a3. Naturaleza de este dolor
Dentro de esta angustia y dolor, un deseo único la absorbe y domina: “Pida Vd. al Buen Jesús me conceda la gracia, de que yo llegue amar a mis hijos e hijas y a mi prójimo, como El los ha amado y los ama y que siempre me halle pronta a sacrificarme por todos ellos”[26].
No son sentimientos, deseos los que la Madre expresa, ni propósitos y promesas a las que desea llegar. Es amor que incendia, es amor identificado con el de Dios que late por todos y desea amar a semejanza de Dios, es “canto” que arrebata y deja en arrobamiento total, es “himno” del corazón. Es dolor y canto al mismo tiempo, es sufrimiento e himno contemporáneamente, es juntamente pena y arrobamiento
Este lenguaje de la Madre nos desconcierta: el dolor, la pena, el sufrimiento por no amar más fuertemente a Dios se experimenta en el alma del místico como himno, canto, arrobamiento
La Madre desea explicarle a su confesor lo que está viviendo y no encuentra palabras adecuadas. Es experiencia divina y no hay términos humanos para explicarlos. La Madre tiene una afirmación que es un poema en sí: “no se puede explicar con un movimiento de labios, porque es un himno del corazón”. “Bien quisiera, Padre mío, poder explicar a V. lo que se siente en el alma con el contacto del Buen Jesús y ese gozo del amor, pero lo veo imposible, ya que esto no es un movimiento de labios, sino un himno del corazón. No es, Padre mío, un simple ruido de palabras, sino saltos de alegría, donde se unen, según El, no ya las voces sino las voluntades[27]. “Él dice, Padre mío, que las delicias del amor jamás se podrán explicar, ni oírse fuera de uno ya que es una melodía, que sólo la oye el que la canta y aquel a quien se la canta. Creo es, Padre mío, según El, un canto nupcial que expresa los castos y deliciosos abrazos de dos almas, la unión de sentimientos y la mutua correspondencia de afectos. ¡Qué fuerte es esto, Padre mío! ¡Y cuán grande la felicidad que en este misterio se halla! Amemos a Nuestro Dios en El, para que nuestro Dios se entregue con gran vehemencia a nuestra alma”[28].
Es dolor, angustia, aflicción, pesar, sufrimiento, congoja y angustia, pero sus notas suenan a “himno”, “melodía”, “canto nupcial”.
Este dolor de la Madre se aleja infinitamente de lo que nosotros entendemos por amor, gozo, dolor y pena. Es sufrimiento insoportable, agobiante, pero lo percibe como canto nupcial, abrazos de dos almas no de dos cuerpos, es unión de sentimientos y mutua correspondencia de afectos, canto que sólo lo oyen el que canta y aquel a quien se canta. Es todo un misterio para la inteligencia
Con el inicio del nuevo año 1954 esta experiencia se amplía y se hace más difícil y real, al estilo del amor de Dios. El Señor es Dios misericordioso, pero no hombre sentimentaloide ni Dios abuelo. Amando hasta el infinito, da a la criatura no lo que ésta pide, sino lo que él desea. Así ama Dios. No a la manera del hombre. “No sé, Padre mío, si el Buen Jesús, a pesar de su gran paciencia y caridad, se cansará de mí. El caso es que esta noche, después de pedirle mucho por una hija, otras personas y algunas otras gracias que yo creía necesarias, vi que El no cedía y me parecía se hacía el sordo, o cerraba sus oídos a mis pobres súplicas. Después de darle mucha guerra, me ha dejado sin obtener resultado alguno, produciendo en mi alma un fuerte desconsuelo, que me ha hecho prorrumpir en fuerte llanto y grande pena, no porque no me ha concedido lo que tanto le pedía, sino porque temo mucho haberle molestado importunándole con cosas, que a lo mejor a Él no le eran de su grado, y así me ha dejado sola y no sé si volverá”[29]. En el amor de los santos a Dios, incluso la sospecha de que algo puede molestar la respuesta, se trueca en “desconsuelo”, en “fuerte llanto”, en “grande pena”. No ve en ella nada que no le haya dado, pero la actitud distante y aparentemente fría del Amado le hace sufrir más que cualquier otro contratiempo.
