3. La Voluntad Divina es un don
En el Pan 22, visto en su conjunto desde la perspectiva del cumplimiento de la voluntad divina, dos cosas se pueden destacar
a. Ante todo, el cumplimiento de la voluntad divina es un don de la gracia divina para el alma. Dios tiene un designio salvífico para cada uno de los creyentes y busca la liberación total del alma mediante la comunión del alma con él. La obediencia en toda acción a la voluntad divina no es un precepto arbitrario impuesto por Dios a quien quiera santificarse, sino es la expresión del amor y de la cercanía de Dios hacia el hombre y del la manifestación real y concreta del amor del alma hacia Dios. Por esto mismo es gracia. Y por esto mismo es también el camino más seguro y corto que el alma tiene a su alcance para encontrarse con Dios
b. Pero es también norma de vida. Hay que cumplirla, en lo cotidiano y en lo concreto, con prontitud y fidelidad. Al ser camino salvífico hay que seguirlo sin vacilaciones. No cumplirlo con fidelidad o demorarlo sin motivos serios es alejarse de Dios y preferir nuestros caminos a los de Dios y esto supone una contradicción total en la vida del consagrado en el A. M. Es la nueva ley: “Es la subordinación de nuestra felicidad a su honor, como orden de la unión”[473] . Esta ley exige fe, amor filial, conocimiento de Dios[474]
La V.D., entonces, es en primer lugar un ofrecimiento de gracia por parte de Dios, que realiza el encuentro entre dos libertades y sólo después es norma, pero es norma siempre porque Dios ha iniciado la posesión total del alma. Es la respuesta más perfecta que el alma puede dar a Dios. El “fiel cumplimiento de la voluntad divina” es el acto más perfecto de amor a Dios que un alma pueda producir. El que da a Dios su voluntad se da así mismo y da todo. Darse a Dios quiere decir hijas mías, olvidarnos de nosotras mismas, no pensando más que en El y en darnos de lleno a las obras que se refieren a su gloria: la caridad, el celo por la salvación de las almas sin aceptación de personas, razas o naciones, pues la caridad y celo de la salvación de las almas en la Esclava del Amor Misericordioso ha de ser universal”[475]. Esta es la manera más perfecta y más pura de amar, porque “la señal de un corazón puro y recto es saber discernir y amar la sustancia divina bajo las especies humanas y en Superiores llenos de defectos”[476]. “Si el abandono perfecciona las virtudes, perfecciona también la unión del alma con Dios...”[477]
Este punto tan importante para el alma que desea entregarse totalmente a Dios en el A. M. la Madre, en los éxtasis, lo vive en forma de petición, de diálogo orante, de deseo ardiente que desvelan su proyecto personal de vida. La Madre ya ha presentado como doctrina esta ley fundamental de la santificación en los otros textos escritos por ella. Aquí lo vive como oración, súplica y anhelo.
Ella ha hecho sólo la voluntad de Dios en la fundación de las Congregaciones del A. M. y la Madre la considera y vive como regalo inmerecido. Los H. y E del Amor Misericordioso, al ser fundados por voluntad divina, quedan involucrados en ese proyecto salvífico que Dios persigue y deben ser también ellos santos, respondiendo fielmente a los designios de Dios. La santidad en el A. M. es una obligación y un don. “Es mucho, Jesús mío, demasiado. ¡Gracias, gracias Señor! te has manifestado excesivamente bueno conmigo, ¡gracias, Jesús mío! Haz, Jesús mío, que todos ellos (hijos e hijas) sean santos, ¡ayúdales Señor! Que no te den jamás ningún disgusto ni los hijos ni las hijas, que te den siempre gloria, que sirvan de ejemplo para las almas que te buscan, que vengan a copiar de estos hijos, ¡hazlo, Jesús de mi vida! congratúlate con todos ellos. Que sean el refugio de los pecadores, para esas almas que están sumergidas en el fango”[478]
La Madre está plenamente convencida de que Dios quiere servirse de ella como instrumento para realizar sus deseos en la Iglesia. “Y para que se vea que todo es tuyo, ¡qué bien has discurrido haciendo que esta Obra nazca de una pobre criatura, porque, ¿qué te puede decir a Ti esta pobre criatura? solamente que tengas misericordia de ella y que sin fijarte en lo mucho que te he ofendido, recojas el fruto que Tú has sembrado por medio de ella”[479]. Si es instrumento, debe cumplir con la misión del instrumento: servir y obedecer a la voluntad divina. El cumplimiento de la voluntad divina no es una obligación impuesta, un mandato autoritario, una imposición coercitiva. Es respuesta de amor agradecido a un don inmerecido que la desborda y la sobrepasa. “No puedo más, me faltan las fuerzas, ¡es demasiado, Jesús mío! Demasiado grande la gracia que me has hecho de ver a los hijos ya todos Religiosos”[480].
