioso. Que brindase la salud al cuerpo y el refrigerio al alma; que, a su contacto, las almas se liberaran del pecado, sobre todo del mortal y del habitual. Que fuese un punto de encuentro entre nuestra fe y su bondad omnipotente. Por lo que concierne a la salud del cuerpo, le pidió a Jesús que mantuviera la promesa de servirse de ella en los casos que El creyese oportuno, sobre todo para sanar las enfermedades incurables, como la leucemia y el cáncer.

Prometió construir inmediatamente las piscinas para la inmersión de los enfermos y añadió que, si ella no hacía este trabajo, quién sabe cuándo se iba a poder hacer, vistas las dificultades que ya preveía.

Cuando se levantó del suelo después de la oración, proseguimos hacia el pozo todos muy contentos. La Madre se alegró mucho, pero dijo que se debía cavar todavía más a fondo, ya que la mayor cantidad de agua se encontraba más abajo. Efectivamente a los 124 metros, se encontró muchísima agua los días siguientes. Recuerdo que se colocó una bomba electrónica para purgar el pozo del tormento del trabajo; se tuvo encendida la bomba cuarenta días con sus noches ininterrumpidamente.

Después se construyeron las llamadas "piscinas", esto es baños para que se sumergieran enfermos y santos. La gente pudo coger libremente, el agua de los grifos, pero no fue posible abrir las piscinas hasta después de 19 años a causa de las indecisiones de autoridades eclesiásticas y civiles. Todo se realizó a la perfección, incluso los cuatro mosaicos del pintor Igino Cupelloni. Cuando más tarde, la benevolencia de los Obispos de Umbria y de otros Prelados amigos, se pudo poner en movimiento el trabajo de las piscinas, fue necesario restaurar los aposentos y los baños, debido al mucho tiempo que había transcurrido desde la construcción.

Aquel día 1 de marzo la Madre estuvo presente en un pequeño coche, una Fiat 500, a causa de sus dificultades para caminar por la enfermedad de las piernas. Una concelebración con poca gente, pero con mucho gozo y gratitud al Amor Misericordioso. Ahora "el agua del Santuario" estará disponible, no sólo para beberla en los grifos, sino también para poder bañarse en las piscinas preparadas con amor por la misma Madre.

Seguimos ante una mujer fuerte, que sabe lo que lleva adelante y emplea energía y ternura, intransigencia y caridad. Para la mayor gloria de Dios, para la propia y ajena salvación y santificación.

Dos miembros de Sanidad de la Universidad estatal de Perugia y tres médicos de lugar componen la comisión médica que deberá examinar si los hechos prodigiosos obtenidos con el "agua del Santuario" son realidad o piadosas fantasías. Fue el P. Arsenio, Superior general, quien propuso esta oportuna comisión.

¿Se busca el "milagrerismo? Absolutamente no. Sabemos que la bondad divina tiene amplios brazos para acoger a quien se dirige a ella. De todos modos, ¿quién podrá jamás controlar y catalogar los prodigios que el Amor Misericordioso obra en el campo espiritual?

Si me preguntaseis qué perfil espiritual se podría hacer con respecto a la Madre, diría que para nosotros fue una verdadera madre de familia; el amor maternal la hacía sensible, atenta, diligente. Para con Dios la definiría hija confiada. Fe y confianza a toda prueba fueron los elementos característicos de su espiritualidad. Decir y repetir esto es obligado, para recalcar su familiaridad con Dios y la confianza que el buen Dios debe haber tenido con ella.

La construcción y la vida de la Basílica

Tratar el tema del Santuario no es fácil, pero sí lineal; no fácil ya que todo parte de su lanzarse a cumplir la voluntad divina, pero teniendo que luchar con los hombres, que no siempre la favorecieron.

¿Oposiciones? ¿Incomprensiones? Estas palabras son demasiado ampulosas, pero la realidad fue que hubo personas que estando en torno a ella no se dieron cuenta del resultado que todo esto iba a tener.

