4. ACTITUDES INTERIORES PARA COMPRENDER Y VIVIR LA PATERNIDAD DIVINA
Comprender y vivir la paternidad de Dios exige unas actitudes interiores ineludibles. No se trata de “saber” que Dios es Padre y “saber decir” muchas cosas sobre esa paternidad. Las “oraciones” (Pan 22) de la Madre nos dicen que hay que vivir en la paternidad misericordiosa divina para “experimentarla” (hacer la experiencia) y, así, “conocer” esta paternidad. No basta sólo ser buenos y observantes. Si la paternidad divina es amor misericordioso hay que dejarse “llevar”, “moldear” y hay que “permanecer” en todo nuestro vivir en esa paternidad en actitud receptiva y de donación.
El “saber” sobre la paternidad misericordiosa de Dios es un conocimiento al que se llega por experiencia. Por eso no es fruto de un momento ni de unos actos aislados. Es un camino largo que hay que recorrer, es una experiencia progresiva y que va madurando y creciendo en la medida en que el amor a Dios va creciendo y transformando al alma.
Dos observaciones sencillas, pero necesarias, antes de adentrarnos en este mundo de Dios, tan sencillo y diáfano y al mismo tiempo tan alto, que transciende nuestros razonamientos y conocimientos.
- Nos encontramos frente a una experiencia mística de la Madre, en la que la Madre está llegando a la cumbre de la unión con Dios. Al quinto grado de la santidad. Por eso, en este terreno toda afirmación que se apoye en una experiencia fragmentaria y dispersa como la nuestra es vana y sin sentido. Toda interpretación de esta experiencia de la Madre, hecha desde nuestra experiencia de la paternidad de Dios, vendría a ser manifestación de la soberbia más refinada. Aquí debe hablar sólo la Madre y nosotros debemos sólo callar y contemplar.
- Sólo escuchando a la Madre y aceptando su experiencia sin manipularla podremos entrar en esa experiencia de Dios. Nos daremos cuenta de que es experiencia humana, la misma que todo consagrado en el A. M debe realizar[256], solo que inmensamente más alta e íntima. Pero en esta desproporción experiencial podremos “ver” y “contemplar” las cumbres a las que podemos llegar también nostros.
De los éxtasis se desprenden algunos rasgos fundamentales de la experiencia de la paternidad divina en la Madre:
a. El amor a Dios es la única norma de vida de la Madre.
A una persona se la entiende y se la descubre cómo es, amándola, esto es, en la sintonía e identificación con ella. Quien ama a Dios “perdidamente, “con locura”, “más que a la propia vida” sabrá decirnos algo sobre esa paternidad a la que nosotros miramos de muy lejos. Así pedía la Madre en sus éxtasis: “Ayuda, Jesús mío; ayuda para que yo te pueda ayudar a Ti; ayúdame para que yo pueda ayudarte. Quiero vivir sí, amándote y ayudándote, dándote gloria, ¡hazlo, Jesús mío!”[257]. “No quiero absolutamente nada más, quiero vivir para amarte y amarte para vivir, no quiero otra cosa, no me sirve nada más, absolutamente no me sirve nada ... no, Jesús mío, no! Tú ya lo sabes y sabes que, con todo el corazón te lo diré siempre, pero no te olvides Tú de eso y yo te lo diré también siempre. Yo, Jesús, siempre puedo decir esto: que quiero vivir para amarte, eso sí, quiero vivir para amarte y amarte para vivir, pero, Jesús mío, quiero también ser madre, ser algo de conforto para los demás. ... Ya con esto tengo bastante, si me das todo eso, Jesús mío: la gracia de poder amarte y amarte para vivir, amarte para amar, amar para darte gloria, con alegría. Quiero vivir para amar y amarte para vivir; hazlo, Jesús mío y verás que todo viene bien. ¡Ayuda Jesús de mi vida! ¡ayuda, Jesús!”[258].
Ella “puede decir a Dios”, no porque lo desea solamente, sino porque lo vive, al presente: “Siempre puedo decir”. Sólo vive “para amarte y amarte para vivir”. Sin amor a Dios su vivir no tiene sentido, no es vida, y por eso vive para amarle. La paternidad divina es un amor misericordioso “que no puede vivir sin el hombre”, volcado sobre el hombre. La vida de Dios es para “amar al hombre”, Dios vive “amando al hombre”. Esa paternidad misericordiosa que está siempre pensando en cómo ayudar a sus hijos exige que la Madre se coloque en la misma línea: “puedo decir esto, que quiero vivir para amarte, eso sí, quiero vivir para amarte y amarte para vivir”.
