Introducción[1]
Antes de abordar este tema tan interesante y extraordinario en la vida de la Madre creo que es necesario echar un vistazo somero al grado de santidad en el que está viviendo la Madre desde hace muchos años y, además, aclarar lo que en estas alturas se entiende por “amor a Dios” en un místico. No es lo mismo reflexionar y afirmar cosas sobre el amor a Dios en un místico que en un principiante o un adelantado en la vida espiritual. Los términos son los mismos, pero los contenidos que encierran son totalmente diferentes. En los dos casos es amor, pero ese amor es de una naturaleza totalmente diferente en el uno y en el otro.
La Madre está viviendo desde hace muchos años en el quinto grado que ella propone como camino hacia la santidad. Según su enseñanza, es el último, el más elevado. Es el “grado” de la “inmolación”[2]. “Ahora tiene (el alma en el cuarto grado) con facilidad y prontitud el conocimiento, amor y deseo de la mayor gloria de su Dios”, … en todo ve fácilmente dónde se encuentra esa mayor gloria, la ama con vehemencia y la escoge prontamente”[3]. “Este hábito (buscar y medir dónde está la mayor gloria de Dios) está ya en ella (en el alma) bien formado, y así no vacila ante ningún sacrificio donde pueda encontrarse un poco más del honor de su Dios”[4]
A esta alma, ¿qué le queda todavía por hacer? ¿Tiene algún grado más que subir? Sí, el quinto grado. “Le queda, hijas mías, esa satisfacción humana que ha olvidado y hacia la cual se había hecho ya indiferente y que la ha sacrificado ya cuantas veces veía que este sacrificio era del agrado de su Dios, pero queda en ella bastante todavía y son los últimos vestigios de las adherencias que retardan y ponen trabas a su vuelo; pues el alma ya en este estado quiere acabar el holocausto, despegar, quemar y consumirlo todo, por un supremo deseo y verdaderas ansias de inmolación, desprendimiento y renuncia de lo creado y de unión a su Dios sólo”[5]
A esto, en este grado, la Madre lo llama “deseo de inmolación”, que implica desprendimiento y renuncia total de lo creado, hambre de sufrir por Dios, sed de sacrificio, pasión por las cruces, anonadamiento para que sólo en el alma viva únicamente y solamente Dios y unión con Dios que en este grado es identificación total (no sólo cercanía a Dios), esto es, vida escondida en Dios con Jesús[6]. El alma se hace “estancia nupcial” de Jesús. “El alma que ha llegado a este estado, se dice: Si la gloria de mi Dios es mi único bien esencial y mi Dios es el único todo de mi vida, y en su gloria está toda mi felicidad, cuanto más sea El sólo el objeto de mis preocupaciones, El sólo el término de mi amor, El sólo el fin de mis esfuerzos, mejor alcanzaré mi fin y así cuanto yo más desaparezco en El, más queda absorbida en su gloria esta satisfacción que tengo a su lado, más se anonada ante El todo lo que es mío y más está en mí Dios sólo. Por tanto, aniquilaré en mí lo que es mío, aniquilaré todo lo que es de la criatura, y no descansaré sino cuando sienta todo definitivamente aniquilado y sólo mi Dios reine en mí, como dueño único”[7]
“Los santos, cuanto más obra en ellos el sufrimiento, con más fuerza estalla en ellos la alegría, porque ven caer uno tras otro, bajo los golpes de dolor, los últimos restos de lo criado en ellos y ven a su Dios invadiendo todo su ser; ven la muerte absorbida por una victoria, y ven realizarse en ellos ese sueño supremo del amor, en el que Dios es todo en todas las cosas”[8]
Es la esclavitud total y plena en el A. M. Si nos emancipamos de toda servidumbre (incluso de la buena) nos hacemos esclavas sólo de nuestro Dios[9]. Así es como el místico conquista la igualdad del alma con Dios y la paz. “Con la libertad conquistamos la igualdad del alma y la paz, esa paz verdadera y profunda, la paz de nuestro Dios, que sobrepuja a todo lo que es de los sentidos, esa paz que el buen Jesús llama su paz y que es infinitamente diferente de la paz del mundo. Cuando hemos cumplido la justicia, dando a nuestro Dios lo que es de Él, y a la criatura lo que es de la criatura, la justicia da su fruto, que es la paz. Pasando sobre las alturas de la justicia a las montañas de la verdadera paz”[10]. “Tengamos presente, hijas mías, que la gloria expresa todo lo que el hombre puede dar a su Dios, y la paz expresa todo lo que Dios da al hombre; la gloria es el hombre morando en Dios y la paz es Dios morando en el hombre. Debemos morar en Dios por la gloria, a fin de que El more en nosotras por la paz”[11]
Los místicos se mueven y viven en estas alturas y, en esa inmolación total de sí mismos que han realizado y conseguido logran experiencias del amor divino con ellos que supera todo conocimiento y toda experiencia humana. Dios los ama colmándoles de su misma vida y amor, viven dirigidos y gobernados interiormente por Dios, Dios ha tomado directamente y plenamente las riendas del alma del místico, ellos se dejan llevar y conducir únicamente por Dios y así el alma “vive en Dios” desde sus raíces. Dios mora “en su casa”, en el alma del místico.