Quiero recordar unas palabras que la Madre me dijo a mí y al Padre Tosi, un día de invierno, mientras estábamos con ella fuera de la pequeña iglesia que todavía no había sido declarada Santuario. Nos habíamos dirigido hacia el huerto, donde Sor Nieves cultivaba gran cantidad de verdura: había entonces muchas coles, un gran estanque para el agua de riego y nada más. Todos estábamos bien abrigados para defendernos del frío. La Madre levanta la mano, como para mostrarnos lo que iba a decir: "Aquí se levantará una gran iglesia...". Nosotros dos nos quedamos desconcertados a las primeras palabras. Teníamos una hermosa casa para la comunidad, teníamos un seminario capaz y bien organizado, teníamos una capilla que era hasta demasiado grande para nuestra modesta realidad. ¿Una gran iglesia? ¿Para quién y para qué?

No comprendimos su conversación y yo pensé que la Madre tenía fiebre. De hecho no era fácil plantear un tema tan... ambicioso. Pero, pobre mujer, ella no era más que la ejecutora del proyecto del buen Jesús. De todos modos, después de la erección del Santuario, el aflujo de peregrinos aumentó desmesuradamente y se vio evidente la necesidad, no sólo la oportunidad, de hacer una ampliación y de crear un espacio más vasto para los grupos que se multiplicaban, y que en la iglesia, ya estrecha, no encontraban suficiente cabida ni posibilidad de movimiento. Era necesaria una amplia aprobación eclesiástica, pero esta llegó después de larga espera. Mientras tanto la Madre me pidió que buscara al Arquitecto Julio Lafuente, quien ya había proyectado la primera pequeña iglesia (que por cierto, de primeras, a la Madre no le había gustado mucho), y me encargó le dijera que fuese pensando en algo grande para poder acoger a mucha gente; mejor todavía si ideaba una iglesia sobre la otra.

Transcurrieron un par de años. Inicialmente nos mostró un boceto de estudio que era una línea tortuosa, después salieron aquellos cilindros, que son los que en definitiva están dando forma al gran templo. Cilindros que podían ser capillas laterales con su corrispondiente altar y que después se quedaron solo en espacios arquitectónicos.

Hasta antes de ayer he hecho notar al arquitecto que, en lugar de darnos dos iglesias una sobre otra, nos ha puesto a disposición una sola iglesia de dos pisos: una cripta, con los confesionarios, situada en mística penumbra y, encima un ambiente recogido y grandioso, digno de la divina majestad. Puesto que el famoso pozo ya había sido construido, se corrió el riesgo de que, para cimentar bien el grande Santuario, el pozo fuese afectado por un desprendimiento ya que quedaba más alto que los mismos cimientos. Preocupación superada con decisión. Recuerdo que el gran peligro lo pasamos el 8 de septiembre de 1963. Todo bien.

¿Y el dinero? ¡Es verdad! Esto no es curiosidad es historia, para quien me está siguiendo.

Es cierto que la Madre trabajó mucho y mucho oró. Las Hermanas de todas las casas le ayudaron cuanto pudieron. Me acuerdo de su hermana, la Madre Ascensión, Superiora de la comunidad de Via Casilina en Roma: no retenía ni una lira para la comunidad, sino que todo se lo mandaba a la Madre. En Collevalenza ya había sido construida la casa para las Hermanas y había en ella unas ochenta: trabajaban en labores de punto y bordados para la fábrica Luisa Spagnoli de Perugia y no sólo de día, sino también de noche, sobre todo cuando había que entregar la labor. Lo cobrado por este heroico compromiso de trabajo era todo para las construcciones.