La Madre en los éxtasis no hace mención a normas ni a preceptos, no hace referencia a normas ascéticas de renuncia. Está ante el Amor Misericordioso y le dice con sinceridad que ya puede ayudarle porque participa ya de su misma “naturaleza”. El amor, por naturaleza, es “exagerado” y “loco”. Ama verdaderamente sólo quien vive en la locura del amor. Leído este rasgo de la Madre por nosotros ahora nos dice: “imitadme, hijos míos”.
Este amor y esta experiencia de la paternidad divina en la Madre no tienen nada de sentimentalismo. El amor lleva a “ayudar” a la persona amada. Se vive para amar y se ama para vivir y, entonces, todo en la vida tiene la finalidad de “ayudar a Dios”, “llevando las almas a ti” y “pidiendo” por los necesitados. "Que yo viva solamente para Ti, para llevar las almas hacia Ti, pero nada más; conducir las almas a Ti y ayudarlas, pidiéndote por ellas; ¡hazlo, Jesús mío!”[259]. “Yo estoy dispuesta, Jesús, siempre con tu gracia, a ayudarte como Tú dices, pero mi ayuda es muy pequeña, mi ayuda es muy poca cosa y no tengo nada más para darte, ¡Jesús mío!”[260]. Son tres verbos (ayudar, llevar, pedir), pero de un significado incalculable en la experiencia de la paternidad divina.
- “Pide”. El amor paternal de Dios le “pide”, le “suplica”, le “implora” que le ayude a salvar a los hijos necesitados de su misericordia. La misericordia de Dios es omnipotente, pero necesita al hombre. Aun lo más pequeño e se transforma en ayuda eficaz a Dios
- “Llevar”. Toda acción del alma, vivida en esa paternidad, se convierte en ayuda efectiva a Dios. La Madre ha entregado su vida a Dios y vive para él y esta donación se hace ayuda a Dios, trabajo por llevar las almas a Dios y víctima de propiciación por todo necesitado.
- La vocación a anunciar el A. M. nace y llega a su máxima operatividad descubriendo y viviendo la paternidad divina como ayuda a la tarea salvífica de Dios.
- “Pedir”. Anuncio y oración van unidos, trabajo y contemplación son una misma cosa, amor a Dios y súplica a Dios tienen la misma raíz.
Estamos acostumbrados a oír a la Madre decirnos que es necesario cumplir en todo la voluntad de Dios. Aquí, en los éxtasis, oírlo dicho directamente a Dios nos deja perplejos. “Ayúdame, Jesús mío, a hacer en todo momento y en cada hora tu divina voluntad; ¡ayúdame, Jesús mío! Ayúdame, Jesús mío, que yo pueda hacer todos los momentos la divina voluntad, hacer tu divina voluntad, Jesús mío. Quiero vivir para amarte y de lo contrario, Jesús mío, si yo no he de vivir para amarte mándame a la eternidad, Jesús mío. Yo quiero amarte, quiero amarte con todo el corazón, Jesús mío, quiero amarte con todo el corazón; no quiero hacerte sufrir más, ¡ayúdame, Jesús mío!”[261]. Amar y cumplir la voluntad de Dios se identifican y van siempre juntos
“Yo haré lo que mi Dios quiera, porque es eso lo que tengo que hacer y nada más; no quisiera querer nunca otra cosa, sino hacer siempre lo que mi Dios quiera”[262]
“Y a mí ayúdame para que yo también venza el respeto humano, Jesús, que tanto me atormenta: "qué dirán qué no dirán... qué harán, que no harán”[263]
“Quiero darte tanta gloria, Jesús mío, disgusto ninguno, ninguno, ¡jamás! ¡No! Ayúdame, Jesús mío, para que yo pueda darte todo aquello que Tú quieras, lo que Tú creas, lo que Tú quieras. Ayúdame, Jesús mío; ayúdame para que yo pueda atraer tantas ánimas a Ti, cerca de Ti, a estar contigo. Ayúdame, Jesús mío, a hacer en todo momento y en cada hora tu divina voluntad; ¡ayúdame, Jesús mío! Ayúdame, Jesús mío, que yo pueda hacer todos los momentos la divina voluntad, hacer tu divina voluntad, Jesús mío”[264].
