c1. Experiencia de la Madre: el gozo
No todo son penas y sufrimientos interiores en la Madre en estos meses y no todo termina en sufrimientos padecidos y ofrecidos a Dios. A partir del 27 de enero el Señor le hace gustar las delicias de su amor mediante experiencias interiores arrebatadoras en algunos éxtasis. Se había escondido, pero estaba muy cerca llevándola al pleno amor. “¡Qué alegría, padre mío, ha experimentado mi alma esta tarde!, he ido a hacer el Vía Crucis, y al llegar a la última estación he tenido el gran consuelo de poder ver un momentino al Buen Jesús. ¡Qué bueno es, padre mío! El, olvidándose de cuanto le he hecho sufrir, ha descorrido un momento ese velo que estos días le cubría y se ha dejado ver. Me ha reprendido amorosamente del tiempo que he perdido en estos días, pensando tantas cosas extrañas, las cuales me han robado el tiempo de la meditación, me han turbado el espíritu y amargado el corazón. Con su visita mi alma se halla un poco más templada en el fuego del amor, quizá porque he experimentado de nuevo el suave contacto de su presencia, con esta hermosa visión, pareciéndome, padre mío, que se ha realizado entre el Buen Jesús y yo, como una fusión de las dos voluntades en una sola, tocándome a mí en suerte acomodar la mía a la suya y en consecuencia me ha dicho: que debo haber para con El una grande y afectuosa sumisión a todos los acontecimientos que El disponga, felices o dolorosos, y a las humillaciones y tribulaciones de toda clase; es decir, padre mío, que según el Buen Jesús, mi voluntad debe mantenerse indiferente a todo, menos a mi santificación que dice la debo desear y procurar ardientemente, pero siempre en conformidad con su Divina Voluntad y para gloria suya; que no debo ambicionar más el placer de verle y de escuchar su dulce voz sino lo que El crea y más le agrade”[56].
La Madre en estos días está teniendo una experiencia espiritual de altos vuelos místicos. Da la impresión que ya ha dejado de llorar por el dolor de haber hecho sufrir a Dios con sus importunidades y se siente como invadida por una fuerza que le impide incluso pensar. “Debo decirle, padre mío, que a pesar de la visita de ayer y del deseo de dar al Buen Jesús cuanto El me pida, cuésteme lo que me costare, no sé lo que me sucede; lo cierto es que la noche de ayer y el día de hoy, lo he pasado de una manera muy extraña: me parece estar como aletargada, y apenas me doy cuenta de lo que digo y hago, y esto a pesar de no estar distraída, ya que no veo al Buen Jesús. Yo, padre mío, me siento hoy como cautiva de un fuerte amor hacia nuestro Dios, que me deja sin fuerzas, pareciéndome que estoy en un fuerte fuego o embriaguez, que parece me consume y esto me sucede sin que yo haga esfuerzo alguno en la meditación; yo sólo deseo estar a solas con el Buen Jesús y que llegue la noche para estar junto a su Sagrario, sin sentir a nadie y allí, a solas con El, en una dulce quietud, pasar la noche, debiendo hacer un esfuerzo para retirarme; y si viera, padre mío, ¡cuánto sufro cuando oigo hablar o gritar en los recreos y la violencia que me he de hacer, incluso para estar con Vds., ya que en este estado no tengo más deseos que estar a solas en mi habitación y esta es la razón por la cual me voy en estos días dejándolos solos. ¿Qué será esto, padre mío? ¿Será una tentación del diablo para que yo deje de atender a mis hijos e hijas? Por caridad, padre mío, pida Vd. al Buen Jesús le dé a conocer, si esto que me sucede lo quiere El o no y en tal caso ayúdeme a salir de este letargo”[57]
Nos habla, también, de “suspensión de la mente” (no puede razonar). “Sólo puede contemplar”, “sólo me deja contemplar al Buen Jesús”. , “es como un letargo”- Es como “una mirada fija sin verle, sin sentirle y sin poderle hablar, ni discurrir cosa alguna”. “No sé qué decirle, padre mío, sólo le puedo decir que me parece me hallo cada día más embebida en esa especie de letargo y sin darme cuenta se me fija la mirada, mente y corazón en el Buen Jesús, quedando como embebida en El, sin curarme de cuanto sucede a mi alrededor, ni cumplir mis obligaciones, caminando por casa sin preocuparme - a mi juicio - como antes, de ver lo que hacen los hijos e hijas. Vivo, padre mío, como embebida en los goces que proporciona el amor, o en la trapola que el tiñoso me ha tendido, para que yo llegue a trascurarme de mis obligaciones y abandonando la vigilancia y cuidado de hijos e hijas, él pueda trabajar con ellos excitándolos a hacer lo que no deban. ¡Qué horror, padre mío, esto no! Pida Vd. al Buen Jesús le dé a conocer si esto que me sucede, sin esfuerzo alguno mío, y sin verle, es cosa de El o no; y, sea la que fuere la causa, tráteme Vd. según El le ilumine, haciendo que yo pueda volver a mi estado normal de oración, vigilancia y dolor; pero pídale Vd. también al Buen Jesús, me conceda la gracia de que mi corazón arda siempre en su amor y que su rostro esté siempre grabado en mi mente y todo mi ser, como quedó en el Lienzo de la Verónica sin jamás borrarse”[58].