La conciencia de este don inmerecido, de esta gracia que manifiesta el deseo de Dios, que desborda al alma de la Madre y la hace exultar en acción de gracias, se hace, también, necesidad y deseo de cercanía de él y a él, unión e identificación con él en el amor. “Estáte junto a mí y dame fuerte, dame lo que Tú quieras y de la manera que Tú quieras, pero que viva unida a Ti, unida a Ti”[481]. “Quiero vivir y morir para amarte, porque quiero darte gloria aquí y dártela después allí. Pero que los hijos y las hijas se unan bien a Ti y puedan santificarse para gloria tuya, alegría tuya, para satisfacción y bienestar tuyo; hijos e hijas unidos todos para darte gloria a Ti, a tu Iglesia y a las dos Congregaciones. ¡Hazlo Jesús! ¡Hazlo, Jesús mío!”[482]
Cuanto más conciencia tiene la Madre de que Dios se está sirviendo de ella para cumplir sus planes divinos, con tanta más fuerza estalla en ella el deseo de no buscar nada para sí y de no buscarse en nada a sí misma. El cumplimiento fiel de la voluntad divina lleva al amor puro hacia Dios. “No, para mí no quiero nada, nada absolutamente, Jesús mío, no; quiero lo que Tú quieras, quiero, esto sí, darte mucha gloria a Ti, muchísima gloria, de la manera que Tú quieras y como Tú quieras”[483]
La Madre, que desde muchos años antes vivía en estas alturas, manifiesta algo a lo que no estamos acostumbrados a leer en sus escritos. Tiene tal deseo y tanta prisa en cumplir la voluntad de Dios, que no puede soportar los retrasos en este campo de los que la rodean. “Bien, Jesús mío, yo estoy dispuesta a lo que quieras, ... no, a lo que quieras y como quieras, estoy dispuesta siempre con tu ayuda, ¡Jesús mío! Pero a lo que no estoy dispuesta es a esto, a estar esperando a unos y a otros ... no, no, no me parece serio, ¡no sé qué decirte, Jesús! Yo quiero pasar la noche Contigo y no sólo la noche sino la vida, mientras viva Contigo, dándote gloria a Ti haciendo tu divina voluntad. Nada más; no la mía, porque no la quiero, no la quiero, Jesús mío; si Tú no me lo mandas yo no la quiero. Mi voluntad sea para hacer lo que Tú quieras y como quieras. La vida si me la pidieras, bien, te la daría también[484].
Esta respuesta al don recibido tiene en la Madre una pedagogía que cuesta un poco asimilarla. Normalmente, en nuestra mentalidad de almas de paso cansino en la vida espiritual, consideramos la respuesta a la voluntad divina, sí como acto de amor a Dios, pero también como obligatoriedad y como decisión del alma que debe luchar aparentemente en solitario para responder a Dios. La verdad es que es Dios mismo quien empuja y ayuda en este camino. Dios manifiesta su voluntad, Dios empuja y obra. El alma sólo pone la buena voluntad.