“Y de mí haz lo que Tú quieras; si quieres que sea la escoba, pues cuando terminen de barrer que me tiren, porque yo no quiero hacer nada más que lo que Tú quieras; así es que, Jesús mío, no me preguntes qué es lo que yo quiero ¿qué quieres Tú? ... pues eso es lo que yo quiero, no hay que hacer otra pregunta "quiero lo que Tú quieras" porque sé que Tú eres el llamado para llevarme al paraíso Contigo, Jesús mío”[265]
Quien cree y ama “con locura” en una persona cumple en todo su voluntad como prueba más segura del amor. Y ella así vivía.
b. La humildad pide perdón.
Ante el Padre misericordioso “que perdona, olvida, no tiene en cuenta los pecados y que ama con inmensa ternura” no se puede alegar ningún mérito ni adelantar ninguna escusa. Sólo desde la conciencia de la propia nulidad y pequeñez el alma podrá descubrir la fidelidad del amor paterno de Dios. Si Dios es Padre, la paternidad de Dios exige que el alma se entregue como un niño en brazos de su padre. “Bien, Señor, Tú haz aquello que creas. Yo te digo que quisiera darte todo aquello que pides, pero te digo que no soy capaz de nada, solamente de estropear todas tus Obras. Bien, Señor, ¡está bien!”[266]. “Quiero darte todo aquello que Tú me pides, ¡pero me encuentro muy débil!... ¡quisiera dártelo, Señor! No te molestes, ¡Señor! ... no es que me desanimo porque Tú me pides más de lo que yo pueda, pero no lo logro, ¡es demasiado, Señor! ¡Es demasiado! ... No es que es demasiado lo que Tú me pides, sino que yo soy muy poca cosa para darte aquello que Tú me pides”[267].
“Cámbiales el dolor que sienten a causa de la nulidad de su Madre en un grande amor hacia Ti y que para mayor gloria tuya sepan que Tú has pensado tanto en ellos y que si has escogido una criatura así es para que se vea claramente que en esta fundación la criatura no ha intervenido en nada sino que todo lo has hecho Tú y tu Madre Santísima”[268].
“Recuérdate que Tú siempre dices que para las cosas grandes te sirves siempre de lo peor que existe y verdaderamente que lo has hecho a la maravilla, porque no has podido elegir una criatura, ni menos fervorosa ni que menos te amase; con la voluntad quiere amarte pero la realidad no es así. Y Tú lo ves, Señor, has escogido esta criatura tan ignorante y llena de soberbia para fundar, nada menos que dos Congregaciones que se deben extender por todo el mundo y darte muchísima gloria”[269]
Nos cuesta no poco aceptar esta confesión de su conciencia de nulidad ante Dios. La veíamos decidida, sin miedos, segura de sí misma, pero detrás de todo esto estaba esta conciencia de nulidad. No es “hacerse la humilde” ante Dios. Eso es la criatura ante Dios: nada, nulidad. Se comprende como la Madre no nos dictó normas bonitas y baratas y vemos el por qué la Madre nos insistió machaconamente que la única forma de progresar en el amor a Dios es “conocer a Dios y conocerse a sí mismos”.
La humildad de la Madre no es motivo ni excusa de huída de responsabilidades. La Madre quiere darle a Dios todo lo que pide, pero le recuerda a Dios que ella es una nulidad. No es confesión de su nada, sino abandono en las manos de Dios: tú pides, yo quiero darte, tú sabes lo que soy y sigues pidiendo, debes ayudarme.
Llama la atención el hecho de que el sentido de nulidad, la posible vergüenza los hijos puedan sentir vergüenza de haber sido fundados por una mujer, le acompañan hasta en estas alturas de la santidad, no desaparecen, sino que se confirman y se apoderan de ella siempre más fuerte. El amor es humilde.