Incluso, “a pesar de mis esfuerzos y deseos de hacer bien la meditación, y de la gran necesidad que tengo de conversar con el Buen Jesús para exponerle tantas cosas y necesidades que El sólo me puede solucionar, no soy capaz de ello, pues continúo en este letargo o suspensión de mi mente, y así sólo puedo contemplar a Nuestro Dios”[59].
Necesita sentirse activa y protagonista en la oración e intenta hacer el vía crucis, pero no lo consigue. “Esta noche me he ido un poco a la Capilla para ver, si junto al Tabernáculo, podía más fácilmente conversar con el Amado de mi alma, pero viendo que nada le podía decir con esta especie de suspensión de mi mente, que sólo me deja contemplar al Buen Jesús con una mirada fija sin verle, sin sentirle y sin poderle hablar, ni discurrir cosa alguna, me he decidido a hacer el Vía Crucis y con gran esfuerzo he podido llegar hasta la segunda caída del Buen Jesús y allí, padre mío, me sentía como fuera de mí y sin poderme sostener firme en el suelo, entonces me he puesto de rodillas y sin saber cómo, a las cuatro y media me he hallado abrazada al Tabernáculo, o mejor dicho, a El que majestuosamente se ha presentado, haciéndome ver como El está en el Tabernáculo, noche y día haciéndole ver a su Padre las llagas abiertas, por amor al hombre y pidiéndole constantemente por ellas a su Eterno Padre perdón y misericordia para toda la humanidad y si viera, Padre, lo que ha sucedido: suspensa como en el aire, abrazada El a mí y yo a Él, me ha hecho beber de un, como licor, que salía de su costado, dejándome como embriagada. Encontrándome de nuevo a tierra con mi corazón que daba saltos de alegría, y mi alma que se sentía como abrasada en el amor de Nuestro Dios, como pude, a las cinco me fui a mi habitación sin terminar el Vía Crucis. Como ve, padre mío, el Buen Jesús todavía me trata como una pequeña, que no es buena más que para disfrutar de las delicias del amor, sin poder sufrir. ¿Por qué el Buen Jesús me trata así, padre mío, después de haberle pedido tanto, me conceda la gracia de que mi vida sea un continuo sufrir? Pida Vd. al Buen Jesús me conceda esta gracia y que El abrase continuamente mi corazón en el fuego del amor, y esté seguro de que esto mismo pediré yo para Vd”[60]
Es una experiencia mística, no es sólo visión mística, que la lleva fuera de este mundo y que la arrebata a lugares en los que el alma ni ve con los ojos humanos, ni siente con el corazón de carne, ni puede amar en forma humana, ni razona con la mente. Sólo percibe amores divinos que superan todo lo humano, palabras claras y divinas sin sonido pero que llegan hasta lo más recóndito del alma, delicias que se “beben” “como licor” (no se experimentan, sino que arrebatan a otro lugar) que embriaga. Al volver en sí (“a tierra”), la Madre siente que “mi corazón daba saltos de alegría, y mi alma se sentía como abrasada en el amor de Nuestro Dios”. Una pena sigue afligiéndola: “el Buen Jesús todavía me trata como una pequeña, que no es buena más que para disfrutar de las delicias del amor, sin poder sufrir. ¿Por qué el Buen Jesús me trata así, padre mío, después de haberle pedido tanto, me conceda la gracia de que mi vida sea un continuo sufrir?”[61