Pero es un bien el no darse cuenta de ello porque, para caminar en este terreno, debemos empaparnos de la necesidad que tenemos de Dios. Seguramente que si nos diésemos cuenta de lo que Dios empuja y obra en el alma, nos abandonaríamos a la bartola. . “¡Ayúdalas! porque, si Tú las ayudas, buena voluntad tienen; pero que no se den cuenta de que se les ayuda, sino que se vayan empapando en esa necesidad que tienen para todo de tu ayuda y, en el momento que les llegue en que tendrán más necesidad de Ti, que no se paren a mirarse a sí mismas sino a Ti y a las criaturas que con ellas están, ¡hazlo, Jesús mío![485]
A veces da la impresión que la Madre, en sus éxtasis considera como sinónimos el cumplir la voluntad de Dios, darle gloria y el santificarse “Haz que las hijas y los hijos se unan fuertemente y que se dediquen todos ellos también a darte mucha gloria; a ver cómo mejor te pueden dar gloria; a ver cómo mejor puedes estar Tú con ellos; a ver cómo te pueden ayudar mejor, ¡hazlo, Jesús![486]. “Así es que, Jesús mío, me doy completamente a Ti; Tú, Jesús mío ... Pero yo, Jesús mío, no quiero más que una cosa: darte gloria y llegar a santificarme”[487].
“Quiero vivir para Ti y solamente para Ti y quiero vivir haciendo tu divina voluntad cueste lo que me costare, ¡Jesús mío! no quiero más”[488] “Y yo quisiera, Jesús mío, que me lleves antes que yo te dé un disgusto. Quiero vivir y morir sí, pero junto a Ti y ayudándote a Ti; pero si yo no te he de ayudar y sólo te voy a disgustar, quítame la vida, pero que yo tenga la dicha de estar Contigo, Contigo y con los hijos y las hijas, pero como Tú quieres[489].
[473] Pan 8, 26
[474]“Si sufrimos la ley a la fuerza y la consideramos como yugo pesado, nos aplasta; pero si la abrazamos con todo nuestro corazón, entonces ella nos conduce y lleva. Lo que es duro en la ley es el precepto, y lo que pesa es la obligación; pero lo que es suave es la voluntad de nuestro Dios, que vemos y amamos bajo esa ruda apariencia y lo que es ligero es, hijas mías, el beneplácito divino, que nos atrae a sí en esas exterioridades penosas. Nuestro amor no debe jamás detenerse en el hecho exterior, sino adherirse a la voluntad de nuestro Dios que se nos manifiesta por la ley y nuestras amadas Constituciones. Tengamos presente que la señal de un corazón puro y recto es saber discernir y amar la sustancia divina, bajo las especies humanas, y la voluntad de nuestro Dios, en Superiores llenos de defectos. ¡Es tan fácil y común alegar los defectos de los Superiores como pretexto para dejar de cumplir la voluntad de nuestro Dios! El amor produce la fidelidad en la acción, fidelidad generosa y constante a todo lo que sea voluntad de nuestro Dios; fidelidad hasta en las cosas más pequeñas pues ve en ellas no su pequeñez en sí misma, lo cual es propio de espíritus mezquinos, sino la voluntad de Dios, que debemos respetar y amar aun en las cosas más pequeñas teniendo presente, hijas mías, que ser fieles en las cosas pequeñas es cosa muy grande”(Pan 8, 268-70)
[475] Pan 17, 26-27.
[476] Pan 8, 268-70
[477] El Santo abandono, Lehodey, pág. 508-509.
[478] Pan 22, 417-18
[479] Pan 22, 421
[480] Pan 22, 428
[481] Pan 22, 494
[482] Pan 22, 509
[483] Pan 22, 516
[484] Pan 22, 519-21
[485] Pan 22, 903
[486] Pan 22, 1017
[487] Pan 22, 540
[488] Pan 22, 678
[489] Pan 22, 984