En este punto, la oración extática de la Madre nos deja un interrogante que nos hace sentir pequeños y que estigmatiza nuestra mediocridad “Estos Hijos de tu Amor Misericordioso que están aquí y que han visto que Tú para las cosas más grandes eliges lo peor que existe, ¿llegarán a comprenderlo bien?”[270]. Lo decía el día de la consagración de la basílica del Amor misericordioso. Mucha fiesta, mucho decir A. M., pero le quedaba un interrogante dentro: ¿los HAM se habrán dado cuenta de que lo más grande de Dios se lleva a cabo en la humildad más grande?
Una forma de humildad que nos deja admirados pero también perplejos es el perdón que pide a Dios en algunas ocasiones. Ante algunas acusaciones denigrantes que algunas personas levantan contra ella, pide perdón sabiendo que ni de lejos ha caído en esa falta. Pide perdón por el hecho que ella no ha conseguido iluminar a esas personas con su vida y lo siente como una falta de amor y de totalidad. “Si es así como dicen, perdóname, Señor, que yo no quería causarte este disgusto. No he pensado jamás cometer acción semejante, pero si es que lo he hecho, quítame la vida, Señor, no me des la satisfacción de ver terminado tu Santuario. Dame el purgatorio que Tú quieras y por los siglos que Tú quieras ... el infierno no, ¡eh! el infierno no, Señor, porque allí no tengo la posibilidad de verte. Al purgatorio sí, porque un día tendré la dicha de volverte a ver tan bello como eres y poderte contemplar de nuevo. Mándame al purgatorio para el tiempo que quieras, pero al infierno no, esto no; aunque te digo la verdad - y Tú lo sabes - que si eso ha pasado por mí, yo no me he dado cuenta y así mismo me sucede con las otras cosas que hago en el voto de pobreza, ... perdóname igualmente”[271]. Es talmente grande el horror a la falta más mínima que pide hasta que Dios la lleve consigo. El perdón a este Padre misericordioso no lo implora solamente ante faltas o imperfecciones en el amor hacia él. Pide perdón también cuando no ha conseguido con su ejemplo y con su presencia, sin palabras, que otros no hayan llegado a faltar a la caridad.
Las faltas o los pecados por los que ella recurría diariamente a la confesión son éstos: “Está bien, Señor, a alguno ya se lo he dicho (le he transmitido tu mensaje) y parece que ha quedado en paz. Pero después, no sé si dependerá de mis pocas fuerzas o porque me he olvidado, he rezado con ellos pero eso no, no se lo he metido en la mente. ¡Excúsame, Señor, perdóname!!”[272]. “Está bien, Señor, yo les diré lo que Tú me dices; yo haré lo que Tú quieres, pero Tú Señor debes iluminarme; es un momento difícil, ¿sabes? es un momento difícil, porque yo quiero hacer tu voluntad, quisiera no errar haciendo una cosa diversa, una cosa que desdiga de tu amor y misericordia”[273].
Como decía antes, la hemos conocido como mujer decidida y de carácter fuerte, pero en los éxtasis revela detalles de su delicadeza y de su presencia maternal. Su finura no tiene fondo: ve que puede hacer más, pide perdón y hace el propósito de ser de otra manera. “Y a mí ayúdame para que no sea tan sumamente extraña yo también; comprendo que yo también soy extraña, tanto extraña! y que yo, cuando pidan una cosa que sea necesaria, que yo vea que es necesaria, que no haga la extraña: "que si no, que si esto..."; ya lo he hecho varias veces; estoy arrepentida; ya esta mañana te lo he dicho, Jesús, que estoy arrepentida, no quiero que se... no, estoy arrepentida; y no hay que mandarlas así, porque si no, yo, Jesús mío, noto che si se les da así fríamente ... y culpa tengo yo: veo que tengo culpa también porque podía haber vigilado más y estarían más unidas, tenía que haber estado yo con ellas y unirlas; para la unión de las hijas con hijas y que puedan unirse para santificarse, no unirse para lamentarse; lo que sea un lamento no lo estén ellas mirando haber si es grande o es pequeño, o tienen razón los demás o no la tienen; no, ¿es un lamento que viene porque no van las cosas bien? pues ayúdalos, Jesús, díselo a las hijas, díselo a las hijas que... pero no a todas las hijas, a las hijas que están en ello, porque hay algunas muy ligerinas, ¡Jesús mío! Si Tú las acompañas, si Tú las ayudas, si Tú les das ese grande amor a la unión, entonces si, ¡Jesús mío!”[274]