Los santos tienen otra forma de pensar y de vivir que a nosotros nos desconcierta y nos deja fuera de juego. En un nuevo texto que no lleva el nombre del que lo recibe (sólo pone “a un fam” y seguramente se trata de P. Gino), suplica que le “dé libertad para hacer penitencia”. Ante la sospecha de que Dios puede estar molesto por algo que no sabe ni conoce la lleva a querer redoblar sus penitencias. Al amor sólo se puede responder con más amor.
Esto indica que en estas fechas el confesor le había prohibido toda clase de penitencias debido a su estado precario de salud. “Perdóneme, padre mío, insista en pedir a Vd. me deje hacer el vía-crucis en la iglesia y también que le repita una vez más que no se cuide tanto de mi pobre cuerpo y me deje en libertad para hacer penitencia, sin fijarse en mis fuerzas físicas; piense, padre, que mi cuerpo debe ser para mi espíritu y jamás mi espíritu para mi cuerpo. El hacer penitencia es, padre mío, un acto de caridad para conmigo misma, y es también un acto de caridad para con mi prójimo, puesto que mis obras satisfactorias aprovechan también a las demás, y dígame, Padre, ¿no se moverá su compasivo corazón, a dejarme hacer este acto de caridad en reparación de los pecados de los Sacerdotes del mundo entero, con el único fin de reparar de algún modo, la ofensa que el pecado ha hecho a nuestro Dios? Al Buen Jesús, pido ilumine a Vd. para que puede guiar mi alma, sin mirar jamás a mi pobre persona y Vd. pida para que Jesús me conceda la gracia de purificar mi corazón ya que solamente los corazones puros o purificados pueden llegar a la verdadera unión con Él, y Vd. esté seguro, de que esto mismo pediré yo para Vd”[30].
Acostumbrada a pedir a Dios “gracias” con la perseverancia de “una gitana”, en los primeros días de enero tiene una decepción que la deja bastante pensativa. La fe y el amor llevan al hombre de Dios a pedirle con insistencia, prolongadamente, machaconamente algunas gracias intentando obligar a Dios mediante el amor a concederle lo que le pide. Pero Dios, algunas veces, se hace el sordo, dejando al alma en desconsuelo, pena y con la sospecha de que su importunidad le haya molestado a Dios.
La Madre, en estos días, ha pedido a Dios con toda confianza y seguridad unas gracias que juzga convenientes y necesarias, lo hace con perseverancia y sin desalentarse (toda una noche entera), pero ve que Dios se desentiende de lo que le pide, se hace el sordo y no contesta. Y los interrogantes brotan cargados de dolor: ¿habré sido inoportuna pidiendo cosas que a Dios no le agradan? ¿Por qué se “marchó” sin decirme nada, sin despedirse? ¿Le habré molestado sobremanera? Y el llanto y el dolor por la sospecha de haber molestado a Dios surgen imperiosos... “No sé, Padre mío, si el Buen Jesús, a pesar de su gran paciencia y caridad, se cansará de mí. El caso es que esta noche, después de pedirle mucho por una hija, otras personas y algunas otras gracias que yo creía necesarias, vi que El no cedía y me parecía se hacía el sordo, o cerraba sus oídos a mis pobres súplicas. Después de darle mucha guerra, me ha dejado sin obtener resultado alguno, produciendo en mi alma un fuerte desconsuelo, que me ha hecho prorrumpir en fuerte llanto y grande pena, no porque no me ha concedido lo que tanto le pedía, sino porque temo mucho haberle molestado importunándole con cosas, que a lo mejor a Él no le eran de su grado, y así me ha dejado sola y no sé si volverá[31].