A propósito, no puedo dejar de relataros la primera conversación que tuvieron la Madre y el Director del Establecimiento, Sr. Birgolotti. No le resultó fácil a la Madre que este señor la recibiera pero al final lo logró. El dijo claramente que no tenía intención de dar más trabajo a Religiosas, porque al momento de entregar la labor urgente aducían siempre motivos o excusas pueriles: "No podemos entregar la labor porque hemos tenido la fiesta de S. Antonio o de Santa Rita o...". La Madre de manera respetuosa, jovial y firme le contestó que ella y sus Religiosas no eran devotas de esos santos. El diálogo concluyo con risa y regocijo y con seguras garantías de trabajo. Nunca hubo decepción por ninguna de las dos partes.

Volviendo a lo dicho acerca de los medios para pagar las obras, debo decir que la gente, viendo tan buena voluntad, y sobre todo la gente pobre, contribuyó, quizá con "el óbolo de la viuda", como en los tiempos de Jesús.

A menudo he tenido que decirle a algún periodista, que venía a preparar el numerito para su periódico, que todo se había hecho con los consejos de los ricos y la caridad de los pobres y que nada se había recibido ni de Franco ni del Vaticano.

Estas dos puntualizaciones tuve que hacerlas para contestar a preguntas concretas. Y era exacto.

Una loable excepción, en honor de la verdad, la debo reconocer en favor de los llamados ricos, porque la Sra. Lucía Parodi de Colleferro, que llegó casi cuando el templo estaba terminado, nos autorizó para pedir a sus fábricas de cemento todos los camiones de cemento necesarios; y todo gratuitamente; era suficiente telefonear a la fábrica. Este cemento sirvió para terminar la iglesia, para el campanario, para la plaza y para buena parte de la casa del peregrino. ¡Deo gratias!

¿Qué es la Providencia? Teóricamente sabía que es el buen Dios que ve y provee. En la práctica la he... visto, la he experimentado junto a la Madre. Ella tenía la llave de la Providencia siempre a mano, o sea, la fe, la confianza en El. Todo tiene su origen en la clara y fundamental idea de que El es el Padre en el sentido verdadero y más interesante de la palabra.

He visto que no es un juego fácil. Te sientes seguro, pero se te pone continuamente a la prueba, hasta el momento en que te das cuenta y, poco a poco se va afianzando más la convicción de que no son cosas de tu invención o fruto de tu habilidad, sino exclusivamente regalo de la paternidad y bondad divinas.

Vuelvo a hablar de la Providencia divina, porque no se puede explicar el vigor espiritual y el comportamiento de la Madre, sin contar con esa Providencia presente en su vida. De todo y de todos se sirve la providencia para acompañarte por Su camino. Tú vas con ella y ella va contigo, no sólo como quien te proporciona los medios, sino como quien te llena de sí. Es el Amor Misericordioso, en definitiva. Puedes llamarlo o considerarlo como quieras, El es siempre tu Padre con pleno derecho. ¡Qué entrañable!

Aunque estés agobiado puedes descansar seguro a la sombra de sus alas, y experimentarlo, sin mucho esfuerzo como "océano de paz".

"Tú dices, Jesús mío, que se me hunde la tierra bajo los pies ¿pero es que te olvidas de que me estás pidiendo cosas demasiado grandes? No soy yo la que exagero, eres Tú" Y ¡duro a pedir intervenciones providenciales! Pero no por eso cesaba de trabajar y de industriarse, más bien competía con el Señor en una competición de amor.

Cuando el gran templo fue terminado, después de dos años y medio de trabajo, tuvo la satisfacción de verlo inaugurado por el Emmo. Card. Alfredo Ottaviani. Pero la Madre, conocedora del estilo con que piensa la Santa Iglesia y sus mejores hombres, hizo todo lo posible para que la tarde anterior todos los obreros fueran pagados. Preveía efectivamente, un interés por parte del Cardenal en tal sentido. Y la pregunta llegó; de hecho, el purpurado le preguntó cuántas deudas tenía y en cuanto tiempo pensaba pagarlas. Ella, humildemente orgullosa, para tranquilizarlo de verdad, le contestó que la tarde anterior había saldado todo con los donativos recibidos de las comunidades y de peregrinos amigos. El Cardenal quedó satisfecho. Conocía a la Madre Esperanza desde los tiempos en que él mismo presidía el Santo Oficio y ella estuvo allí para ser examinada, del 40 al 42.