La Madre no consigue realizar ni el ejercicio de la meditación que ha sido el alimento sustancial de toda su vida espiritual[62]. ¿Qué le sucede? “Crea, padre mío, que se me pasa el tiempo sin poder decir al Buen Jesús una palabra, me siento incapaz de discurrir nada”. Durante el día, el ejercicio de presencia a Dios “hablando con él” le resulta imposible. Tiene los sentidos como agarrotados, paralizados, sin acción. No es éxtasis, pues se mueve, habla, trabaja. Es como si toda la acción humana estuviese paralizada. “Así se me pasa el tiempo mirando al Buen Jesús, dentro de mi corazón, amándole, esto sí, pero sin sentir su voz y sin poder ver su dulce rostro y a pesar de esto debo decirle, padre mío, que hoy me siento como elevada hacia Nuestro Dios y que a pesar de no estar distraída, ni ver al Buen Jesús, me siento como fuera de mí y tengo miedo de estar en la Capilla y de hacer el Vía Crucis, pues me siento como sin fuerzas para sostenerme fuertemente al banco, con el fin de evitar que se repita lo de la noche del treinta, y que alguno me pueda ver abrazada al Sagrario y se escandalice”.[63]
Le había pedido a Dios la cruz más áspera, dura y pesante y Dios le concede esto: no verle, pero en la experiencia transformante de su amor. Al mismo tiempo que la prepara y purifica con el dolor y sufrimiento de no verle, le regala y polariza en el amor. Ella no lo entiende, (“no sé lo que me pasa”), es experiencia mística y acción divina y esta experiencia está en otra esfera.
La ofrenda personal se ahonda, la purificación es total y el amor se hace espurio de toda escoria. “Pida, padre mío, al Buen Jesús, me conceda la dicha de poder hacer siempre cuanto a Él le agrade y todo aquello que sea para mayor gloria suya, y pídale, padre mío, me conceda la gracia de que mi vida sea un continuo sufrir y que mi muerte sea de amor”. “No sé lo que me sucede, padre mío, pero yo me hallo cada día más incapaz para hacer bien la meditación, tanto la que hago con la Comunidad, que es breve, como la que hago sola durante el día y la noche: crea, padre mío, que se me pasa el tiempo sin poder decir al Buen Jesús una palabra, me siento incapaz de discurrir nada y así se me pasa el tiempo mirando al Buen Jesús, dentro de mi corazón, amándole, esto sí, pero sin sentir su voz y sin poder ver su dulce rostro y a pesar de esto debo decirle, padre mío, que hoy me siento como elevada hacia Nuestro Dios y que a pesar de no estar distraída, ni ver al Buen Jesús, me siento como fuera de mí y tengo miedo de estar en la Capilla y de hacer el Vía Crucis, pues me siento como sin fuerzas para sostenerme fuertemente al banco, con el fin de evitar que se repita lo de la noche del treinta, y que alguno me pueda ver abrazada al Sagrario y se escandalice. Pida, padre mío, al Buen Jesús, me conceda la dicha de poder hacer siempre cuanto a Él le agrade y todo aquello que sea para mayor gloria suya, y pídale, padre mío, me conceda la gracia de que mi vida sea un continuo sufrir y que mi muerte sea de amor”[64]
Cuando Dios se deja ver, es la locura del amor. “Hoy sólo sé decirle, padre mío, que esta noche he experimentado un amor al Buen Jesús tan intenso, que me es imposible poderle explicar: mi corazón daba saltos de alegría al oír, después de tanto tiempo, la dulce voz del Buen Jesús y contemplar de nuevo su belleza y hermosura. ¡Qué locura, padre mío! ¡Eran tantos días que no le veía, ni le oía! Pida, padre mío, para que yo no pierda jamás la presencia del Buen Jesús, ya que El se ha dignado elegirme para esposa suya y venir a habitar dentro de mi pobre corazón; y pídale también me conceda la gracia, de que mi corazón no sea jamás para Él un sepulcro de mármol frío, sino un Sagrario dorado con su caridad y calentado siempre por el fuerte fuego del amor; y esté seguro que esto mismo es lo que yo pido para Vd“[65].