No es un dolor cualquiera, una pena que entristece anímicamente o una sospecha que le cambia el humor. Para un místico como la Madre es el mayor dolor, más grande que cualquier enfermedad, una pena que la inmoviliza anímicamente, un mal espiritual que despierta el amor pero que hace dudar de su sinceridad. No olvidemos, la Madre es una mística y en esta situación debemos juzgar su aflicción, su pesar, su desconsuelo, su tormento, su angustia y su tortura
Mirando a la Madre en esta situación se nos llena el corazón de ternura: una mujer que toda su vida ha vivido entre enfermedades incurables, que ha cargado con calumnias y atentados contra su vida, que ha estado a punto de morir muchas veces, que ha cargado con hombría y fortaleza con todos los problemas que se presentaban, la vemos aquí sufriendo, incapaz de levantarse, con un dolor que le cuesta llevarlo, con una carga que reconoce con sinceridad que le cuesta enormemente cargar con ella.
Es una prueba que nace del amor, se adhiere al amor y fortalece el amor, pero la desconcierta. “Y en tal caso, ¿qué hago yo, Padre mío? ¿Cómo podré vivir sin verle y oír su dulce voz? ¿Cómo le puedo yo quitar ese disgusto sin cansarle con mis desentonadas súplicas? ¿Qué cree Vd. qué debo hacer? ¿Buscarle en el dolor? ¿Llamarle fuertemente, o llorar en silencio mi brusquedad? ¿Será que el Buen Jesús quiere que yo me desprenda de todo lo sensible y hasta de los consuelos espirituales, por no haber sabido aprovecharme? Si así es, tiene mucha razón, pero yo no puedo vivir sin Él y así lloraré y le pediré me perdone mi poca generosidad y torpeza y Vd., Padre mío, guíeme y ayúdeme a cumplir fielmente la voluntad de Nuestro Dios y a buscarle y seguirle como El desea”[32].
Pero la “noche del espíritu” de la Madre dura muy poco. “¡Qué alegría, Padre mío!, hoy (4.1.54) he tenido la dicha de sentir la dulce voz del Amado de mi alma. Le he pedido perdón y le he dicho tantas, tantas cosas; ha tornado la paz a mi alma y mi corazón se ha regocijado fuertemente con las dulzuras del amor, olvidándose por completo de la herida del dolor. ¡Qué cambio se experimenta, Padre mío! Me ha hecho ver el Buen Jesús, claramente, con el ejemplo de la Cananea, lo mucho que El se complace cuando se le hace dulce violencia y esto aun cuando nos parece que nos rechaza. El dice no le molestan jamás nuestras peticiones, si de veras estamos convencidas de nuestra nada y miseria. ¿Qué quiere decir esto, Padre mío? ¿Habré osado yo el otro día pedir a Nuestro Dios con soberbia? ¿Por qué le molesté siendo El tan paciente y bueno? Ayúdeme, Padre mío, a ser humilde y pida para que yo jamás pierda el tiempo pidiendo al Buen Jesús gracias que a Él no le agraden, y pida Vd. también para que yo jamás ambicione otra cosa que sufrir, amar y procurar siempre la gloria de Nuestro Dios, cuésteme lo que me costare”[33].
