a2. Experiencia mística de dolor, pena, congoja…
Como ya afirmaba anteriormente, este amor identificador tiene también su parte dolorosa que es típica de la naturaleza misma del amor verdadero, y de forma especial el místico, dolor originado en el mismo amor, en el sólo amor, dolor propio que sólo el amor divino trae y genera.
La Madre en los últimos meses de 1953 estaba viviendo como fuera de sí contemplando el amor de Dios hacia ella. El Señor se prodigó en concederle visiones, experiencias místicas, muestras inconfundibles de su amor. La Madre quiere responder a ese amor con toda la fuerza de su entrega. No halla en ella cosa que no pertenezca ya a Jesús y le suplica, bien consciente de lo que hacía, que Jesús espaciase sus manifestaciones para ofrecerle lo que más le costaba: no verle, no gozar de su visión.
El Señor se lo concede y se “esconde”. Es importante entender esta manera de actuar de Dios. Nosotros diríamos que para demostrarle a la Madre más amor y atraerla más a El debía multiplicar aún más sus comparescencias. Dios, a los místicos, para hacerles gozar más intensamente de su amor, se esconde. Es la “noche del espíritu”. Para que el místico goce más ampliamente de su amor, Dios “purifica” el amor del místico aún más. Es el amor de Dios que purifica el amor del místico para que pueda más amar.
La “noche” llega y de la forma más dolorosa. Esta purificación del amor asume varias formas y produce el purgatorio en vida por el que el místico debe pasar para purificar el amor del amante[16].
- Primera forma: el Amor no es amado. La Madre, “viendo” y gozando de forma embriagante la forma con la que Dios ama a ella y al hombre, ve que ese amor ni es conocido, ni apreciado ni correspondido por el hombre. “Yo cada día sufro más viendo el poco aprecio que hacemos las almas a El consagradas y como El sufre en silencio y con paciencia, todas nuestras desatenciones y desvaríos; mi soberbia, Padre mío, no puede soportar verle mendigar nuestro amor después de vernos caminar muchas horas y aun días, meses y quizá años, movidos por el vaivén de las pasiones más vergonzosas, logrando con ello solamente que El separe su rostro en los momentos en que se le está ofendiendo, sin separarse jamás de nuestro lado, para tendernos su poderosa mano y ayudarnos de nuevo a salir de esa abrasadora fiebre, perdonándonos e invitándonos a que le sigamos de nuevo con un amor fuerte”[17].
Este dolor y esta pena nada tienen que ver con nuestras aflicciones, pesares, tristezas, sufrimiento, congojas y angustias. No es dolor físico, ni moral, ni anímico. Es dolor en lo más profundo del corazón, en la fuente del amor del místico y que concierne sólo el amor. Es dolor provocado y originado en el amor mismo hacia Dios del místico. No es dolor que toma la fisonomía de dolencia, contrariedad y que se asienta en el interior del hombre como cruz, pesadez y congoja, sino que, incompresiblemente, provoca dolor, pena, sufrimiento y que se manifiesta al místico como más amor. Es dolor que se lleva y se vive como amor en el amor. Este sufrimeinto invade sólo lo más íntimo del corazón del amor. Se sufre porque el amor de Dios no es correspondido con la misma intensidad con la que El ama. “¿Qué conforto puede hallar el Buen Jesús con nuestro amor? ¿Por qué, Padre mío, va siempre en pos de nosotros como un pobre mendigo? ¿No ve El que no le correspondemos más que con disgustos, desatenciones y grosería?[18]
- El mistico ve que él es quien no ama como es amado. Es un dolor aún más íntimo, profundo y desolaqdor. Ese amor que con tanto cariño, paciencia, humildad y bajamiento de Jesús hacia ella, experimentado y gozado, la confunde al ver su respuesta de amor. Se siente “humillada”, (no ofendida), desbordada y confundida. Sentirse amada, experimentar sus “caricias” y no poder responder con todo el deseo del amor es el dolor más profundo y penetrante de quien ama en verdad. “A mí, Padre mío, cada día me confunde más la paciencia, amor y caridad de Nuestro Bondadoso Padre y le pido me conceda la dicha de antes morir que darle de nuevo el más pequeño disgusto, o hacerle sufrir en lo más mínimo”[19]. “No sé si podré explicarle a Vd. lo que por mi alma ha pasado en la noche de ayer: sólo le diré, Padre mío, que el Buen Jesús se ha humillado fuertemente con el trato y caricias que ha derramado sobre esta pobre criatura suya. ¿Por qué me trata así el Buen Jesús, Padre mío? ¿Por qué se humilla de esta manera con este vil gusano de la tierra? ¿Por qué tanta delicadeza y fineza conmigo? ¿Qué le hace obrar así? ¡Quizá y sin quizá, mis muchas miserias y su grande amor hacia mi pobre alma!”[20]
En medio de esos sufrimientos, no obstante que vea cuánto Dios la ama, se pregunta angustiada: “¿Qué haré yo, Padre mío, para evitar que El se mortifique conmigo colmándome de sus suaves caricias y otras cosas? Yo hoy me siento como aletargada, sin poderle decir una palabra, o muchas, como sería mi deseo, sólo me atrae el mirarle para poderle amar mucho y así poderle mirar continuamente; pero sin que El se mortifique con esta pobre criatura”[21]. Mirarle para amarle más, mirándole continuamente sin que Jesús se sienta menos amado por su debilidad.
- Hay más todavía. El Señor le ha estado preguntado varias veces “que si está dispuesta a darle lo que El le pida, cueste lo que me costare”[22]. Esta petición de Dios la angustia aún más y aumenta su preocupación ante la sospecha de que hay algo en ella que está siendo débil y flojo y que ella no sea dado cuenta. La Madre examina sus respuestas a ese amor, “pero a decir verdad, no hallo en mí cosa alguna que no se la haya dado. (Jesús) sonríe y nada me dice, ¿qué será?”[23]. ¿Por qué?
Por lo que en los momentos de arrobamiento místico descubre, es que Dios, ante las nuevas cosas que le va a pedir, desea dos cosas:
û quiere que se abandone aún más en las manos de Dios, que viva hasta lo más hondo en la humildad. “Padre mío, me dice el Buen Jesús, que El se vale de continuo, de los instrumentos más flojos para sus grandes obras con tal de que estos, dándose cuenta de su nulidad, busquen las fuerzas en Aquel que puede y desea confortarlos y ayudarlos”[24].
û “Me dice también que desea esté muy atenta, para con los que me rodean, y que me esfuerce para llegar a saber juntar bien la fuerza con la dulzura y la suavidad con la firmeza. ¡Qué lecciones, Padre mío! ¡Cuánto le cuesta al Buen Jesús hacerme caminar un poco derecha! ¡Qué poco he copiado de Él, Padre mío!”[25]
[16] ¿No será de esta naturaleza también la purificación del alma cuando el hombre muere y va al purgatorio?
[17] Pan 18. 1376
[18] Pan 18, 1378
[19] Pan 18, 1378
[20] Pan 18, 1383
[21] Pan 18, 1384
[22] Pan 18, 1385
[23] Pan 18, 1385
[24] Pan 18, 1388
[25] Pan 18, 1388