c. Todo lo que sucede está permitido por Dios, que es Padre:
La Madre ve y siente que Dios no se rinde nunca en su amor hacia el hombre necesitado. Si, respetando la libertad del hombre, permite muchas cosas malas, pruebas, acusaciones, condenas, persecuciones, etc., hará de forma tal que desde dentro de ese mal surja un bien para quien sufre y para la Iglesia. “... como te has valido de la tormenta del año 40, porque si Tú no la desencadenas ... sí, bien, la han causado ellos, pero si Tú no lo hubieras permitido ... Si Tú no hubieras permitido dicha tormenta, no se hubieran fundado los Hijos de tu Amor Misericordioso, porque Tú sabes bien que sin esta tormenta yo quizá no hubiera tenido la oportunidad de ser examinada por el Tribunal de tu Iglesia y no hubiera sufrido lo muchísimo que sufrí ... no es que fuera para tanto, pero mi debilidad lo agrandaba. Si yo no llego a venir aquí, estáte seguro que en España los Hijos de tu Amor Misericordioso no se fundaban ... ¡Eh!? ... sí, seremos de raza latina, pero aquella raza latina es diversa de esta, me quemaban, ¿sabes?! te lo digo yo; si yo hubiese dicho allí que tenía que fundar Sacerdotes ... ¡qué loca! me hubieran dicho. Sin embargo, a causa de aquella tormenta, de la turbación de aquellas hijas, aquel desorden ha servido para que yo entrase de lleno en el S. Oficio y de este modo tu Vicario me conociera, o mejor dicho, conociera que Tú para las cosas más grandes te sirves siempre de lo más pequeño y de este modo El me ayudase y animara a fundar estos Hijos del Amor Misericordioso, que Tú dices que te darán mucha gloria. Ahora, la presente tormenta ocasionada por estas hijas, su desconcierto, Tú lo has permitido, porque yo estoy segura que si Tú no lo permitías no se hubiera producido. Sin duda alguna que te servirás de ello para mayor gloria tuya y un grande bien para tu Iglesia. Pues bien, Señor, ayúdalas y perdónalas. Haz, que esta hija se ponga en paz Contigo. Y ya que aquella triste noche que la llamé para que se confesara, no quiso abrirse, no fue sincera, haz que en esta noche de tu Pasión, en esta noche de Viernes Santo, esta hija se despierte. No te pido que vuelva, pero si Tú esperas cualquier cosa de esta alma que ha sido siempre tan buena, que ha procurado darte siempre aquello que le has pedido; ... ¡está ciega, turbada y desde hace tiempo! Ayúdala a salir de este desorden, ayúdala a remediar el mal que ha hecho. Si Tú crees que de este tronco vil debe nacer una nueva Rama... ¡que nazca como árbol gigantesco y te dé mucha gloria! Haz, que funden, que crezcan y te den, Señor, grande gloria; pero no tengas en cuenta cuanto han dicho de mí”[275]
d. Hay que vivir unidos a él.
Nos encontramos ante un pequeño y sintético tratado de espiritualidad. Recordemos que estamos hablando de la experiencia de la Madre en los éxtasis, esto es, cómo vive ella la unión con Dios en la etapa más alta de vida con Dios. Sobran los juicios, incomoda el querer “saber” y es fraudulenta toda reflexión como si esto fuese una enseñanza humana. Son páginas para adorar la bondad de Dios, gozar de la experiencia de Dios de la Madre y contemplar en silencio lo que todos, un día, gozaremos en el cielo.