A los santos no hay quien los entienda. El día 3, la Madre llora amargamente porque Dios se le ha escondido, el 4 lo vuelve a ver y se alegra enormemente y el 5 suplica al Señor que no vuelva, porque quiere ofrecerle el sacrificio más grande que puede cumplir y el que más le cuesta: no verle tan de seguido. “Quisiera, Padre mío, poder ofrecer al Buen Jesús cualquier cosa que a Él le agrade y que a mí me cueste, y creo, que lo que a El más puede agradar y a mí costar, es suplicarle se digne privarme de su dulce presencia, de esos goces inmensos que El produce en el alma y que el tiempo de vida que El quiera concederme, me lo haga pasar siempre en la oscuridad sin más consuelos espirituales; es decir, Padre mío, que yo no le vea, ni le sienta hasta que mi alma salga de la cárcel de mi cuerpo. Pida Vd. al Buen Jesús me conceda lo que le he pedido ya que, creo, es lo que más me puede hacer sufrir; y dígale me ayude a sufrir este martirio de su ausencia, sin lágrimas, tristeza o lamentos y que todo sea para darle gloria a Él en reparación de las ofensas que cometen sus pobres Sacerdotes. Y pida también, para que, si el Buen Jesús me concede esta gracia o privación, yo en ella sepa desprenderme de todas las criaturas, de los consuelos sensibles y todo aquello que sea amor propio, o amor hacia mí misma”[34]. Es la inmolación total de sí misma en el quinto grado.
Pobres santos, pues por algo son santos. Lo que a nosotros no nos molesta demasiado, a ellos les es dolor insoportable, martirio completo, holocausto consumado en el fuego y ofrecido en el altar del amor.
En estos días, las dudas, miedos y sospechas, dolores y tribulaciones espirituales de la Madre se multiplican. La Madre, como ya he reseñado, está viviendo una situación que la hace sufrir sobremanera. Por un lado desea sufrir y pide a Dios el peor castigo que le puede darle y la cruz que la desconcierta extremadamente y que se concreta en no verle, pero cuando esto llega, y parece que estos días de forma más intensa, llora, suplica, pide perdón y ayuda a Dios y a los hombres (el confesor) porque el dolor que siente es demasiado fuerte. El único que la tranquiliza un poco es el confesor, el único con quien se desahoga y a quien escribe sirviéndose de su Diario. Es el purgatorio en vida. Son muchos e interesantes los textos, pero debo ponerlos en nota, pues necesitarían un peculiar acercamiento y comento que exceden las intenciones de estas páginas[35]
No me cansaré de repetirlo si pretendemos entrar en esta experiencia de la Madre. Este dolor, pena, aflicción, pesar, tristeza, desconsuelo, tormento, suplicio, angustia no es por motivos físicos o de las circunstancias que se dan en la vida, Se origina en el amor que desea ser totalitario, se vive en el amor que es la única fuente de vida del místico y llega a las mismas entrañas del amor más radical. A Jesús, lo único que le llena los ojos y el corazón, no le ve, Jesús, que es todo su consuelo y razón de vida, parece esconderse, el amor se siente sólo y turbado. Es el tormento más grande para quien vive enteramente y sólo para Jesús. “¿No soy bastante sincera con el Buen Jesús?” “Esto me atormenta”. ¿Le habré ofrecido lo que más me cuesta (el no verle) con poca sinceridad? “¡Qué espanto!” “¿Por quién he tomado yo al Esposo de mi alma?” “Le he ofrecido un sacrificio persuadida de que no me lo aceptaba, y en este caso, ¿he pretendido engañar al Buen Jesús”?[36] Son los interrogantes que torturan a la Madre
“¿Qué merezco haga El conmigo? Si así es, ¿cómo podré yo desagraviarle? Crea, Padre mío, que si yo he estado hipócrita con el Buen Jesús ofreciéndole un tan grande sacrificio, en favor de sus Sacerdotes, creyendo que El no me lo iba a conceder, he pretendido engañarle. Por favor, Padre mío, pídale V. al Buen Jesús me perdone y dígale que en el momento de mi ofrenda, no he pensado que El no me lo iba a conceder, que yo lo he pensado después, pero que no lo quiero, que mi deseo es sufrir este horrible tormento el tiempo que a Él le agrade; dígale me perdone una vez más y no haga caso a los sentimientos de mi pobre corazón; dígale, Padre mío, que sea fuerte y no me regale más con su presencia y suaves caricias, pero que no se aleje mucho de mí, ni permita jamás que yo le dé más disgustos, que le tenga siempre presente y que El haga que mi corazón y mi mente estén siempre fijos en El”[37]
¡Qué experiencia terrible para la Madre! El puro y totalitario amor a Dios la empuja a ofrecerse como víctima inmolada, renunciando a lo único que aún tiene todavía como suyo, el gozo de ver a Dios (éxtasis) y de recibir sus caricias espirituales. Cuando éste olvido total de sí misma llega y este apagón de Dios toma forma, se convierten en un purgatorio viviente. El amor, que busca más amor y pertenencia a Dios, es fuente del dolor más intenso que la Madre no puede soportar y todo este fenómeno Dios lo utiliza para amarla más y para que la Madre le ame en plenitud y exclusividad total.
