1. Introducción

Bajo esta epígrafe (santificado sea tu nombre) sintetizamos lo que la Madre vivía y que manifestó en su ofrecimiento de obras: que este día y todos los que tengas a bien concederme los pueda pasar amándote, sufriendo, dándote gloria, cumpliendo tu santa voluntad, como víctima por los sacerdotes y sin darte ningún disgusto. Allí era enseñanza escueta y simplificada, aquí es oración larga, petición acorada, deseo ardiente y desde estas páginas podemos entender los verdaderos contenidos del ofrecimiento de obras.

En la Novena al A. M., la Madre había comentado esta petición a Dios de la siguiente manera: "Santificado sea tu nombre". Es lo primero que hemos de desear, lo primero que hemos de pedir en la oración, la intención que debe presidir todas nuestras obras y acciones: que Dios sea conocido, amado, servido y adorado, y a su poder se sujete toda criatura[299]. Esta reflexión sobre esta petición del Padre nuestro la había traducido en petición y oración así: “Jesús mío, ábreme las puertas de tu piedad, imprime en mí el sello de tu sabiduría, véame libre de todo afecto no lícito, y haz que yo te sirva con amor, alegría y sinceridad, y que confortado con el suave aroma de tu divina palabra y de tus mandamientos, vaya siempre adelantando en virtudes”[300]

En la mente de la Madre está, como en la enseñanza de siempre de la Iglesia, que el primer deseo, el más fuerte, el que se debe imponer a todos los demás deseos en la vida espiritual, el que debe presidir todas nuestras obras y acciones es el de que el nombre de Dios sea conocido, amado, servido y adorado, y a su poder se sujete toda criatura. La paternidad misericordiosa de Dios exige, porque es amor infinito, que Dios sea conocido, amado, servido y adorado, y a su poder se sujete toda criatura

La Madre explica que ese “santificado” no está sólo en el “deseo” o en la “confesión” de palabra del nombre de Dios. “Santificado” significa que Dios sea “conocido, amado, servido y adorado, y a su poder se sujete toda criatura”. El nombre de Dios, esto es, Dios mismo, se santifica en la acción, mediante las obras. Curiosamente, la Madre con estos verbos está haciendo referencia a las potencias del alma: son la memoria, la inteligencia, la voluntad, los deseos y el amor las que deben mover a “confesar” y “santificar” el nombre de Dios. La Madre afirma que se debe amar a Dios Padre, porque es Padre, con toda la inteligencia, con toda la memoria y con toda la voluntad.

La Madre, traduciendo esto en oración, en súplica y en petición a Dios, válidas para todos los orantes de la novena, la inteligencia que confiesa se hace “sello de tu sabiduría”, el amor en “puerta de tu piedad”, el deseo y la voluntad “libertad de todo deseo no lícito”, el servicio que adora y que se sujeta “amor, alegría y sinceridad” y “adelantamiento en virtudes”.

San Cipriano, en su tratado sobre el Padre nuestro, comenta: “Santificado sea tu nombre, no en el sentido de que Dios pueda ser santificado por nuestras oraciones, sino en el sentido de que pedimos a Dios que su nombre sea santificado en nosotros. Por lo demás, ¿por quién podría Dios ser santificado, si es él mismo quien santifica? Mas, como sea que él ha dicho: Sed santos, porque yo soy santo, por esto, pedimos y rogamos que nosotros, que fuimos santificados en el bautismo, perseveremos en esta santificación inicial. Y esto lo pedimos cada día. Necesitamos, en efecto, de esta santificación cotidiana, ya que todos los días delinquimos, y por esto necesitamos ser purificados mediante esta continua y renovada santificación. [...] Afirma que hemos sido consagrados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios. Lo que pedimos, pues, es que permanezca en nosotros esta consagración o santificación y —acordándonos de que nuestro juez y Señor conminó a aquel hombre que él había curado y vivificado a que no volviera a pecar más, no fuera que le sucediese algo peor— no dejamos de pedir a Dios, de día y de noche, que la santificación y vivificación que nos viene de su gracia sea conservada en nosotros con ayuda de esta misma gracia[301].

En este libro, (Pan 22) la Madre hace suya esta petición, nos alecciona sobre cómo ella vivía diariamente y realmente esa santificación del nombre de Dios, nos presenta los contenidos espirituales que encerraba en ella y la forma en que pide a Dios que la conserve en esa “santificación de su nombre”.


[299] Novena al A. M., tercer día

[300] ibid

[301] San Cipriano, Tratado sobre el Padrenuestro (Caps. 11-12: CSEL 3, 274-275)