Dios tiene una morada y el alma tiene una morada en Dios. Mediante los éxtasis, el alma ha entrado en esa “alcoba” de Dios, ha quedado talmente prendada de ella que ya no quiere nada en la vida sino no salir de esa experiencia. “Antes te he dicho que quería morir para estar Contigo, junto a Ti, pero veo que también ahora estás junto a mí, aunque yo me encuentro tan lejos muchas veces; pero yo te digo, Jesús, que morir quiero antes que dejarte solo”[276]. “Quiero amarte, quiero vivir Contigo, ¡quiero darte mi vida, Jesús mío! quiero darte... no tengo nada, quiero darte y no tengo nada, solamente esta ruin persona, tan vil como Tú la conoces... más... que sea castigado este cuerpo mío que tanta guerra me da ... sí, pero todavía me da guerra, ¿sabes? todavía me da”[277]. “Yo, Jesús, quiero vivir y morir Contigo; así es que, si Tú lo quieres, si Tú no te cansas, alguna escapadita quisiera hacer y estar Contigo, pero que no se den cuenta porque si no hacen unos ¡arcos de iglesias...! todo lo ven, unos por un lado y otros por otro... en fin, que yo no esté nunca cerca de ninguna. Cerca de Ti, Jesús, y Tú cerca de mí y que con los ojos veamos aquello que sucede y viéndolo, lo repararemos mejor”[278]. “Lo que sí quiero decirte, Jesús, es que quiero estar ... no puedo hacerlo como no esté dentro de Ti y Tú dentro de mí. Que no tengamos otra entrada que la de estar unidos, dentro uno del otro y después ... que haga el diablo lo que quiera, ¡déjalo! ¡déjalo! si me rompe una costilla ya tiene bastante, si me rompe la cabeza, pues que la hubiese tenido más dura ... de todos modos, Jesús mío, yo vengo a decirte que por mí no te preocupes y que me des grandes sufrimientos, pero que no se den cuenta ni las Hermanas, ni los Padres”[279]. Antes le decía a Dios que quería morir para estar con él para siempre sin separarse de él, pero ahora la tierra y la vida son también su cielo. Sólo quiere morir antes que dejarle solo. “Tú dentro de mí y yo dentro de ti”. La Madre no quiere la unión, pues está en la unión. El alma ya ha cerrado todas las entradas al amor. Que no haya en el alma “ninguna otra entrada”, sino la de la unión.
“Los dos, juntos”. Desde esa unión, los dos están en vela sobre las personas que Dios le ha confiado a la Madre. No es una unión alejada de la vida del mundo y de los hombres, sino acción salvífica, anuncio de A. M.
Son significativas las palabras que expresan la hondura de la unión con Dios que la Madre vive. No son sentimientos ya ni deseos, como en nosotros. La unión es entrega a un amor que se le ha entregado del todo. “Te doy mi vida, mi persona, porque no tengo otra cosa”. Todo se lo ha consagrado a Dios en las etapas anteriores y ya es de Dios. Ofrece lo que le queda y que ya es de él. Es una unión-ofrenda. “Yo no quiero nada más que esto: que seas mi Dios, mi Señor y mi todo; esto sí, que yo sea toda para Ti, pero Tú dame aquello que creas conveniente y ayuda a las hijas y a los hijos; ayúdales, que buenos son y ellas también, pero ayúdales”[280].
La Madre en esta unión entrega su persona, todo, pero no es un regalo barato. La ofrece mediante el sufrimiento. Quiere estar “dentro de él y él dentro de mí” pero sufriendo. “Y sólo quiero, si Tú lo quieres, Jesús mío, me concedas cuanto antes que yo no tenga más consuelo ni más interés que el de amarte, el de amarte y sufrir por Ti; pero, Jesús mío, sufrir por Ti sin que ahora sufras, porque eso es lo que más me horroriza. Yo quiero vivir para sufrir, pero quiero vivir Contigo y que Tú no participes de nada de esto, ¡de nada, Jesús mío! hazlo, es una cosa que se puede arreglar y yo te lo pido, Jesús mío, llena de fe, llena de amor y con la confianza de que Tú, como buen Padre me concederás este deseo tan triste que tengo. Digo triste, porque Tú te vas a poner triste y no vas a poder hacer carrera de mí, Jesús”[281]. Amar, unión y sufrir siempre juntos. “Tú no sufras; dame a mí lo que Tú creas, lo que Tú quieras, pero déjame sufrir. Dos cosas quiero: amar y sufrir, amar y sufrir, porque, ¿sabes cuánto se sufre cuando se está lejos de Ti?”[282]. Quiere estar unida a Dios, pero participando en los sufrimientos de Jesús. Y los pide encarecidamente. En esta línea debemos ver los estígmates, los sudores de sangre y los demás sufrimientos relacionados con la pasión de Jesús.