Esta experiencia se está convirtiendo en la Madre es una obsesión. Diariamente escribe en su Diario sus penas, dudas, sufrimientos y deseos. Mirada desde nuestra experiencia débil de Dios, todo esto nos puede parecer una exageración. Así, en estas alturas de la santidad, se vive el amor a Dios.
La situación anterior continúa[38]. El constante llorar de la Madre por el miedo de haber disgustado a Jesús tiene también sus consecuencia físicas. “A mediados de Enero (el 24) notamos que la Madre tiene heridas las ojeras de mucho llorar, la preguntamos porque llora no nos lo quiere decir, se susurra que es porque Jesús no se deja ver de ella como acostumbra. Pasa así unos cuantos días[39].
El motivo es siempre el mismo[40].
[26] Pan 18, 1389
[27] Pan 18, 1390
[28] Pan 18, 1391
[29] Pan 8, 1392-93
[30] Madre a un fam, Pan 19, 1898-1900. Este documento debe tener un error. En Pan 19 tiene remitente (P Gino Capponi) y fecha 00.12.52, mientras que el “Camino de la Misericordia” viene colocado en enero-diciembre de 1954. Como me es imposible verificar los documentos originales lo coloco aquí con reservas.
[31] Madre, Diario 2.1.54
[32] Madre, Diario 2.1.54
[33] Madre, Diario, 4.1.54
[34] Madre, Diario, 5.1.54
[35]
“¡Cuánto sufro, padre mío! ¡son cuatro días que no veo, ni siento, ni hallo
al Amado de mi alma! Es cierto que yo le ofrecí este sacrificio, en
reparación de las ofensas que cometen sus Sacerdotes del mundo entero, pero
también es cierto, que hubo un momento, en que yo sentí dentro de mí un
movimiento de repugnancia a este sacrificio y como deseo de que El se
contentase con mi ofrenda, sin llevar a cabo el sacrificio y no sé, padre
mío, si este deseo lo he desterrado tanto presto de mí y así temo mucho, que
el Buen Jesús se haya alejado de mí, no para recrearse con mi sacrificio,
sino para castigar mi cobardía y poca generosidad, y, si es así, yo en vez
de confortar al Buen Jesús le estoy haciendo sufrir y en este caso ¿qué debo
hacer, Padre mío? A mí me parece que me falta la vida y lloro no porque me
vea privada de la presencia del Buen Jesús, sino porque creo que está tanto
molesto conmigo y yo así no puedo vivir, padre mío. Lloro y con su ausencia
me falta el microscopio con el que primero veía mis faltas, le pedía perdón
y se las ofrecía a El mismo, para que las consumiese con el fuego de su
amor. Y ahora ¿qué hago yo, padre mío? ¿cómo podré yo saber si El está
contento o disgustado? ¿será un engaño de mi mente y corazón, el desear
verle aún una sola vez más, para poderle preguntar si sufre o es contento
con su ausencia y mi soledad? ¿qué me dice, padre mío? Si yo supiese que El
estaba contento, yo le aseguro que, ayudada de Él, me sentiría feliz con su
ausencia y soledad. Pida, Padre, al Buen Jesús me perdone y dé a conocer a
Vd. si está contento o no, y lo que yo debo hacer (Collevalenza,
Diario 12.1.54) “Puede hacerse una idea, padre mío, de lo mucho que me
hace sufrir el pensamiento de que el Buen Jesús se haya alejado de mí, no ya
por la oferta que le he hecho, sino porque está molesto conmigo; y en mi
tristeza pienso que si tampoco estará ya dentro de mi pobre corazón. Este
pensamiento me atormenta y me hace derramar muchas lágrimas y apenas me deja
darme a la oración. La Madre me ha consolado diciendo que su Hijo estará
