2. CÓMO ES EL HABLAR DE DIOS[78]
Como ya he dicho anteriormente, Teresa puso por escrito fielmente y por obediencia aquello que pudo expresar con palabras humanas del misterio de la experiencia de sus locuciones con Dios en los éxtasis que tuvo. Lo presenta en dos lugares diferentes: en el epígrafe de Moradas sextas y en el libro de la Vida. “Trata de la misma materia y dice de la manera que habla Dios al alma cuando es servido, y avisa cómo se han de haber en esto y no seguirse por su parecer”[79]. “En que trata el modo y manera como se entienden estas hablas que hace Dios al alma, sin oírse»[80].
Como ya ocurrió a Pablo, Teresa en su intento de explicarlo va a chocar con la barrera de lo inefable, de lo misterioso y de lo divino. Lo escuchado por Pablo en «el tercer cielo» habían sido «palabras indecibles e inefables». De la propia experiencia dirá Teresa «no sé yo decir cómo». «Dijéronme, sin ver quién, más bien entendí ser la misma Verdad». No vio quien le hablaba, pero bien entendió que era Dios. «Quedome una verdad de esta divina Verdad que se me representó –sin saber cómo ni qué esculpida, que me hace tener un nuevo acatamiento a Dios, porque da noticia de su majestad y poder de una manera que no se puede decir. Sé entender que es una gran cosa»[81]. Quedó dentro de ella una verdad que venía y dicha por la misma Verdad, Dios, que se le presentó y fue una verdad como “esculpida” en el alma que le produce un nuevo acatamiento a Dios.
Teresa no sabe explicar cómo Dios habla sin decir palabras como los humanos, ni cómo el hombre entiende sin oír sonidos como los humanos. Claramente, los términos «palabras» y «hablar» son aquí vocablos inadecuados, tomados de nuestra pobre experiencia humana, aplicados a la comunicación entre Dios y el hombre, pero que quedan tan vacíos de contenido cuanto la divinidad dista de la humanidad del hombre. Dios habla «sin palabras» humanas, (valga la broma), en otro idioma que no tiene sonidos, pero el alma lo entiende, son palabras sin palabras que se “escuchan”, se “entienden” «sin oírse» y quedan “esculpidas” en el centro del alma.
Estamos ante algo divino. El místico se halla ante Dios, pero con sentidos humanos. Hay, a veces, palabras de Dios que se formulan «tan en lo íntimo del alma, y parécele (al alma) oír estas palabras con los oídos del alma al mismo Señor y tan en secreto, que la misma manera del entenderlas, con las operaciones (=el efecto) que hace la misma visión, asegura y da certidumbre»[82]. Hay palabras de Dios que se dicen en el alma, en lo íntimo del alma y que el alma las percibe con los oídos del alma, no del cuerpo, son dichas tan en secreto, que ese entender silencioso y los efectos que producen confirman al alma que son palabras de Dios.
Todo esto quiere decir que el interlocutor divino es quien toma la iniciativa y él puede, a su placer, servirse de todos los registros del ser humano para hacerse escuchar: oídos del cuerpo, oídos del alma, y más allá de todo oído o más allá de toda modulación verbal, «sin palabras» o «sin oírse», de espíritu a espíritu, con una emisión de onda que, probablemente, no tiene nada similar en los registros de la comunicación humana. ¡Él es el Señor! Su palabra es luz. Más de una vez Teresa ha reducido el hablar divino a esa imagen de la luz que estalla en el interior del ser humano y lo ilumina[83]. El lenguaje y el hablar de Dios es luz
Dios así habla, como luz. ¿Y el “oyente”? Teresa describe también su experiencia de “oyente”. Comienza distinguiendo los varios niveles de escucha: «unas (palabras de Dios) parece vienen de fuera, otras de lo muy interior del alma, otras de lo superior de ella»[84]. El alma “oye” lo que Dios le dice de tres maneras:
- «unas (palabras de Dios) parece vienen de fuera
- otras de lo muy interior del alma
- otras de lo superior de ella
Pero en los tres casos, lo característico de la palabra de Dios es:
- la irruencia
- «el poderío y suavidad» de su palabra cuando «viene sobre el hombre», como se expresan gráficamente los profetas bíblicos.
Teresa la describe como:
- irruencia absoluta e incontenible. «El poderío y señorío que (estas palabras) traen consigo es hablando y obrando»[85]. Esto explica las prisas en los místicos por cumplir lo que se les pide, las urgencias por llevar a cabo lo que les han dicho...
- como grabación indeleble, «esculpida» en la memoria. «No pasan de la memoria en muy mucho tiempo y algunas jamás»[86]. Esto explica la seguridad con la que proclaman el mensaje recibido, a veces en niños, el recuerdo preciso y detallado de las palabras recibidas aún después de muchísimo tiempo, ... No es cuestión de memoria. Lo llevan esculpido en el alma
- como eficacia transformadora del hombre. «De tal manera el Espíritu que habla hace parar todos los otros pensamientos, y entender a una persona que hablase muy a voces a otra que oyese muy bien; porque podría no advertir y poner el pensamiento y entendimiento en otra cosa». Frente a las palabras de él «no se puede hacer: no hay oídos que tapar, ni poder para pensar sino en lo que se le dice, en ninguna manera; porque el que pudo hacer parar el sol por petición de Josué..., puede hacer parar las potencias y todo lo interior, de manera que ve bien el alma que otro mayor Señor gobierna aquel castillo...»[87]
A esto, probablemente, se debe la claridad de la Madre en su doctrina, la precisión de sus enseñanzas sin haber leído muchos libros.
[78] Sigo sirviéndome de la publicación de P. Tomás Álvarez ya citada
[79] Teresa, VI M, epígrafe
[80] Teresa, Vida 25, epígrafe
[81] Teresa, Vida, 40, 1 y 3
[82] Teresa, VI Moradas, 3, 12
[83] Cf. la Relación 28
[84] Teresa, VI M 3, 1
[85] Teresa, VI M, 3, 5
[86] Teresa, VI M, 3, 7
[87] Teresa, VI M, 3, 18