La situación de la Madre es de total y absoluta entrega a Dios. Vive sólo en Dios y para Dios, identificado con Jesucristo. “Sea lo que Tú quieras; pero dame todo aquello que Tú quieras que sufra, que me hace falta; no tengo bastante con aquello ... todo, todo lo que Tú quieras, pero que yo no te dé ningún disgusto a Ti, ¡ninguno, Jesús mío! Quiero amarte de tal manera que no tengas Tú ninguna pena, Jesús mío! Quiero vivir amándote y morir amándote también; las dos cosas, una detrás de la otra y juntas si lo quieres”[283]. “Yo, Jesús mío, sólo te pido que Tú me des aquello que quieras, pero que no me quites ni el dolor de las cosas que sufro ... que sufro tanto con ellas, ¡no, Jesús mío! no quiero hacerte sufrir a Ti, quiero amarte fuertemente, quiero vivir para amarte y quiero amarte para vivir; ¡hazlo, Jesús mío!”[284]
De las palabras de la Madre se desprende que la Madre tiene una conciencia de que esta unión en ella es continuada. “Antes morir que dejarte solo”. “Yo me abandono en Ti, soy toda tuya como si fueses Tú el que hablas dentro de mí. No quiero nada más que darte gloria a Ti y a la Madre (la Virgen) ¡a Ti y a la Madre”[285]
Es una experiencia de esa unión como “amor silencioso”. “Sí, se llena de cosas, pero no de ese amor silencioso, ese amor en silencio y dentro de cada criatura”[286]. “Quiero vivir Contigo, te tengo dentro del corazón: "Véante mis ojos y que yo me muera luego", basta que yo te vea, basta que yo vea que estás contento”[287]. Por eso pide que no se vean las gracias que Dios le concede, ni los signos de los favores de Dios. “Siempre queda el alma con su Dios en aquel centro”[288] Esto significa que el alma vive permanentemente en la viva conciencia de estar en Dios y acompañado por él. Ella afirmaba que no pasaban ni dos minutos sin estar ante la mirada paterna de Dios.
“Y yo quisiera, Jesús mío, que me lleves antes que yo te dé un disgusto. Quiero vivir y morir sí, pero junto a Ti y ayudándote a Ti; pero si yo no te he de ayudar y sólo te voy a disgustar, quítame la vida, pero que yo tenga la dicha de estar Contigo”[289]. “Quiero darte tanta gloria, Jesús mío, disgusto ninguno, ninguno, ¡jamás! ¡no! Ayúdame, Jesús mío, para que yo pueda darte todo aquello que Tú quieras, lo que Tú creas, lo que Tú quieras. Ayúdame, Jesús mío; ayúdame para que yo pueda atraer tantas ánimas a Ti, cerca de Ti, a estar contigo”[290]
Es una unión en el olvido total de sí misma. “No quiero absolutamente nada más, quiero vivir para amarte y amarte para vivir, no quiero otra cosa, no me sirve nada más, absolutamente no me sirve nada ... no, Jesús mío, no! Tú ya lo sabes y sabes que, con todo el corazón te lo diré siempre, pero no te olvides Tú de eso y yo te lo diré también siempre. Yo, Jesús, siempre puedo decir esto: que quiero vivir para amarte, eso sí, quiero vivir para amarte y amarte para vivir, pero, Jesús mío, quiero también ser madre, ser algo de conforto para los demás. Ya con esto tengo bastante, si me das todo eso, Jesús mío: la gracia de poder amarte y amarte para vivir, amarte para amar, amar para darte gloria, con alegría. Quiero vivir para amar y amarte para vivir; hazlo, Jesús mío y verás que todo viene bien. ¡Ayuda Jesús de mi vida! ¡Ayuda, Jesús!!”[291]
De todo esto se desprende que en la Madre la unión es una relación consolidada, una nueva y profunda relación de amor típico del “desposorio espiritual”, la más alta unión que el alma puede recibir.
e. Antes morir que ofenderte.