dentro de mi corazón siempre y que no me deja un momento, que debo estar
calma, darme más a la contemplación que a la tristeza y que el Buen Jesús
será mucho más contento si yo, no dejándome invadir tanto de la tristeza, me
doy de lleno a seguir sus enseñanzas, y como El, suspirar por los tormentos
y las humillaciones, esforzándome en copiar en mí su perfección. ¡Qué buena
es la Madre, padre mío! ¡si viera con qué amor me ha tratado, después de
haber ofendido yo tanto a su amado Hijo! Ella, olvidándose de todo su dolor
por lo que a su Hijo se le ha ofendido, va siempre en pos de nosotros y como
Medianera y Madre trata siempre de poner la paz, la reconciliación y la
unión entre Él y el alma; y el Buen Jesús no creo sea capaz de dejar de
atender las súplicas de su Madre. Pida Vd. a la Madre no se aparte de mi
lado y que me alcance del Buen Jesús la gracia, de que jamás me espante el
esfuerzo que necesariamente debo hacer para vivir tranquila y caminar en la
perfección que El me pide, en medio de las tinieblas y del desamparo (Collevalenza, Diario. 13.1.54)
“Debo decirle, padre mío, que a pesar
de mi propósito de no estar triste y de darme más a la contemplación, ayer
se me ha pasado el día pensando en cosas muy tristes y le digo, padre
mío, que me horroriza pensar que yo debo vivir sin ver al Buen Jesús y sin
que El me diga qué tiene y qué le hace más sufrir, si el estar oculto o
estarse mortificando con esta pobre criatura; y el egoísmo, padre mío, me ha
llevado a desear verle, aunque sólo una vez más y a invitarle a que vea El
si alla alguna otra prueba que a Él le agrade sin ser ésta, alegándole que
yo no puedo vivir sin Él y sin que El me diga continuamente lo que debo
hacer respecto a las dos Congregaciones, ya que de lo contrario yo no haré
más que disparates. Con estos largos discursos, creo, padre mío, he pasado
el día no buscando la gloria y el contento del Buen Jesús, sino el bienestar
mío y el gozo de las delicias de su amor. Pida, padre mío, al Buen Jesús me
perdone y me conceda la gracia de no desear más las consolaciones y de estar
siempre dispuesta a renunciar a ellas para darle contento a El” (Collevalenza, Diario, 14.1.54).
[36] Madre, Diario, 8.1.54
[37] Madre, Diario, 8.1.54
[38]
“Mi deseo es, padre mío, poder explicar a Vd. lo que me sucede: me perece
que no soy solícita en renunciar al bienestar mío para dar contento a
nuestro Dios; pienso mucho en mí misma, en que me hallo sola, que no sé como
podré andar adelante sin la comunicación y ayuda del Buen Jesús; es decir,
padre mío, que como niña mal educada no pienso más que en mi satisfacción y
en disfrutar de las delicias que produce la vista del Buen Jesús, y creo que
con esto le estoy disgustando ya que - según El - el verdadero amor no es
egoísta, ni un movimiento continuo de labios, ni un ruido de palabras sino
la unión de voluntades, y la mía, padre mío, con este ruido de lamentos y
suspiros creo no esté muy unida a la suya... ¡Qué desgracia, padre mío! Yo
prefiero morir antes que disgustar al buen Jesús, o dejarle de dar gloria y
estar unida perfectamente mi voluntad a la suya. Ayúdeme a ello, padre mío,
y dígame por caridad lo que debo hacer para no buscarme más a mí misma, mi
placer, o bienestar, sino el de Nuestro Dios” (Collevalenza, Diario,
15.1.54).