Siempre se presentó como devota hija de la Iglesia. Por otra parte, le había dicho al Señor varias veces que, pese a que El ordenaba determinadas cosas, ella debía hacer, no lo que El decía, sino lo que le mandaban sus ministros.

"Lo siento, Jesús mío, pero no puedo prestarte oído; debo hacer lo que tus encargados me dicen. Ten paciencia".

E incluso estaba contenta de haber pasado por el Santo Oficio y se alegraba de que la Iglesia tuviese una organización semejante de manera que todo pasase por un minucioso tamiz. Ella misma se declaraba más segura de muchas cosas, después de que el sagrado Dicasterio ponía en ello sus ojos.

¡Pobre santa mujer, cuánto amó a Cristo y a su Iglesia y cuánto hizo en armonía con ellos! Todo. Gastó tiempo, salud, empleando los grandes dones que de la naturaleza había recibido: inteligencia, fantasía, voluntad, memoria.

Y cuando había peligro de hacer algo por sí mis-ma, llegaba el momento de un buen "Trisagio a la Santísima Trinidad" o al menos un "Gloria Patri": rectificar la intención. ¡Cuántas veces me ha enseñado estas cosas!

¿Digresiones? No me parece. Siendo una novela, una bellísima novela de amor la vida de la Madre, no quisiera olvidar gestos, palabras, motivaciones, razonamientos, considerados, se entiende, por un pobre miope espiritual como yo.

Enamorada de su Cristo, de su Amor Crucificado, había querido complacerlo construyéndole un hermoso Santuario, un gran Santuario. En la pequeña iglesia El debe reinar desde la imagen del Crucifijo, debe ser adorado en las realidades de sacrificio de la Misa y en las sacramentales de la Comunión, adorado como Huésped permanente en el sagrario. En la ampliación del Santuario propiamente dicho, disfrutó al consagrar la Cripta a María y la nave superior a Cristo Rey Amor Misericordioso. En la cúpula que domina el altar de la Cripta, quiso que Mariano Villalta reprodujera en mosaico la escena de Pentecostés. Se complacía de ver a la Virgen en medios de los Apóstoles en el momento exacto en que nacía la iglesia. Gozó de que aquel altar fuese consagrado en aquel venturoso 31 de octubre de 1965, por el Arzobispo de Madrid, Mons. Morcillo, que se hallaba en Roma por el Concilio. El mismo había autorizado al P. Elio para que reservara el Santísimo en la Capilla de nuestras Hermanas de Madrid en el Paseo de San Francisco de Sales, 42.

La Cripta es de María: es una iglesia mariana; celebramos allí muchos meses de mayo y a veces los meses de octubre, si no hace frío.

Diría que, quien se haya escandalizado de que la Madre apartase del pequeño Santuario a la Madre de Jesús y pusiese inicialmente, a la veneración a "su" Niño Jesús y a Sta. Teresa de Lisieux, no ha comprendido la importancia del culto mariano que se celebra en la Cripta en ese ambiente eclesial, en ese altar, ante ese mosaico, donde el tesoro de madre que es María, está allí serena, tranquila en oración, como una madre junto a los responsables de la iglesia primitiva.

Cuántas veces he pensado en Ella, en la Madre en oración y en actividad en medio de los sacerdotes de aquel Cristo, que los quiere operadores en su cuerpo místico y operantes en el fabuloso servicio eucarístico.

Me doy cuenta que me hago pesado con todas estas cosas, pero siento que es mi deber hacer la historia y la... filosofía de la historia. Son términos ambiciosos, pero servirán de punto de partida para alguien más capaz.

La Cripta a María y el gran templo a Cristo Rey Amor Misericordioso.