Ante este Padre misericordioso, que ella “ve” cómo ama y cómo sufre por sus hijos necesitados y pecadores, ella estalla en grito de amor enamorado hacia Dios: antes la muerte que darle el mínimo disgusto, ella y los miembros de las Congregaciones. “Quieren (los hijos y las hijas) santificarse, pero hay tantas cosas por medio que no sé cómo quitarlas. ... Ayúdanos, Jesús mío, ¡ayúdanos! y ayúdame a mí para que antes morir que darte un disgusto, antes morir que hacer una cosa que no deba hacer, primero morir que estar haciendo el papel para: "...que aquella no, la otra no..." eso es tener hipocresía, ¡ayúdame, Jesús mío!”[292]. “Sea lo que Tú quieras; pero dame todo aquello que Tú quieras que sufra, que me hace falta; no tengo bastante con aquello ... todo, todo lo que Tú quieras, pero que yo no te dé ningún disgusto a Ti, ¡ninguno, Jesús mío! Quiero amarte de tal manera que no tengas Tú ninguna pena, Jesús mío! Quiero vivir amándote y morir amándote también; las dos cosas, una detrás de la otra y juntas si lo quieres”[293]. “Yo, Jesús mío, sólo te pido que Tú me des aquello que quieras, pero que no me quites ni el dolor de las cosas que sufro ... que sufro tanto con ellas, ¡no, Jesús mío! no quiero hacerte sufrir a Ti, quiero amarte fuertemente, quiero vivir para amarte y quiero amarte para vivir; ¡hazlo, Jesús mío!”[294]. “Y yo quisiera, Jesús mío, que me lleves antes que yo te dé un disgusto. Quiero vivir y morir sí, pero junto a Ti y ayudándote a Ti; pero si yo no te he de ayudar y sólo te voy a disgustar, quítame la vida, pero que yo tenga la dicha de estar Contigo, Contigo y con los hijos y las hijas, pero como Tú quieres”[295]. Ayúdame; no te vayas lejos de mí, Jesús mío; estáte junto a mí; que yo no haga ninguna cosa que te aleje de mí. ¡Quiero estar junto a Ti, vivir junto a Ti y morir junto a Ti, Jesús mío!”[296]
Es norma en todos los místicos la vivencia del “nada” y el “todo” maravillosamente presentado por san Juan de la Cruz: nada para la criatura, todo para Dios. “Quiero vivir junto a Ti; quiero sufrir Contigo; quiero darte, Señor, la satisfacción de darte todo aquello que Tú creas, que Tú me pidas; que yo pueda dártelo, Jesús mío! Pueda darte tanto, tanto, todo aquello que Tú me pidas, todo aquello que Tú me pidas, ¡Jesús mío![297]. "Véante mis ojos, Jesús mío", que yo quiero hacer tu divina voluntad. Quiero, Jesús mío, cueste lo que costare hacer tu divina voluntad, Jesús mío; tu divina voluntad cueste lo que costare. Véante siempre mis ojos; cerca de Ti quiero estar, Jesús mío; cerca de Ti quiero vivir, Jesús mío! cerca de Ti quiero trabajar; cerca de Ti quiero vivir y morir, ¡Jesús de mi vida! ¡ayúdame!!”[298]
[256] Const. 8
[257] Pan 22, 1016
[258] Pan 22, 1697-99
[259] Pan 22, 1078
[260] Pan 22, 1003
[261] Pan 22, 1684-85
[262] Pan 22, 1067
[263] Pan 22, 1078
[264] Pan 22, 1683-84
[265] Pan 22, 1695
[266] Pan 22, 19
[267] Pan 22, 29
[268] Pan 22, 227
[269] Pan 22, 252
[270] Pan 22, 386
[271] Pan 22, 233
[272] Pan 22, 403
[273] Pan 22, 400
[274] Pan 22, 1192
[275] Pan 22, 338-42
[276] Pan 22, 451
[277] Pan 22, 452
[278] Pan 22, 453
[279] Pan 22, 457
[280] Pan 22, 934
[281] Pan 22, 466
[282] Pan 22, 510
[283] Pan 22, 939-40
[284] Pan 22, 942
[285] Pan 22, 467
[286] Pan 22, 518
[287] Pan 22, 522
[288] Ibid, VII M, 2, 4
[289] Pan 22, 984
[290] Pan 22, 1697
[291] Pan 22, 1698-99
[292] Pan 22, 911
[293] Pan 22, 939-40
[294] Pan 22, 942
[295] Pan 22, 984
[296] Pan 22, 1793
[297] Pan 22, 1791
[298] Pan 22, 1790