“Mi deseo es, padre mío, poder
explicar a Vd. lo que me sucede en la meditación, pues son varios días que
me siento incapaz de conversar con Nuestro Dios: me siento como aletargada,
y se me pasa el tiempo de la meditación mirando a Nuestro Dios para poderle
amar mucho, y de este modo poderle mirar continuamente, pero no sé decirle
más. ¿Qué es esto, padre mío? ¿por qué yo no soy ahora capaz de conversar
con mi Dios? ¿Será que Jesús no está ya dentro de mi corazón y así me
encuentro sin vida, incapaz de conversar con Él, y sólo me ha quedado una
lánguida mirada para el Amado de mi alma? ¿No le habré dado todo lo que El
me ha pedido? ¿Se habrá apagado en mí el ardiente deseo de darle gloria y
por esto no sé decirle nada? Todo esto que le digo lo pienso durante el día,
pues en el tiempo de la meditación no le siento, ni le veo, sólo le miro y
con una pequeña visión de mi mente, no de veras, le miro fija para atraerle
a mí y poderle amar más y más y así se me pasa todo el tiempo de las
meditaciones. Pida por mí, padre mío, como yo lo hago por Vd. y dígame sin
rodeos lo que debo hacer para que mi alma no permanezca ociosa en la
oración, y pídale al Buen Jesús me conceda la gracia de que yo viva siempre
unida a Él y que El habite siempre dentro de mi corazón, y esté seguro que
esto mismo es lo que tiempo ha pido yo para Vd “(Diario 16.1.54).
“Hoy, padre mío, me parece me hallo más tranquila, o por lo menos creo he
podido recogerme un poco más en la meditación de esta noche, que ha durado
de las diez y media a las tres; en este tiempo me he hallado como fuera de
mí, recreándome con el sólo pensar que el Buen Jesús, aunque cubierto con
ese velo que no se deja ver ni sentir, estaba junto a mí y me escuchaba. Le
he pedido me conceda la gracia de no darle ningún disgusto más y para mis
hijos e hijas le he pedido, no bienes materiales sino su gracia y cuanto El
crea necesitan para adelantar en virtud y santidad. Confortada y animada con
la idea antes dicha, he pedido muchas veces perdón al Buen Jesús y he
renovado mi promesa, de sufrir continuamente en tinieblas y soledad por su
amor; le he suplicado no me haga ningún caso aunque se repita de nuevo mi
cobardía o desaliento debido a su ausencia, y que El dé a mi voluntad un
firme propósito de no hacer o desear cosa alguna que a Él no le agrade y de
no ser negligente, en todo lo que sea para darle gusto y gloria; y esto
último es lo que he pedido y pido también para Vd” (Diario, 18.1.54).
“No sé qué es lo que me sucede, padre
mío, pero en estos momentos de soledad, me parece tengo más grabado en mi
mente las frases del Buen Jesús y en vez de servirme de consuelo, me
proporcionan grande angustia y dolor pues me parece que sin verle, ni oír su
dulce voz, mi amor para con El ya no será progresivo y temo mucho, padre
mío, que la ausencia del Buen Jesús llegue a poner límites a sus afectos
hacia mí, o lo que es peor, los míos para con El. Esto no, ¡padre mío!