El estado de “embriaguez” místico de la Madre continúa y vuelve a describirlo con suma sencillez y claridad. “No sé que me sucede, padre mío, pero temo mucho no dar al Buen Jesús cuanto El me pide, o mejor dicho, de no corresponder a las finezas de su amor. Yo, padre mío, no sé qué me sucede en la meditación, especialmente en la de la noche, donde a solas con Nuestro Dios, sin el bullicio de las criaturas, deseo decirle tantas cosas y paso la noche sin decirle nada, ya que con facilidad y hasta sin darme cuenta, me viene como una especie de embriaguez que me deja como suspensa mi voluntad y el entendimiento, pareciéndome que ni veo, ni oigo, es decir, padre mío, como si toda yo estuviese fija en Nuestro Dios y El en mí. En este estado permanezco parte de la noche y si viera, padre mío, ¡cómo se goza! Yo creo, padre mío, que un solo instante de estas delicias es más que suficiente para recompensar todos los dolores, sufrimientos y trabajos de este destierro. Debo decirle, padre mío, que no se debe preocupar de manera alguna de la duración de esta oración, pensando que pueda hacerme daño a la salud, pues no se siente ningún cansancio, dolores, ni molestias, antes al contrario, después de este estado de oración no se siente ningún malestar, ni molestias, sólo se siente un gran deseo de sufrir, amar y abrazarse fuertemente a la cruz. Pida, padre mío, para que yo tenga siempre fija en mí la hermosura de Nuestro Dios y ésta, obligue a mi corazón a amarle cada día con más vehemencia, y que este amor obligue a Él a concederme grandes sufrimientos, angustias y dolores, siempre en reparación de los pecados que cometen sus Sacerdotes del mundo entero”[66].
Este estado de “embriaguez” espiritual la Madre lo está disfrutando, como vemos, desde hace varios meses. El 9 de febrero vuelve a darnos más detalles sobre él. Este fenómeno acompaña y sustituye la oración personal de la Madre sin que se dé cuenta de ello. Al entrar en esta embriaguez, los cinco sentidos quedan suspendidos, anulados, no funcionan, incluso la noción del tiempo desaparece. “Probablemente” (lo afirma ella misma) le sucede esto porque “en esos momentos mi alma, sin mérito mío alguno, se halla completamente absorta en Nuestro Dios, como me ha pasado esta noche”. La Madre no acierta a definir, ni a describir este fenómeno interior que ni su forma. Únicamente consigue decir: “a mí me parece…”. De los efectos que produce sólo intuye que “cuando la voluntad se halla herida de amor a Nuestro Dios y así, sin darse cuenta, se lanza hacia El, despojándose de todo cuanto le rodea, entrando así en una especie de arrobamiento, donde se goza sin hartarse jamás”. “No sé si me comprenderá, padre mío, pero yo no sé explicárselo mejor”. La voluntad queda herida por el amor ante “la vista de la hermosura de Nuestro Dios”. La “vista,” la “complacencia”, la “experiencia” y el “gusto” de la “hermosura de Dios”, (su amor paternal), provocan en las facultades del místico “el más fuerte amor”, (un movimiento sobrehumano sin intervención del hombre), el más grande posible que puede soportar el ser humano. Este amor viene cargado de deseos irrefrenables “de contemplarle sin interrupción”; y todo en el alma se hace cielo y gozo celestial, no humano. “Si viera, padre mío, ¡cuánto se sufre cuando el alma deja de gozar de esa presencia deliciosa del Buen Jesús y se ve de nuevo rodeada de sus miserias y de las criaturas! El despertar de estas distracciones es, padre mío, muy penoso, ya que la voluntad queda como embebida en Nuestro Dios, sin gusto alguno de las cosas de esta tierra y con el insaciable deseo de contemplar lo que más ama, confortándole tan sólo el poder sufrir algo por su Dios. Pida, padre mío, para que el Buen Jesús me conceda la dicha de vivir sumergida en el dolor y abnegada en su amor”
La Madre, en esos momentos, no ve, ni siente, ni oye ni gusta, ni habla con los sentidos, pero oye, ve, siente, gusta y habla con otra fuerza que no acierta a describir y esta función conocedora le llega con una precisión y claridad desconocidas para ella y que no domina, quedando en estado pasivo[67]. Todo acontece bajo el dominio del amor
La Madre continúa en su experiencia mística interior. Esta experiencia no es estática, siempre la misma. Tiene fenómenos nuevos constantes que le hacen ver y gozar de la presencia de Dios en medio de sus trabajos y tareas. Está viviendo en estos días en una paz inalterable y desconocida para ella. Es una paz “dulce”, esto es, sabrosa, delicada y agradable. Una paz que permanece en su alma incluso cuando debe prestar atención a otras cosas que deberían molestar esta presencia. Es inalterable, gustosa y permanentemente operativa. Esta paz llega calmar todas las esperanzas, deseos y apetencias de su corazón, dándole a su vida interior el gran don de la indiferencia a todo. “Siento que no ambiciono más que dar gloria a Nuestro Dios; tiempo hace deseaba sufrir, o de lo contrario morir, para unirme con Nuestro Dios, pero hoy, padre mío, lo mismo me da vivir que sufrir, con tal que El esté contento y sea glorificado; no pienso más que en contemplarle y siento grande ansia de que me pida para darle” [68].