El místico vive esta experiencia en tres niveles diferentes:
En sus arrebatos místicos. Está como fuera de sí, vive en otros lugares aun moviéndose aquí en la tierra. Sus facultades gozan de la presencia de Dios y poseen otra dimensión que supera lo humano. En el interior del alma todo es paz, júbilo y alegría incontenible. Es experiencia directa que ni el mismo místico consigue expresar con palabras e ideas humanas. Ve, vive y mora en Dios
Vive en la experiencia plena de la paz y de la libertad interior, frutos del amor divino. Los vive como libertad de donación total a Dios, como alegría de dar a Dios lo que Dios espera de él y como sentimiento de no tener ninguna atracción humana que les moleste o distraiga
La viven esta experiencia en la debilidad de la naturaleza humana, en la entrega a la caridad sin descanso, en el trabajo sin permitirse descansos no necesarios y obligados. Y aquí entran en juego las limitaciones de la naturaleza humana y las limitaciones de las fuerzas humanas. Es importante este aspecto porque aquí entrará en juego la pena, el dolor, el llanto del místico, originados en el mismo amor y por el mismo amor que profesan a Dios y medios que utilizaq Dios para purificar aún más el amor del místico. Aman a Dios con todo su ser, pero también perciben de forma deslumbradora que Dios les ama infinitamente y constatan que ellos no aman a Dios con la perfección con la que quisieran y que Dios se merece y esto los entristece sin consuelo posible.
No he optado detenerme en esta experiencia mística de la Madre por su transcendencia, ni por su novedad. La Madre ha vivido desde casi los mismos inicios de su vida consagrada dentro de esta experiencia del amor de Dios.
He optado por presentar esta experiencia mística del amor de Dios en la Madre sólo porque, en la reflexión personal sobre los textos congregacionales de este año 1954 (“Camino de la Misericordia”), en estos meses de enero-marzo la Madre describe y refleja ampliamente, diría llamativamente, en el Diario su vida íntima, cosa que no ha hecho con tanta profusión y con tanto detalle ni antes ni después de estos meses. La Madre escribe casi todos los días en su Diario en estos meses su estado espiritual, sus dificultades, su gozo, sus sentimientos, sus penas y lo que Dios está haciendo en ella. Si ella le dio tanta importancia a esta experiencia mística, me parece conveniente, obligado y oportuno resaltarlo en estas páginas de la Historia, aunque sea someramente.
¿Por qué sólo en estos meses? El por qué la Madre habla pródigamente y ampliamente sobre este tema sólo en estos meses es fácil de entender: ha cambiado de confesor, el confesor le ha pedido que continúe escribiendo en su Diario sus fenómenos místicos[12], vive como fuera de sí viendo las gracias que Jesús le está concediendo, le han pedido, casi exigido, sus hijos/as que modere su actividad por estar muy enferma y por eso dispone de más tiempo, en su experiencia gozosa tiene la sensación de que el corazón le va a explotar,… En definitiva, la Madre no consigue silenciar su experiencia íntima
Al reflexionar sobre esta experiencia mística de la Madre no pretendo explicar lo que la Madre está viviendo, tarea imposible porque ni la misma Madre sabe explicarlo. Es algo que queda fuera y que transciende el alcance de la reflexión humana, es de naturaleza divina. Sólo deseo acompañar a la Madre en silencio, gozar con ella y sufrir con ella, leyendo reposadamente sus notas y cargando sobre mis espaldas la pena de estar lejísimo de esas alturas en las que se desenvuelve la Madre.
[1] Nota: los subrayados y la letra negrita son todas míos para facilitar la reflexión o para destacar la importancia de lo subrayado y como forma de concentrar mejor la atención
[2] Pan 8, 253. “En este estadio el alma “ya no tiene que pesar ni medir cuál es la mayor o menor gloria de su Dios, pues este trabajo lo ha hecho ya en el estado anterior” (ibid)
[3] Pan 8, 253
[4] Pan 8, 253. Leamos e interpretemos en esta luz las grandes obediencias de la Madre, el cumplimiento de la voluntad de Dios, la prontitud, casi precipitación, en las obras en dar a Dios lo que pide, la incapacidad de quien le rodea de ver la voluntad de Dios en esos términos
[5] Pan 8, 254. Hay que acabar el holocausto, quemar y consumir todo en ella por Dios
[6] Pan 8, 255
[7] Pan 8, 256. Llaman la atención los términos: “sólo”: la inmolación no puede estar acompañada con nada: sólo Dios y “único”: único bien, único todo
[8] Pan 8, 257. “El dolor es, hijas mías, su más grande alegría. Bienaventurados los que lloran, bienaventurados los pobres, bienaventurados los limpios de corazón, bienaventurados los maldecidos, los perseguidos y calumniados; el Señor lo ha dicho y ellos lo experimentan: todas estas bienaventuranzas están en ellos”(Pan 8, 258). “¡Oh suprema felicidad de los santos! El alma que ha llegado a esta suprema conclusión de toda santidad es, hijas mías, la única alma verdadera y razonable; la única que llega de una manera absoluta al fin para el cual ha sido creada, y sólo ella sabe la amplitud infinita del gran mandamiento: conocer, amar y buscar a su Dios” (Pan 8, 259) “A Jesús pido la gracia de que, junto con mis hijas, tengamos la dicha de ser anonadadas en nosotras mismas, para vivir del todo en nuestro Dios. Cuando Dios llegue a ser lo único necesario para nosotras, entonces será también nuestro único Señor” (Pan 8, 260)
[9] Pan 8, 261. El título de “esclavo/a”, ”hijo/a” en el A. M. no es sinónimo de servicio a Dios obligado o dependencia servil de Dios, sino la cumbre del amor en la vida espiritual: no tengo nada,absolutamente nada para mí y Dios es mi única riqueza
[10] Pan 8, 263
[11] Pan 8, 264. Fantástica descripción autobiográfica. El místico mora en Dios dándole gloria y Dios mora en el alma inundándola de paz
[12] Pan 18, 1375