primero morir que dejar de ser mi amor progresivo, amándole más y más cada
día, sin jamás poner límites a los afectos hacia El, no negándole jamás
sacrificio alguno de cuantos El me pida o de aquellos que halle que a Él le
puedan agradar, procurando siempre complacerle en todo, cueste lo que me
costare. Ayúdeme a ello, padre mío.” (Collevalenza, Diario, 19.1.54)
[39] Esperanza P d M, Appunti 24.1.54
[40]
“Quisiera, padre mío, poder explicar a Vd. lo que por mi alma pasa, en estos
días de oscuridad y pedirle me perdone de que no me haya acostado a la hora
marcada por la obediencia, pero no me ha dado tiempo y son varias las veces
que me sucede esto y creo no se lo he dicho siempre; perdóneme una vez más,
padre mío, y esté seguro que yo en adelante, con la ayuda del Buen Jesús,
estaré atenta para que no me suceda más, aunque me parece muy difícil, ya
que muchas veces mi corazón es más fuerte que mi voluntad y así, padre mío,
muchas veces me siento como transportada con una fuerza irresistible, a
decirle una palabra al Amado de mi alma antes de acostarme y después sucede
como anoche, que se me pasó el tiempo en esas delicias del amor sin ser
capaz de desprender mi voluntad, corazón y mente de Él, quedando toda como
suspendida en El, sin pensar en nada más. Perdóneme, padre mío, y concédame
la gracia de no marcarme la hora de reposo, cuando el corazón se halla dando
saltos de alegría, movido por las delicias del amor” (Diario, 23.1.54).
“Debo decirle, padre mío, que mi
sufrimiento se ha acentuado ante el temor de que el Buen Jesús no esté ya
dentro de mi corazón, ejerciendo su acción con paternal solicitud, quizá y
sin quizá, por mi falta de generosidad, ya que creo he buscado en estos días
de tristeza contentarme en mi propio contentamiento, deseando las
contentaciones del amor en vez de desear y ambicionar el contentamiento de
mi Dios. Yo, padre mío, en estos días que me veo privada de las
consolaciones del Buen Jesús, creo no me he dado tanto al amor como al
dolor, y así mi corazón ha debido ser para Él un sepulcro de mármol frío. El
ha visto en mí un alma que cuando se le presenta el momento del dolor se
lamenta, o no lo sufre como El desea, sin tener en cuenta lo que Él ha
padecido por mí y el amor que aún me mostraba permaneciendo continuamente en
mi pobre corazón; he pensado más en mi dolor que en su amor. ¡Qué locura,
padre mío! ¿Cómo podré yo vivir sin el calor, amor y unión del que es todo
para mí? ¿Qué puedo hacer yo para conquistar de nuevo al Buen Jesús y
hacerle habitar dentro de mi pobre corazón? Dígale Vd., padre mío, me
perdone una vez más y que yo le prometo, siempre ayudada de Él, no querer de
ahora en adelante otra cosa más que su querer y que se cumpla en mí su
Divina Voluntad” (Diario, 24.1.54).
“¡Cuánto sufro, padre mío, viendo mi poca resignación o amor en el dolor, y
qué distinto recibo la consolación y el gozo, de las pruebas y el dolor!
Cuando yo estaba persuadida de que el Buen Jesús habitaba continuamente en
mi pobre corazón colmándome de su amor, me sentía generosa y por amor a Él,
me parecía estaba dispuesta a cualquier sacrificio; en cambio hoy que El se
ha dignado aceptar mi oferta, lloro y creo pienso más en mi dolor que en su
amor y esto, padre mío, me atormenta sobremanera. Pida Vd. al Buen Jesús me
perdone y que sin tener en cuenta mi debilidad, me trate como El crea y más
le agrade; y si a Él le place que yo viva privada siempre de todo lo
sensible, y de los mismos consuelos espirituales, yo soy contenta; y que,
ayudada de Él, estoy dispuesta a ello por todo el tiempo de vida que El
quiera concederme; pero dígale que no se aleje de mí y que me conceda la
gracia de que yo, ayudada de Él, vaya siempre creciendo en su amor y
caridad” (Diario, 25.1.54).