Suscita admiración otro rasgo de esta experiencia, que se hace experiencia de esclavitud de Dios, de los hijos/as y del prójimo: “Me siento, padre mío, esclava de mi Dios, de mis hijos e hijas y de mi prójimo y así ruego a Vd. pida al Buen Jesús, me ayude a acumular virtudes y a ejercitarme en ellas, para hacer todo el bien que El desea. Y pídale también me conceda la gracia, si a Él le agrada, de que olvidada de mí misma, llegue a inmolarme por mi Dios; y esté seguro que esto mismo es lo que yo pido para Vd”[69].
La Madre nos narra los dos polos de la experiencia que está viviendo con una sinceridad desbordante y con una humildad que desarma a cualquiera. Por una parte goza de la paz divina que el amor unitivo le proporciona, de un gozo que la hace salir de sí misma por los impactos de alegría y de consolación de los que goza y de un amor unitivo que la lleva a olvidarse de sí misma y la hace “esclava” de Dios y de los hermanos necesitados. Pero por otro, persiste ante la ausencia de visión de Dios y experimenta una inquietud, intranquilidad, ansiedad, desasosiego y angustia por la sospecha de que su respuesta a Dios no haya sido como Dios deseaba. Esta sospecha la inquieta sobremanera. “ Debo decirle, padre mío, que a pesar de mis esfuerzos y deseos de dar al Buen Jesús todo cuanto a Él le agrade, no creo llevo esta privación y sufrimiento con el contento y alegría que yo deseo, y mi sufrimiento se acentúa ante el temor de que el Buen Jesús no esté contento de mi comportamiento para con El, en los momentos que El se ausenta, pues veo, padre mío, que recibo de muy diversa manera las consolaciones de la prueba y esto, a pesar de decirle muchas veces al día al Buen Jesús que deseo sufrir; en cambio cuando llega el momento del dolor, o mejor dicho, de su ausencia, en vez de unirme más y más a Él y pensar en el amor que El me tiene y en lo mucho que El ha sufrido por mí, lloro y me angustio demasiado, perdiendo el tiempo que El me concede para amarle. ¡Qué locura, padre mío! Dígale Vd. a Jesús me perdone una vez más y que sin tener en cuenta mi poca correspondencia y amor al sacrificio, me dé tantos sufrimientos, angustias y dolores, siempre en reparación de los pecados que cometen sus Sacerdotes del mundo entero. Y dígale, padre mío, me conceda la dicha de que jamás, de ahora en adelante, vuelva a querer o no querer otra cosa más que se cumpla en mí su divina voluntad, me cueste lo que me costare, seguro de que esto mismo pediré yo para Vd”[70].