Aquel gran día, 31 de octubre 1965, a las siete de la mañana, Mons. Antonio Fustella, Obispo de Todi, lo consagró. Yo le rogué que incluyera en la consagración la pequeña iglesia como capilla lateral. De hecho sólo había sido bendecida por Mons. De Sanctis en julio de 1955, diez años antes. Fue una ceremonia estupenda. La Madre estaba fuera de sí. Ocupada en preparativos para recibir, hacia el mediodía, al Cardenal Ottaviani y a los 62 Obispos de todas las partes del mundo. Contábamos con la presencia de al menos 100 Padres Conciliares; Ennio habría podido "repescarlos" (es una broma", pero a la Madre le parecieron suficientes y no quiso complacer nuestra ambición.

Estaba construida sólo la mitad de la escalinata externa del gran templo, pero todo salió igualmente bien. Todos muy felices: el Ing. Benedetti, el Dr. Frongia, el Sr. Salici, Giovanni Cascianelli y todos los obreros, pero el Arquitecto Lafuente no cabía en sí de la alegría. Había llegado de Roma la noche anterior sólo para agradecerle a la Madre por el cometido que le había confiado y por la libertad que, como perito, le había dejado durante el proyecto y su realización.

En mi vida, dos cosas me han convencido verdaderamente, respecto a la Madre. La primera, cuando en la gran sala de trabajo de la casa de la Joven en Collevalenza, transformada aquel día en comedor, durante el almuerzo, todos Cardenales y Obispos (ninguno excluido), se pusieron de pie a la llegada de la Madre a la sala. Soy débil, lloro fácilmente, pero ese día me deshice en lágrimas de alegría y todas las veces que lo recuerdo no lloro menos.

Pienso a la alegría de Pablo, cuando le estrecharon la mano, en señal de comunión, Pedro y Juan, las columnas de la Iglesia. Ella humildemente, se sentó junto al cardenal, en medio de ellos. No era un momento oficial, se trataba simplemente de una comida, pero no por eso fue menos bello y significativo. Nunca super qué pasó en ese momento por su alma, pero lo intuyo: se sintió iglesia también ella e hija fiel de la Iglesia, por la que consumía su vida.

Por la tarde, la gran celebración de la inauguración.

Por aquellos días escribí que, si hubiese venido el Papa en medio de nosotros, no me habría impresionado tanto como la venida de aquel personaje que había presidido el resultado del escrutinio sobre la Madre en el Santo Oficio. No hubo aprobaciones o reconocimientos especiales, sino tan sólo gran sencillez por parte de la Madre y mucha amabilidad y comprensión por parte de los hombres de Iglesia.

La otra cosa que, decía, más me ha conmovido respecto a la Madre fue la acogida, que resultó una ovación estrepitosa, cuando el ataúd de la Madre entró en la Basílica, la tarde del 13 de febrero de 1983. Sobre todo me conmovió la ovación que le hicieron los 200 sacerdotes, celebrantes, cuando aquella tarde el Obispo Mons. Grandoni aludió al amor de predilección que la Madre siempre había tenido por los sacerdotes.

El Santuario considerado "como constante punto de referencia, centro y signo de su especial espiritualidad.

El Santuario, en la vida dinámica de la Madre, en su obra y también para las dos grandes realizaciones, esto es para las dos Congregaciones, fue el servicio-vértice.

Si me imagino una pirámide, lo veo todo: Congregaciones y sus actividades en la base y en el cuerpo de la pirámide; su vértice ha sido y seguirá siendo el Santuario, lugar de oración y de evangelización en hechos y palabras, que está destinado a ser la capital del Amor Misericordioso. Lo veo como un punto de partida y de llegada a un mismo tiempo. Esto no es absolutizar, es leer, en la actividad fundada por la Madre, los signos de los tiempos y la voluntad salvífica de Dios. Si la Madre lo amó tanto y tanto se esmeró por él, porque Jesús así se lo pidió, lo considero como algo, no sólo necesario, sino hermoso e interesante, para quien sabe captar las preferencias divinas.