A este estado de ánimo se añaden también las consecuencias de las artes del “Tiñoso” que no la deja en paz. “No quiero apenarle, padre mío, pero he de decirle que hoy se levanta dentro de mí, como un triste deseo de decir: "no puedo más" y esto, padre mío, a pesar de mi deseo de sufrir y de que se cumpla en mí la voluntad de Nuestro Dios. El caso es, padre mío, que hoy me siento como sin fuerzas, debiendo hacer un fuerte esfuerzo para estar en pie, pues anoche el tiñoso me atormentó bastante, me dio varios golpes y después me ha dado un empujón tirándome por tierra junto a la puerta del pasillo de abajo, dando con la cabeza en este armatoste que tienen allí para las macetas. ¡Qué espanto he experimentado esta vez, padre mío! Hoy me siento sin fuerzas y no sé cómo disimular lo que me sucede, pues no quisiera que se enterasen las hijas, para que no sufran, ni se asusten. Pida, padre mío, para que yo no me acobarde y sufra con alegría todo aquello que el Buen Jesús le permita hacerme a esta bestia sin corazón, y pida también para que en la ausencia del Buen Jesús y de las consolaciones, mi amor para con El sea siempre progresivo y esté seguro de que esto último pediré yo para Vd”[71]
Es confortante constatar la parte humana que también a los santos les hace experimentar la incapacidad de ser lo que Dios quiere de ellos, (salvando ciertamente las diferencias) y es aleccionador la respuesta que ellos dan a sus limitaciones. La Madre pide a Dios que la haga sufrir y Dios la contenta y prueba en serio con lo que más teme y le cuesta: la ausencia de su vista. A la Madre le cuesta aceptarlo, lo desea y lo teme, lo anhela pero siente y no se adapta a ese “·castigo”, lo abraza pero siente repugnancia hacia él. “Debo decirle, padre mío, que antes de ayer he tenido la dicha de ver de nuevo al Buen Jesús y oír su dulce voz; mi alegría ha sido grande, aunque mezclada con pena, con lo que creo he molestado y estoy molestando al Buen Jesús; y así suplico a Vd. pida al Amado de mi alma me perdone una vez más y que, sin mirar mi repugnancia a cumplir su divina voluntad, cuando no está tanto conforme con mi querer y mi capricho, me trate fuerte, me prive de los consuelos espirituales; pero dígale, padre mío, que no se aparte muy lejos de mí y que me obligue a hacer siempre todo aquello que a El más le agrade, cuésteme lo que me costare, sin molestarse si yo desgraciadamente, en vez de cumplirla llena de contento y entusiasmo, la cumplo forzada como un preso, que arrastrando las cadenas, hace cuanto se le ordena sin mérito alguno para su alma, ni para los demás; dígale, padre mío, que se olvide de todo y que no permita que yo le dé más disgustos, que le tenga siempre presente y que no permita que yo me mire más a mí misma, sino siempre a Él y a lo que a Él le agrade”[72].
En el amor identificador con Dios no hay límites. El místico está constantemente en situación de experiencia del gran amor de Dios y al mismo tiempo sigue presente el dolor purificador de querer amarle más y más.
[56] Madre, Diario 27.1.54
[57] Madre, Diario 28.1.54
[58] Madre Diario, 30,1.54
[59] Madre, Diario, 31.1.54
[60] Madre, Diario, 31.1.54
[61] Madre, Diario 31.1.54.”
[62] Atención, la Madre tiene otro concepto diferente del nuestro sobre la meditación. Para ella, la meditación abarca no sólo el tiempo de la meditación comunitaria en la capilla, sino toda la jornada que la vive como meditación, “día y noche”.
[63] Madre, Diario, 3.2.54
[64] Madre, Diario, 3.2.54
[65] Madre, Diario, 4.2.54
[66] Madre, Diario, 8.2.54
[67] Madre, Diario, 9.2.54. “Bien quisiera, padre mío, poder explicar a V. lo que por mí pasa siempre que me sucede ese fenómeno en la oración, al que yo llamo distracción, o suspensión de mis sentidos, quizá porque en esos momentos mi alma, sin mérito mío alguno, se halla completamente absorta en Nuestro Dios, como me ha pasado esta noche. A mí me parece, padre mío, que esto me sucede cuando la voluntad se halla herida de amor a Nuestro Dios y así, sin darse cuenta, se lanza hacia El, despojándose de todo cuanto le rodea, entrando así en una especie de arrobamiento, donde se goza sin hartarse jamás. No sé si me comprenderá, padre mío, pero yo no sé explicárselo mejor; yo pienso que la vista de la hermosura de Nuestro Dios, es la que produce el más fuerte amor y éste el deseo de contemplarle sin interrupción; y si viera, padre mío, ¡cuánto se sufre cuando el alma deja de gozar de esa presencia deliciosa del Buen Jesús y se ve de nuevo rodeada de sus miserias y de las criaturas! El despertar de estas distracciones es, padre mío, muy penoso, ya que la voluntad queda como embebida en Nuestro Dios, sin gusto alguno de las cosas de esta tierra y con el insaciable deseo de contemplar lo que más ama, confortándole tan sólo el poder sufrir algo por su Dios. Pida, padre mío, para que el Buen Jesús me conceda la dicha de vivir sumergida en el dolor y abnegada en su amor”.
[68] Madre, Diario, 11.2.54
[69] ibid
[70] Madre, Diario, 13.2.54
[71] Madre, Diario, 14.2.54
[72] Madre, Diario, 19.2.54